Por Camarada F.

En medio de grandes convulsiones en el acontecer global se hace necesario hacer una pausa y repasar algunos conceptos fundamentales para poder comprender correctamente estos fenómenos. Una aproximación geopolítica dialéctica significa acercarse al fenómeno con amplitud de miras, humildad y tino, sin preconceptos ni ideas fijas que clausuren la posibilidad de pensarlo en forma crítica. Significa tomar el fenómeno y observar sus contradicciones internas, sus alcances y proyecciones, sus debilidades y fortalezas, sus defectos y limitaciones, sus múltiples relaciones con otros fenómenos, su pasado, su presente y su futuro, los cambios que ha sufrido en el tiempo y los cambios que le pudiesen sobrevenir, las razones para todo ello, las consecuencias esperables ante el desarrollo de los acontecimientos, así como el rol que han jugado o podrían jugar en él las condiciones materiales y la voluntad de los hombres.

Comprender dialécticamente los fenómenos políticos mundiales significa considerar todas las verdades posibles de decir sobre aquél, incluso cuando parezcan contradictorias entre sí, significa abrir el objeto de estudio para verlo por dentro, diseccionarlo, introducirlo en una solución alcalina para ver cómo reacciona, sacarlo al aire y encerrarlo en el vacío, y tratar de predecir, dentro de lo posible, su devenir mediato e inmediato. Si no procedemos de esta manera nuestros análisis serán básicos, simplones, cortos de miras, infantiles e inevitablemente erróneos. Existen fuerzas en el mundo interesadas en mantenernos en este nivel de ignorancia para evitar nuestra comprensión real y concreta de las cosas.

Cuando hablamos de geopolítica nos referimos a la ciencia que, con base en elementos de la geografía, la geología, la economía, la sociología, la estrategia militar, la sicología, etcétera, estudia los fenómenos políticos que atañen al mundo entero, desde una perspectiva integral y global, tanto para obtener hipótesis particulares sobre tales o cuales eventos ya ocurridos, como para predecir eventos posibles de ocurrir. O como dice la inefable Wikipedia: “La geopolítica es el estudio de los efectos de la geografía humana y la geografía física sobre la política y las relaciones internacionales. La geopolítica es un método de estudio de la política exterior para entender, explicar y predecir el comportamiento político internacional a través de variables geográficas.1 Es una ciencia que se ocupa del estudio de la causalidad espacial de los sucesos políticos y de los próximos o futuros efectos de estos. Se nutre especialmente de otras disciplinas tales como la historia, las relaciones internacionales, la geografía política, la ciencia política, sociología y antropología”.

Para facilitar una comprensión geopolítica dialéctica del mundo ha nacido este texto, en el cual procederemos mediante ejemplos, que es el mejor método. Si después de todo esto alguien sigue sin entender ya será por mercenariaje ideológico [1], o bien por desidia. Comencemos.

1. LA REPÚBLICA ARGENTINA Y EL CONTROL DE LA NATALIDAD



Empezamos con un tema polémico porque es el típico caso en el que tratan de obligarnos a ver tan sólo alguno de sus aspectos, prohibiendo que toquemos otras aristas del caso. Pretenden restringir nuestra inteligencia y espíritu crítico a la falsa dicotomía “aborto sí, o aborto no”, pero la verdad de las cosas es que queda mucho por decir sobre la materia. En primer lugar, es innegable que una regulación por ley del aborto constituye una demanda sentida por una gran parte de las mujeres argentinas, sobre todo entre las generaciones jóvenes. A su vez, es muy posible que el aborto regulado y ejecutado a través del sistema público de salud evite muchas muertes de mujeres pobres, que sufrían innumerables riesgos al practicarse abortos clandestinos. Decimos “es muy posible” porque a pocas semanas de aprobarse la nueva ley en Argentina ya se han conocido casos en que los médicos tratantes se limitan a proveer a la embarazada de la píldora abortiva para que ella misma realice su aborto en casa, lo que no representa ningún cambio en relación con la anterior situación, e incluso puede multiplicar las muertes por una mala aplicación del procedimiento, cuyo acceso se ha facilitado. Por último, corresponde mencionar que el aborto ha sido apoyado por la mayoría de las fuerzas populares y patrióticas del país, incluyendo a la Vicepresidenta de la República, por considerar que es un avance en los derechos de las mujeres sobre su vida y sobre su destino.

