Por Luis Bozzo
Faltan solamente días, para que se lleve a cabo el plebiscito constitucional, destinado a la redacción de una nueva Constitución. En dicho plebiscito se votará por la opción “Apruebo” (Aprobar redactar una nueva Constitución), o “Rechazo” (Respaldar la Constitución actual), además de “Convención constituyente” (que el órgano constituyente esté conformado en su totalidad por chilenos que no ejerzan cargos públicos y que serán elegidos popularmente para el cargo), o “Convención mixta” (Que el órgano constituyente esté conformado tanto por parlamentarios en ejercicio como por ciudadanos electos para el cargo).
En ese escenario, han surgido voces y agrupaciones acusando que el proceso está cocinado, o que es una trampa política, -una sucia movida de ajedrez-, por lo que proponen, aislarse totalmente del plebiscito, no participar del mismo, sea absteniéndose o sea anulando el voto (lo que significa votar rechazo indirectamente). Esto tiene muchos inconvenientes, y podemos abordarlo desde varias aristas, pero tenemos que comenzar exponiendo que estas posiciones -tan “bien intencionadas”-, carecen de todo conocimiento estratégico de la política y ojo visionario, terminando en el ostracismo y en la tribuna estéril de mero espectador histórico, que de igual forma culmina arrasado por la avalancha de los procesos. El camino que lleva a infierno está repleto de bienintencionados decía Dante.
Debemos tener presente, que el plebiscito constituyente jamás hubiese tenido lugar sin el estallido social (estallido provocado por las grandes contradicciones socio-históricas del país, las desigualdades, la crisis de legitimidad y representatividad, la corrupción, la debilidad del neoliberalismo, entre otras, y nunca por voluntades particulares, o intereses de un sector determinado, como pretende verlo el desquicio reaccionario conspiracionista), porque no olvidemos; que el reaccionario (analfabeto en cuanto no comprende los mecanismos movilizantes de la historia), cree que las cosas son inmutables, que no existen contradicciones sociales, entiende los fenómenos en un sentido unitario-total, simplista, por ende, todo lo que -a su vista miope- corrompa ese orden de cosas, es “maligno”, algo diabólico.
El hecho de que la presión social civil, por vía del estallido, haya obligado a la “clase política” a tener que proponer un plebiscito constitucional (destinado a cambiar un modelo completo), marca un precedente histórico relevante. Para continuar, debe dejarse en claro, que ni siquiera un plebiscito constitucional puede detener los procesos sociales, puede calmar la furia popular colectiva, o logra ocultar bajo la alfombra una injusticia endógena de un sistema siniestro como el neoliberal. Por lo mismo, es irrisorio aislarse de un proceso constituyente, que no es más que una etapa, de un desenvolvimiento histórico mayor, cuyos protagonistas son; la clase popular (la que pretende soberanía política auténtica, sentido común y justicia) y la oligarquía histórica (que busca salvaguardar sus intereses aún a costa de la destrucción del país).
En ese trayecto, la clase política sigue con la lógica de aferrarse al modelo actual, por ello no tiene nada de extraño, ni de letra chica, ni de conspiración, y es totalmente esperable, que en la conocida Ley 21.200, se establezcan preceptos que pretendan condicionar un eventual proceso constituyente. Incluso no es raro que existan personeros políticos apoyando la opción Apruebo, puesto que, han visto el arrollador triunfo futuro de esta opción, como expresa el dicho popular: "las ratas son las primeras en huir del barco". Pero debemos preguntarnos primero; si aquellos preceptos no son más que tinta y papel, para un contexto donde existe un fuerte anhelo popular de transformaciones totales y profundas, y la respuesta es afirmativa, pues la única soberanía total le corresponde al pueblo, y a los representantes legítimos que ella elige. Un órgano constituyente tiene todas las facultades reales para revisar tratados internacionales, derechos fundamentales, e inducir preceptos que solventen la refundación de Chile, sin importar limitantes artificiales previas. Si la clase política pretendiese oponerse a los grandes anhelos del pueblo, a las necesidades colectivas y racionales, solo se producirán más estallidos, más violencia, más organización popular y descontento generalizado, pues las contradicciones se agudizan hasta un punto del cataclismo. Por ello, decíamos que ni siquiera un proceso constituyente, ni una Dictadura, ni una guerra externa, detienen los procesos colectivos que impulsan la historia, sólo pueden postergarlos. La batalla de Chile es clara: El pueblo soberano, buscando ejercer el poder, ser dueño de su porvenir, contra la oligarquía enquistada e ilegítima.
