Por Luis Bozzo

Introducción

Resulta común en nuestros tiempos la divulgación de frases descolgadas o fragmentos recortados de escritos que fueron redactados por grandes pensadores clásicos, medievales, modernos, contemporáneos o posmodernos, los cuales generan en los receptores del mensaje una interpretación falsa o errónea del verdadero pensamiento central del autor. La tesis de los autores tiende a transformarse en mero aforismo reducido, cuya interpretación queda destinada al arbitrio subjetivo del lector.

Ejemplos tenemos muchos: “Pienso luego existe”, “los obreros no tienen patria”, “Dios ha muerto”, etc. En el caso de Hobbes, famosa es la frase que se le atribuye sobre el hecho de que el hombre es un lobo para el hombre. Más allá de la veracidad de emisión de aquella consigna, la misión es indagar en la real interpretación que el filósofo quiso plantear, pues el bienestar común en sociedad es un principio racional que Hobbes aborda de manera amplia en el Leviatán. De ningún modo hace reverencia al hecho de que los hombres compitan entre sí por la supervivencia, ante todo, expone la solución de un poder político más grande respaldado por el contrato social. El mismo Estado como cuerpo u hombre artificial, tendría su razón de ser en el sentido de salvaguardar el bienestar de la comunidad y regir la vida de los individuos en sociedad. Si el individuo anhela su propia conservación, esa conservación solo puede consolidarse cuando un poder más grande que el arbitrio individual gobierne en favor del conjunto.

Por ello, Hobbes no exalta de ningún modo la lucha que todos los individuos llevarían a cabo entre sí por la supervivencia, solo relata un antecedente que justifica la existencia de un poder político superior que dicte las leyes y establezca el orden. Este poder superior lo encarnaría el Estado, también denominado hombre artificial. El estado de barbarie que se produce por la lucha de todos contra todos, nos resulta interesante de estudiar para comprender por ejemplo, la realidad actual dentro de un sistema liberal-capitalista, y como el discurso ideológico-liberal de menos Estado (minarquismo) en pro de la llamada libertad individual, resulta una especie apología al salvajismo irracional. ¿Es el neoliberalismo el imperio de un nuevo estado de salvajismo? Nos propondremos a responder esta pregunta al final del ensayo y luego de reflexionar sobre puntos centrales del pensamiento de Hobbes.

Ya en la introducción del Leviatán Hobbes nos señala:

“(…) la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los 'cuales cada nexo y cada miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; la salus populi (la salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas precisa conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y Una voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, aseméjanse a aquel fiat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación.” (Hobbes, 1651).

Solo el Estado posibilitaría la existencia del derecho

Dentro de este marco lógico de planteamientos, la existencia de este poder público protegería principios superiores de la comunidad como la libertad, la seguridad o el derecho a la vida, los cuales se ven amenazados o son inexistentes en el estado de naturaleza, que representa la guerra de todos contra todos.

Respecto de la razón y su relación con el conjunto Hobbes nos señala:

“Cuando un hombre razona, no hace otra cosa sino concebir una suma total, por adición de partes; o concebir un residuo, por sustracción de una suma respecto a otra: 10 cual (cuando se hace por medio de palabras) consiste en concebir a base de la conjunción de los nombres de todas las cosas, el nombre del conjunto: o de los nombres de conjunto, de una parte, el nombre de la otra parte.” (Hobbes, 1651).

Hobbes tiene un interesante planteamiento sobre el deseo de bienestar, pues la humanidad no anhela un bienestar esporádico o momentáneo, desea conservar y prolongar ese bienestar durante lo que permita la vida e incluso se pretende para las futuras generaciones. Para la humanidad el estado de conflicto y guerra constantes no son sinónimo de felicidad. Más adelante veremos cómo Hobbes argumenta que, el deseo no morir, facilita la aceptación de un contrato social al cual se le transfieren derechos a otro poder político superior que garantice el bien común. Sobre los deseos del hombre Hobbes señala:

“De este modo señalo, en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte. Y la causa de esto no siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado; o que no llegue a satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío y los fundamentos de su bienestar actual, sino adquiriendo otros nuevos”. (Hobbes, 1651)