Nada de esto quita que mencionemos otras verdades igual de innegables sobre el tema, aunque algunos quisieran acallarlas, entre los cuales destaca el hecho de que grandes poderes mundiales apoyan y promueven cualquier iniciativa que reduzca la población y el crecimiento natural en los países de Latinoamérica, y en especial en Argentina, séptimo país más grande del mundo y con un potencial agroganadero gigantesco. Una Argentina casi despoblada (hoy ya posee una de las densidades poblacionales más bajas, particularmente en sus extensas pampas [2]) sería la “granja” perfecta para alimentar hasta la saciedad a las potencias capitalistas centrales, quienes ya se han beneficiado de esta división mundial del trabajo en que, a Argentina como a muchos otros países, les toca la condición de factoría, de simples canteras de recursos desprovistas de soberanía. Por supuesto, nadie dice que la aprobación de la ley de aborto impacte directamente en el crecimiento natural de Argentina (como los memes con que trata de infantilizarse la discusión, según la cual habría “abortos por deporte” o en cantidades masivas, algo totalmente absurdo) sino que la ofensiva mediática desplegada para su aprobación demuestra en forma fehaciente y sin lugar a dudas que hay algún poder interesado [3] (cada vez que digamos “interesado” hay que agregar “económicamente”) ya sea en que se apruebe esta medida, o ya sea en que se discuta, por lo menos. Es conocida la estrategia de “diversión” militar usada por los dirigentes políticos cuando quieren tapar algún asunto enojoso (por ejemplo, una crisis económica galopante como la que vive la Argentina, con un 65% de niños pobres), estrategia con la cual provocan a los electores con noticias o polémicas notorias, para distraerlos de los otros temas más acuciantes.

Sin embargo, en lo relativo al aborto en Argentina debe haber algo más que una estrategia distractora o “diversoria”, por los ingentes recursos desplegados a su favor en los medios oligárquicos de todo el globo. Por eso debemos recordar la política específica de las potencias imperialistas hacia la Argentina, diferente al trato que proporcionan en otras latitudes, y que consiste en buscar el decrecimiento de su población para que cumpla mejor su “rol” asignado en la división internacional del trabajo. Por supuesto que el aborto por sí mismo no cumple ese objetivo, como tampoco la eutanasia, ni el matrimonio homosexual, ni la reducción en la ingesta de calorías promedio, ni otros fenómenos que ocurren en Argentina en la actualidad.

Lo que buscan los estrategas del poder oligopólico mundial es ir acostumbrando a poblaciones como la argentina a valorar menos o derechamente desvalorar la vida humana y el proyecto de formar familia, y fomentar su reemplazo por otros estilos de vida más manejables, por ejemplo, la crianza de mascotas en un entorno de “teletrabajo” y autoexplotación radical sin derechos laborales. No hay forma en que los planes de las oligarquías tengan éxito sin importantes “cambios culturales” y el “consenso” de, al menos, una parte de la ciudadanía. Muchas veces ocurre que, por apoyar medidas que consideramos progresistas, cerramos los ojos a otros elementos igual de valederos y nos hacemos parte del inconfesable consenso de las clases dominantes. Para no ser cómplices con nuestro silencio y ofrecer una perspectiva más amplia fue que publicamos este texto.