Otros han aclamado, marcar el voto con la inscripción “AC”, es decir asamblea constituyente, esgrimiendo que solamente una asamblea constituyente surgida desde el seno del pueblo (organizada a nivel de comunas), imponiendo sus condiciones a la clase política, sería válida y legítima (lo que no es falso), sin embargo las condiciones materiales y efectivas del momento para llevar a cabo una asamblea constituyente de esa índole, son inexistentes, de lo contrario se habría podido concretar. Pueden haber muchos motivos para que esto no se haya podido llevar a cabo; una claramente es que, jamás en la historia nacional, la clase popular ha organizado un proceso constituyente desde la base social -falta experiencia- por el contrario, la oligarquía política con su pseudo-democracia vertical, ha impuesto el orden desde arriba hacia abajo. Así lo demuestran las tres grandes constituciones de Chile; la de 1833 redactada luego de una guerra civil por la clase estanquera monopolista y ultraconservadora, la de 1925, concretada por las trampas del derechista Alessandri Palma, y la de 1980, articulada por la comisión Ortuzar, entre cuatro paredes, durante la dictadura militar.
El otro motivo relevante, que obviamente afectó una organización popular concreta (externo a toda voluntad de la clase política vigente), es que, todavía no existe una vanguardia popular afianzada, con capacidad de organizar a todo el pueblo a nivel nacional, según los intereses comunes, contra la oligarquía. De ahí también que el espontaneísmo y sus idealismos típicos sean contraproducentes.
No existiendo las condiciones (por ahora) para la asamblea constituyente, ni para que sus postulados sean impuestos a la clase política (que todavía cuenta con el monopolio de la fuerza), cabe preguntarnos qué hacer. Sería una torpeza infantilista, aislarse del plebiscito, aparentando una falsa moral de autenticidad artificial de no caer en “tongos” (la política, y la lucha por el poder tienen su propia moral, sus propios métodos). Todo aislacionismo colabora si o si, con la opción del rechazo, la cual si llegara a ganar, servirá como argumento y base de la reacción y la clase política oligarca, para decir que el pueblo no anhela transformaciones, retrasando el proceso de soberanía popular. Los torpes que llaman a anular o abstenerse, serán arrastrados de igual forma por la etapa histórica que encarnamos.
Si gana la opción Apruebo, servirá de corroboración y base para demostrar las intenciones comunes de construir un modelo más justo y de participación popular directa. Servirá para continuar incrementando las grietas evidentes de un modelo fracasado y usurero. Dijimos que el castigo para la clase política, de no reconocer los grandes anhelos populares, de las fuerzas colectivas, será la respuesta popular organizada, -y los pueblos no juzgan en cortes-, ni dictan sentencias dijo Robespierre, simplemente lanzan el rayo, golpean la tierra, sacudiendo los pilares de la tiranía.
El plebiscito constituyente no es el fin, dentro un proceso social superior y no concluido, pero si es una etapa en la que deben conocerse muy bien las piezas a jugar, y lo más conveniente, ante toda payasada conspiranoica o falsa moral de autenticidad, es votar Apruebo y Convención Constituyente, continuando con la tarea urgente de politizar, organizar y hacer consciente a clase popular de sus intereses comunes, de la patria que se busca construir, y de la necesidad de derrotar en todos los frentes a la oligarquía, sus vasallos y tontos útiles. El pensamiento estratégico, y la praxis, siempre serán superiores a toda buena intención.