Entendemos por esto, que la naturaleza humana siempre está dominada por diversas pasiones y deseos, nunca nacidos en el seno de la racionalidad. En el estado de naturaleza el combate de todos los deseos individuales, sea por someter a otros o defenderse, diluye toda posibilidad de paz, una legalidad o felicidad. Hobbes nos argumenta:

“El afán de tranquilidad y de placeres sensuales dispone a los hombres a obedecer a un poder común, porque tales deseos les hacen renunciar a la protección que cabe esperar de su propio esfuerzo o afán. El temor a la muerte y a las heridas dispone a lo mismo, y por idéntica razón. Por el contrario, los hombres necesitados y menesterosos no están contentos con su presente condición; así también, los hombres ambiciosos de mando militar propenden a continuar las guerras y a promover situaciones belicosas: porque no hay otro honor militar sino el de la guerra, ni ninguna otra posibilidad de eludir un mal juego que comenzando otro nuevo.” (Hobbes, 1651).

Vemos en la concepción de Hobbes, la importancia que tienen las diversas emociones y ambiciones humanas por poder, adulación, deseo de fama, todo lo que es proclive al inicio de guerras o conflictos, sin embargo esos mismos deseos, como el ansia de la paz, el ocio, o la seguridad, permiten el respeto a un poder superior que salvaguarde el orden y el bien común del conjunto de individuos. Si toda la existencia se rigiera por la conflictiva relación de pasiones individuales, aquello sería una expresión brutal del estado de naturaleza, donde si bien todo hombre puede matar, también todo hombre puede ser asesinado, por lo cual todos están en una especie de igualdad de condiciones. Inclusive la fuerza física no asegura la existencia, pues los más débiles pueden maquinar estrategias o diversas formas para eliminar a quien tiene más fuerza corporal.

En este estado natural de guerra constante y barbarie, semejante al sistema caótico que rige la vida de los animales, no puede tener lugar el derecho ni la justicia. Aquí Hobbes nos recalca la importancia del Estado como una prolongación de la voluntad del hombre, así como el hombre sería creación de una voluntad divina.

Vemos que Hobbes resalta el principio de la igualdad de los hombres. Señala también que no existe placer ninguno cuando impera una ausencia de poder que se superponga por sobre todos, pues en el contexto de estado de naturaleza, existe una amenaza y desconfianza constante entre todos los hombres. Cualquier hombre, animal o fenómeno natural se transforma en un potencial peligro para la supervivencia.

Pareciera que Hobbes percibe en el individualismo arbitrario las razones de la discordia. Nos dice:

“Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria”. (Hobbes, 1651).

La primera causa tendría como objeto conquistar un beneficio (sobrevivir o imponerse por la fuerza para adueñarse de otros). La segunda causa tiene como objeto afianzar la seguridad, por ejemplo eliminando a un potencial enemigo (uso de la fuerza como defensa), y la tercera tendría como objeto consolidar una reputación, que a su vez complementa el deseo de supervivencia, infiriendo cierto temor en otros, es decir razones insignificantes. El hombre que tuviese una reputación peligrosa podría aumentar sus posibilidades de supervivencia al inducir temor en otros o aplastar con brutalidad a competidores, pero también aumentan proporcionalmente las razones para ser eliminado por otros. Esto resulta muy parecido a lo que ocurre en submundos donde domina la “ley del hampa”, o mundos criminales controlados por la fuerza bruta y la conspiración. Ahí también impera el principio bíblico: “el que a hierro a mata a hierro muere”.

Bajo esa realidad, los hombres necesitan de un poder que los atemorice a todos logrando como objeto el orden público, el bienestar de la comunidad y la consolidación de los derechos fundamentales como la propia libertad, el comercio, el ocio y la felicidad. Sería completamente irracional desear un estado de naturaleza o alabar la guerra de competitividad que los individuos llevarían entre sí mismos. En este estado de naturaleza y guerra constante no puede existir ni la industria, ni las artes, ni la agricultura, ni las navegaciones ni las importaciones ni uso de artículos útiles.