2. OTRA VEZ SOBRE TRUMP Y EL IMPERIALISMO CONTEMPORÁNEO



Tal como hemos explicado en pasadas entregas de “Ojo Geopolítico”, tras el atentado del 11-S de 2001 el imperialismo sufrió mutaciones importantes de forma, aunque no de fondo. Sigue siendo el aspecto o la fase superior del capitalismo que ocurre cuando se concentran en un puñado de oligopolios todas las palancas económicas y todas las decisiones políticas, pero este imperialismo contemporáneo ha abandonado el ropaje militarista que tanto daño hizo a su imagen y lo ha reemplazado por métodos más “sutiles”. Esto no significa que el imperialismo rechace el uso de la fuerza, y vaya que lo ha demostrado en Libia, por ejemplo, sino que implica un uso preferente de la guerra cultural, mediática, biológica, digital, etc., así como la promoción de fuerzas mercenarias aparentemente independientes que puedan provocar caos y guerras civiles en los países adversarios sin “manchar” la imagen de los verdaderos causantes, que operan desde las sombras. Los grandes capitalistas prefieren actuar desde los gabinetes privados de las grandes corporaciones que controlan, en las cuales no hay democracia que valga ni oposición alguna, pues la voz del mayor accionista es siempre ley y mandato. Estas grandes corporaciones ya “emancipadas” de lastres estatales se han esparcido por el mundo buscando las fuerzas de trabajo más económicas, las regulaciones ambientales más laxas, las materias primas más baratas y los dirigentes políticos más sumisos. Por eso, cuando hoy decimos imperialismo no decimos simplemente “Estados Unidos”, sino que apuntamos a un complejo nudo de relaciones económicas ubicado en la cima de la escala social que, independiente de Estados o Gobiernos, toma decisiones que afectan a toda la población mundial, siempre en contra del interés de las mayorías.

Donald Trump fue un presidente norteamericano que no quiso “dar parte” de la nueva situación y pretendió echar marcha atrás hasta el período previo, en que las corporaciones aun no estaban desconectadas del todo del poder estatal y no podían hacer y deshacer a su antojo “sin Dios ni ley”, como hacen hoy. Debemos comprender que el Estado, incluso en su versión más totalitaria, debe dejar un cierto margen de consenso democrático en que la población aun tenga el poder de decidir. Incluso la apariencia de este poder ya es algo medianamente democrático, porque en política “parecer es ser”, y aunque la democracia ofrecida sea una gran mentira los electores pueden exigir que se cumpla, con gran violencia de ser necesario, como lo han demostrado recientemente en Chile, Ecuador o el mismo Estados Unidos.

Entonces, sabemos que Trump es un capitalista, aliado a otros capitalistas, que por razones estrictamente económicas optó por un modelo de desarrollo “hacia adentro”, que subsidió a la industria productiva (de sus amigos), impuso aranceles a las exportaciones, buscó la soberanía energética destruyendo el medio ambiente de su país (a través del “fracking”, el cual a su vez vuelve temporalmente innecesarias las guerras por petróleo en latitudes lejanas), retiró tropas estadounidenses de ciertos lugares candentes, trató de negociar con viejos enemigos del pasado imperialismo yanqui, y se enfrentó a las corporaciones, en particular a los medios, quienes desataron una campaña de demonización de su persona (hasta el punto de dejarlo como un viejo machista, pedófilo y homofóbico, siendo que en estas materias es igual que Biden, pero este último fue camuflado de buenas intenciones y mucho progresismo moral). Claro está que a los intereses en juego no les importa la opinión de los dirigentes acerca de la cama de sus votantes, sino la forma en que sus posiciones políticas perjudicarán o beneficiarán a sus tasas de ganancia. Trump las perjudicaba y por eso lo sacaron. [4]

Tras la derrota de Trump crece el peligro de una dictadura mundial de las corporaciones sin rostro, ni límites de ningún tipo, ni opciones de subversión eficaz. Por eso vemos a muchos países soberanistas acelerando el desarrollo de “redes sociales” autónomas, de tecnologías de la información producidas internamente, y, por supuesto, de Fuerzas Armadas modernas capaces de enfrentar el nuevo formato de guerra llamado “de quinta generación”, centrado en la intoxicación cultural y la promoción de guerras civiles por “falsas dicotomías” o dilemas laterales, como los hemos llamado. A las corporaciones les urge destruir a los Estados que sean capaces de hacerles frente, se trate de Estados socialistas, capitalistas, o lo que sea. Esto lo han comprendido incluso viejos aliados de Estados Unidos, que usaron el período de Trump para acumular fuerzas y que hoy tiemblan de temor ante el nuevo presidente Biden, cuya encomienda es de todos conocida en los círculos gobernantes. Los grandes oligopolios van por todos, aunque se trate de viejos aliados norteamericanos. La prisa y el desespero por radicalizar su control sobre las mentes y la fuerza de trabajo de la Humanidad es algo notorio, y debe llamarnos a todos los humanistas a la máxima preocupación y a la acción más decidida contra esta nueva forma de imperialismo.

3. BOLSONARO Y LA SOBERANÍA



Debemos profundizar un poco en la anterior frase de “con soberanía todo es posible”, que usamos a propósito de los debates en torno a derechos sexuales. Dijimos que las grandes decisiones políticas debían ser tomadas democráticamente por sus pueblos, en el mayor consenso, y esto no porque sea “correcto moralmente”, sino porque esta es la única forma en que estas medidas políticas tengan arraigo, perduren, se legitimen. Cuando estas políticas aparecen en forma de imposición externa a los pueblos, generan disensiones, caos, guerras civiles, confusiones de todo tipo, y mucha distracción. Cuba, por poner un ejemplo reciente, ha comprendido este principio a la hora de ir haciendo reformas políticas, en plena participación y deliberación popular. En cambio, una medida política impuesta a la fuerza desde fuera quedará siempre como un trauma, como un injerto ajeno que mancha la historia nacional.

El principio de “con soberanía todo es posible” es dialéctico, porque indica la posibilidad y la limitación. En una República Democrática, como también decíamos antes, la apariencia de democracia es, en última instancia, un espacio (mínimo) de democracia, por cuanto puede ser invocado siempre, en todo momento, y en cualquier forma, por parte de los gobernados, y con plena legitimidad, además. Distinto es un gobierno mundial de las grandes corporaciones, por poner otro ejemplo, donde no hay votaciones, ni jueces, ni violencia posible o al menos a la mano, ni principios de ningún tipo. Sobre todo, no existe lo que llamamos posibilidades de subversión eficaz, por cuanto es un poder impersonal, lejano, prácticamente invulnerable y terriblemente rico. Dicho de otro modo, hasta la peor dictadura oligárquica en un país excolonial como lo son Chile o Brasil es un espacio más democrático que la dictadura mundial de un puñado de oligopolios tecnológicos, biológicos y armamentísticos. ¿Por qué? Porque al oligarca local aún se le puede vencer, fundamentalmente. Porque incluso en la peor cloaca que es la llamada “democracia representativa” se abren intersticios milagrosos, posibilidades de subversión eficaz. No así en este otro escenario al que algunos pretenden arrastrarnos, el cual acabaría para siempre con toda noción de democracia o de pensamiento crítico, incluso la más elemental.

Como vimos en Ojo Geopolítico 7, las condiciones de Brasil son excepcionales. En la imagen que abre este capítulo podemos ver la superficie estimada del Acuífero Guaraní, una gran masa de agua dulce subterránea que es la delicia de las grandes potencias. Algunos estiman que es incluso más grande y que se extiende por la Argentina hacia el sur nutriéndose de las nieves eternas de nuestra Cordillera de los Andes. En un mundo con sequías y escasez de agua potable este don de la naturaleza puede volverse un regalo envenenado, y así lo demuestran la cantidad de bases norteamericanas que humillan los suelos paraguayos y brasileños ubicados sobre el Acuífero. Y no sólo soldados, sino especialmente ONGs de todo tipo financiadas por los fondos que ya todos sabemos desde Europa y los Estados Unidos, y que pretenden tomar decisiones a motu propio, acerca del uso del agua, las regulaciones ambientales, etcétera, al margen de los Estados involucrados. El agua dulce ya cotiza en bolsa, como supimos hace poco.