Sobre este estado de guerra constante Hobbes nos dice:

“existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y -breve.” (Hobbes, 1651).

Dijimos que en el estado de bestialidad tampoco puede existir ningún concepto ni materialización de la justicia. No existe la ilegalidad, pues todo es permitido en pro de la perdurabilidad de la vida. Hobbes es categórico cuando dice que en estado de guerra el fraude y la fuerza son las dos virtudes cardinales. Tampoco puede existir ningún derecho de propiedad, no existe ni lo tuyo ni lo mío, ¿Para qué si todo puede tomarse por la fuerza? Es una prolongación del sistema de los animales donde el derecho a la vida no se protege bajo ninguna circunstancia. Puedo matar y puedo ser asesinado, puede adueñarme de otros o ser esclavizado.

Hobbes señala que a pesar de esta naturaleza de guerra constante, el deseo de no morir posibilita la concreción de la paz.

“Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La razón sugiere adecuadas normas de paz, a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo consenso. Estas normas son las que, por otra parte, se llaman leyes de naturaleza” (Hobbes, 1651)

En este temor a la muerte, existe un uso de la razón por parte de los hombres a diferencia de lo que ocurre con los animales. El animal es pura expresión del instinto, pero el hombre no es solo eso, ya que reflexiona sobre su propia realidad, busca incluso transformarla y proyectar una vida que se vería truncada en medio de un estado de barbarie. Es ahí cuando considera que la muerte impediría su felicidad, naciendo un temor, transfiriendo su libertad de sobrevivir a un poder público que pueda asegurar ese derecho para un conjunto de individuos (comunidad).

Sobre el derecho de naturaleza (ius naturale)

Hobbes reconoce la existencia del derecho natural consistente en la libertad que tiene el hombre de usar su poder como quiera para la conservación de su propia vida, usando todos los medios para asegurar ese fin. Cuando reconoce esta naturaleza del hombre en estado de salvajismo, no la exalta como lo que debiera ser, sino que admite que en aquel sistema de libertad individual total, todo sería una consecuencia de guerra sin límite, pues incluso ese derecho de libertad se extiende al cuerpo de otros (asesinato, esclavismo, vejámenes, etc). Ahí no puede haber seguridad para nadie.

De aquí que la transferencia del derecho, no implica un necesario abandono sino una transferencia que tiene como finalidad que el beneficio recaiga en más individuos. Pareciera ser un fundamento central del pacto social. Por ello Hobbes nos dirá que:

“La mutua transferencia de derechos es lo que los hombres llaman contrato” (Hobbes, 1651).

Como mencionamos anteriormente, esta transferencia de derechos tiene la base de voluntad no viciada, al concebir que un poder político superior asegure el bienestar del individuo y del conjunto, lo que trae consigo un desarrollo pleno de la vida en la máxima expresión posible. Existe en ese contrato social, un consentimiento racional de voluntades, dando origen al derecho y la justicia.

Así como celebran estos pactos en pro del bienestar común también hay que asegurar el cumplimiento de tales pactos. Ese cumplimiento tendría como base la eliminación de la desconfianza latente en el estado de naturaleza, desarrollando una cultura de vida en civilización.

Respecto de los necios que niegan la noción de justicia, recordándonos a los liberales contemporáneos que rechazan principio de justicia social, Hobbes nos recalca:

“Los necios tienen la convicción Íntima de que no existe esa cosa que se llama justicia, y, a veces, lo expresan también paladinamente, alegando con toda seriedad que estando \ encomendada la conservación y el bienestar de todos los hombres a su propio cuidado, no puede existir razón alguna en virtud de la cual un hombre cualquiera deje de hacer aquello que él imagina conducente a tal fin. En consecuencia, hacer o no hacer, observar o no observar los pactos, no implica proceder contra la razón, cuando conduce al beneficio propio.” (Hobbes, 1651).