Pero otras dádivas naturales del Brasil también atraen a los grandes oligopolios mundiales, como la Amazonía. Con todo esto de los incendios masivos en la selva (provocados vaya uno a saber por quién) se ha legitimado la idea de que el Estado brasileño sería “incapaz” de proteger este “Patrimonio de la Humanidad” y que sería mejor entregar su control a alguna “institución internacional” supuestamente ambiental o científica y que, como se imaginarán, estaría plenamente controlada por los mismos intereses que ya todos sabemos. La distopía total.

Cuando Lula marcaba primero en las encuestas a pesar de la amplia campaña difamatoria desplegada en su contra, la oligarquía golpista brasileña entró en desespero, y así también ocurrió con sus amos extranjeros. Armaron una operación impresentable para demonizar al PT y le quitaron los derechos políticos al expresidente obrero, con la complicidad de los medios masivos y ciertos jueces corruptos, como Sergio Moro. La violencia y la sensación de inseguridad desatadas tras la crisis económica de 2013-2015 (que fue mundial, derivada de la crisis bursátil de 2008 y que afectó el precio de las materias primas latinoamericanas) y las terapias de shock que la acompañaron tenían en el segundo lugar de las encuestas a un desatinado capitán, claramente no un oligarca clásico, y definitivamente no uno de estos gentlemans con los que se reúnen comúnmente en las altas esferas.

Una suerte de “aparecido” y ajeno al círculo tradicional del poder al que apoyaron por desesperación, porque el premio era demasiado grande: el Brasil, el BRICS, la Amazonía, el Acuífero, Venezuela… y no se podían retrasar los planes con una victoria “de pesadilla” del candidato de Lula, Fernando Haddad. Bolsonaro ofrece placebos para los problemas del pueblo, se disfraza de cristiano, y, montado sobre la campaña de anticomunismo y “antipetismo” armada por la oligarquía (y no por él), gana las elecciones presidenciales.

¿Y luego qué? Pues resulta que es un gobernante “incontrolable” y que no está de acuerdo con ciertas cosas, por ejemplo, con una administración “internacional” de aquello que considera estricta soberanía del Brasil, futuro de su nación. Parece que algunos generales tampoco están de acuerdo. Los últimos eventos políticos que hemos visto es que muchas fuerzas y partidos que lo apoyaron en su momento hoy le han quitado ese apoyo, por ejemplo, los medios de la oligarquía y algunos partidos “derechistas” tradicionales. Por su parte, arrecian en su contra los medios internacionales y las ONGs de siempre. Claramente se encuentra bajo grandes presiones, porque el barco que capitanea es demasiado grande y su carga demasiado preciosa. Obviamente podemos ver que está cediendo en algunas cosas, pero se rehúsa a ceder en otras (por ejemplo, al igual que Trump es un gritón, pero no ha invadido Venezuela hasta ahora). Cuando se discutió lo de la vacuna para el COVID Bolsonaro dijo primero que no la compraría (en una justificable duda ante los laboratorios privados anglosajones, conocidos por tener un triste historial), luego dijo que compraría la vacuna china, y finalmente se la compró a la India. Esta es una jugada clásica llamada “salir por la tangente” porque ante un escenario de extrema polarización global acude a un “tercero imparcial” para no casarse con los polemistas principales. Bolsonaro ha sido sabio también al mantener al Brasil en los BRICS y seguir negociando con Rusia y China cuestiones de Estado. La derrota de Trump ante el candidato de los guerristas “universalistas”, Biden, tiene en una cuerda floja al inoportuno capitán sudaca, pues se trataba de su principal aliado.