¿Y Qué ocurre cuando la existencia de un pacto se torna injusto? Injusto sería si una de las partes no cumple el pacto. Por ejemplo si el poder instaurado no favorece al bien común o no resguarda la libertad ni la felicidad, surge el derecho de rebelión que tiene como finalidad restaurar el orden justo. Para los griegos paganos, Júpiter derroca a Saturno por medio de la violencia, pero Júpiter encarna la justicia. Por tanto, el derecho de rebelión se justifica cuando la tiranía ha roto el contrato social, por lo que no puede invocarlo para su protección.

Conclusiones

Bajo estas reflexiones sobre El Leviatán, podemos concluir que las tesis políticas sobre la comunidad y la existencia de un Estado están sumamente vigentes y que la existencia de un Estado tiene como finalidad de la razón proteger el bien común. Hobbes no resalta como fin la lucha de todos contra todos. Problemáticas contemporáneas como la corrupción, la existencia de oligarquías, poderes monopólicos que transgreden todo bien común, o el crecimiento de la inseguridad ciudadana, nos dan a entender que tan eficiente es el poder público, o si la existencia de estas condiciones injustas fundamenta el derecho de rebelión para consagrar un orden que si permita el desarrollo del derecho en cuanto a igualdad ante la ley, libertad y desarrollo de una vida plena (feliz), así como vivir en un lugar libre de contaminación o habitar en una vivienda digna, etcétera.

Observamos que la exaltación dogmática de la libertad individual no restringida (alabada en el ámbito comercial por doctrinas neoliberales y libertarias que se impusieron materialmente en países como Chile), produce una suerte de nuevo estado de naturaleza, que impide la participación del poder público en múltiples materias de regulación, quedando todo al arbitrio de quien tiene más poder para moverse dentro del sistema (colusión, oligopolios, evasión de impuestos). Verificamos esto en la existencia de la explotación laboral, el nepotismo, la existencia de zonas de sacrificio repletas de contaminación, el aumento de la miseria que conlleva al incremento del crimen organizado y con ello el crecimiento de la inseguridad.

Dentro de la realidad latinoamericana en específico, la existencia de oligarquías políticas ha producido todo tipo obras que abordan la cuestión de la soberanía y en quien recae, pues la oligarquía nunca ha firmado un pacto con la comunidad sino que domina por sí misma. Esto suele denominarse crisis de soberanía e injusticia. La única restauración del bien común, se concretaría materialmente con la existencia de un Leviatán que erradique el poder de Saturno (las oligarquías) en pro de la venganza de la justicia (nuevo orden), originando poderes de potestad constituyente y estructuras que favorezcan la consagración del bienestar de una comunidad.

Sobre este punto cabe destacar lo dicho por el propio Hobbes:

“Dícese que un Estado ha sido instituido cuando una multitud de hombres convienen y pactan, cada uno con cada Uno) que a un cierto hombre o asamblea de hombres se le otorgará, por mayoría, el derecho de representar a la persona de todos (es decir, de ser su representante).” (Hobbes, 1651).

De no cumplirse lo anterior, domina el estado de naturaleza donde cada quien vela por su propio interés y con sus propios recursos para asegurar el desarrollo de la vida, una vida muchas veces efímera, sin verdadera libertad y sufriente o basada en el aplastamiento y explotación de otros. Es un salvajismo disfrazado de libertad y por lo mismo, resulta totalmente irracional anhelar la ausencia del Estado o concebirlo como enemigo de la libertad. El origen del poder político (soberanía) tiene raigambre en un pacto social, es decir, en una comunidad, y no se impone arbitrariamente por fuerzas oligárquicas o tiránicas que buscan su propio beneficio en desmedro del resto. Hobbes nos dirá sobre las causas del Estado:

“La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los vemos vivir formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por añadidura, el logro de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza (…)” (Hobbes, 1651).

Es decir, necesariamente el cuidado de la conservación de otros, trae consigo la propia conservación del individuo. Si bien los individuos pueden ser tendientes a buscar su propio bienestar, ese bienestar no se concreta por medio del estado de naturaleza, sino gracias a la existencia de un poder público expresado en el Estado, un “Leviatán”.

Bibliografía:

1-HOBBES, Thomas. El Leviatán (1651). Editorial Fondo de Cultura Económica México (1980).