En las elecciones municipales de noviembre de 2020 pasaron muchas cosas interesantes. Por un lado, y tal como anticipamos en Ojo Geopolítico 7, el Partido Democrático Trabajista (PDT) se consolidó como el principal partido “izquierdista”, con casi 350 alcaldes, en vez del PT, que bajó a unos 190. Esto deja en una buena posición a Ciro Gomes, el candidato presidencial del PDT, que en un escenario hipotético y similar al argentino podría llevar a Haddad de vice, ya que Lula sigue con sus derechos políticos suspendidos. Un “Frente de Todos a la brasileña”, empero, tendría los mismos problemas que el argentino. Por otro lado, las fuerzas abiertamente bolsonaristas tuvieron un desempeño mediocre, que habla del desgaste al que se halla sometido el gobierno federal (dotado de cuantiosos recursos económicos). “Republicanos”, por ejemplo, el partido de Bolsonaro, obtuvo alrededor de 200 alcaldes. En cambio, los partidos “liberales” y tecnocráticos, aliados carnales del gran capital extranjero, y que fueron justamente quienes le dieron el golpe a Dilma en 2015, fueron quienes salieron mejor parados, pues se benefician de una postura de oposición oportunista a Bolsonaro en medio de la crisis sanitaria, y se presentan con nuevos ropajes de “progresismo” y de reformas, para convencer incautos. Partidos como el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) [5] “Demócratas” (DEM) y “Progresistas” (PRO), muy cercanos al Partido Demócrata y a Biden, sacaron las cuentas más alegres, acercándose a los 1000 alcaldes cada uno de ellos. Esto deja en buena posición a los candidatos presidenciales de estos partidos, todos unos capitalistas del terror, que además cuentan ahora con el aval de la Casa Blanca.

Pocos días atrás se dio la elección de las Mesas Directivas de ambas cámaras legislativas, otro termómetro del momento político que se vive en el Brasil. El MDB y sus aliados se encuentran envalentonados, crecidos, y trataron de ganar la presidencia de ambos hemiciclos con sus candidatos, enfrentándose a los candidatos de Bolsonaro. En una jugada política maestra las fuerzas patriótico-populares (PT, PDT, PCdoB, PSB, REDE y PSOL), además en un acuerdo y coordinación casi total, decidieron apoyar al candidato del MDB en Diputados, y al candidato de Bolsonaro en el Senado, para evitar que una sola fuerza política hegemonizase el Legislativo. Causó gran impresión entre el progresismo simplista cuando los senadores del PT y del PDT votaron por el candidato de Bolsonaro a la presidencia del Senado, y además como parte de una negociación [6]. Los portavoces “petistas”, en palabras llenas de mordacidad y de inteligencia, dijeron que los dos candidatos eran “igualmente oficialistas” y que había que poner primero “la estabilidad de la nación”. Es decir, ambas opciones representan a sectores burgueses, y hay asuntos de Estado que llaman a construir nuevas configuraciones políticas. No es posible determinar todavía cómo se irá desarrollando todo esto rumbo a las elecciones presidenciales brasileñas de 2022.

Notas

[1] Existen personas que militan activamente las corrientes de pensamiento de la clase gobernante mundial, en sus variadas desviaciones. Estas personas difunden estas ideas en redes sociales, en conversaciones de pasillo, e incluso en “memes”, creyéndose expertos en alguna temática. Entablan debates con pseudoargumentos y pseudointerpretaciones que han copiado literalmente de sus maestros oligarcas, para acallar a cualquier disidencia. De estos seres hay dos tipos: los asalariados y los no asalariados. Los unos son, al menos, funcionarios o periodistas bien pagados. Los otros son simplemente estúpidos. A toda esta gentuza nos referimos con el concepto de “mercenarios ideológicos”.

[2] En el descampado se hace difícil ejercer la soberanía, y ya se conocen los antiguos proyectos nazis por crear “una nueva Alemania” en las pampas argentinas, o los más recientes proyectos sionistas por crear “un nuevo Israel” en la Patagonia. Nunca debemos olvidar que “con soberanía todo es posible” y que, si un pueblo decide genuinamente tomar tales o cuales decisiones políticas, debe hacerlo tras una deliberación interna, amplia y democrática, y no por presiones externas (un ejemplo que sirve mucho y sobre el cual volveremos más adelante es el siguiente: fueron las potencias colonialistas quienes impusieron leyes sexuales restrictivas a sus dominios en África, las cuales de tanto perdurar durante décadas se legitimaron y normalizaron. Esa imposición fue tan incorrecta como lo sería el liberalizar las leyes sexuales ahora sin el apoyo de los pueblos, bajo la amenaza de sanciones internacionales o la presión mediática de las ONG norteamericanas. Finalmente, de lo que se trata es de que cada pueblo sea dueño de su destino, para bien o para mal, y que el imperialismo se acabe en todas sus manifestaciones. ¿Cómo se explica que el primer viaje al extranjero del presidente argentino haya sido a la Entidad Sionista o que a pocos días de discutirse el proyecto de aborto haya recibido visitas de lobistas de la Open Society Fundation? en África, las cuales de tanto perdurar durante décadas se legitimaron y normalizaron. Esa imposición fue tan incorrecta como lo sería el liberalizar las leyes sexuales ahora sin el apoyo de los pueblos, bajo la amenaza de sanciones internacionales o la presión mediática de las ONG norteamericanas. Finalmente, de lo que se trata, es de que cada pueblo sea dueño de su destino, para bien o para mal, y que el imperialismo se acabe en todas sus manifestaciones. ¿Cómo se explica que el primer viaje al extranjero del presidente argentino haya sido a la Entidad Sionista o que a pocos días de discutirse el proyecto de aborto haya recibido visitas de lobistas de la Open Society Fundation?

[3] La prueba para esto radica en el famoso “Método Jauretche”. Jauretche fue un pensador popular argentino, de tintes satíricos, un antioligárquico feroz. Jauretche decía que se levantaba todas las mañanas y leía "El Clarín" y "La Nación" (los diarios de la oligarquía de allá, equivalentes a "El Mercurio" y "La Tercera" de acá). Cuando terminaba, pensaba todo lo contrario a lo que ellos decían. El método Jauretche es un razonamiento lógico-matemático que dice así: si "a" (los mass media) sirven a la oligarquía y "a" celebra "b" (tal o cual idea o hecho) entonces "c" (los pueblos, el enemigo ontológico de la oligarquía) está siendo distraído/engañado/confundido/atacado por "a" a través de "b". Nunca falla.

[4] A Trump también le afectó esta otra gran verdad: ningún dirigente puede sostenerse por sí solo, aunque sea billonario, y sin un movimiento popular organizado terminará irremediablemente aislado y derrotado. Por el camino del personalismo y la demagogia no se puede sostener un proyecto que enfrente eficazmente al proyecto del gran capital.

[5] Michel Temer, del MDB, era vicepresidente de Dilma cuando la traiciona y le da el golpe, para luego implantar las terapias de shock que tienen al Brasil en su actual situación. Para mantener los delicados equilibrios políticos y las esquivas mayorías legislativas, tanto Lula como Dilma pactaron gobiernos integrados con sectores de la burguesía, entre ellos el MDB, DEM, PRO, y otros en su momento. Error craso, pues son estos partidos quienes encabezan el golpe de 2015, bajo órdenes de la CIA.

[6] El PT obtuvo la tercera secretaría del Senado y las presidencias de las comisiones de Medio Ambiente y de Derechos Humanos, precisamente dos temas que atañen a la actualidad del Brasil. El PDT obtuvo una suplencia en la Mesa del Senado. Esto es así porque el PT sigue siendo la mayor bancada “izquierdista” en ambas cámaras, por las pasadas elecciones.