El 18 de octubre de 2019 fue una fecha que quedará marcada para siempre en la historia de Chile. Hoy muchos se desentienden del periodo definiéndolo como un hecho negativo o un fracaso, pero hay que analizar una panorámica pragmática y reiterar que un fenómeno como el estallido o reventón social era inevitable. No había que ser un genio para vaticinar que este estallido social se estaba gestando hace unos años. Las grandes movilizaciones, el vencimiento de un sistema para muchos insoportable, y el descontento generalizado contra la administración política de Chile daban luces de lo que se venía.
La imbecilidad reaccionaria
Las conclusiones reaccionarias surgen de las impresiones inmediatas, de las observaciones superficiales, sin la más mínima reflexión sobre las causas de los hechos. Para el reaccionario, una micro quemada, o una barricada son situaciones “intrínsecamente malas”, no entiende la razón de los actos, y por lo mismo, es presa fácil de los conspiracionismos simplistas, de los reduccionismos deductivos que tratan de entender las convulsiones sociales desde la “intervención secreta”, “la mano negra súperpoderosa” que mueve los hilos, pero no, todo eso es falso. Las agrupaciones, los Estados, las naciones, los sistemas políticos, monarquías, y toda clase de orgánicas colapsan desde sus núcleos, se debilitan por diversos motivos y hasta provocan las condiciones de su propia extinción. En Chile el descontento público se había hecho norma en numerosos sectores. Basta recordar grandes manifestaciones como la revolución pingüina o las marchas contra las AFP, entre otras. Los 30 pesos solo fueron la gota que rebasó el vaso.
El idealismo infantil
Por otra parte, hubo y existen quienes creen que la mera voluntad emocional, la protesta por la protesta, el huelguismo acéfalo, las actividades culturales bastan para concretar un proceso transformador o una revolución. Comprobamos que el espontaneísmo no sirve y por lo mismo históricamente todo anarquismo siempre ha quedado en nada. La destrucción de los espacios públicos no es más que la ira desatada y generalizada que con extrema impotencia, se manifiesta de forma ludista, pero sin resultados efectivos, pues el descontento no se enfoca de manera estratégica contra los pilares y gerentes del sistema.
Hay ineptos para quienes toda orgánica de destacamento o jerárquica es “fascista” y esos son un lastre para los procesos transformadores reales. Básicamente donde no hay un grupo avanzado-cohesionado con capacidad de darle forma al movimiento de las masas, no hay posibilidad alguna de triunfo. Los estallidos son fácilmente disolubles, desarticulables, se agotan (como pasó en Chile) pero era de esperarse. Ahora, el hecho de que no existan fuerzas políticas revolucionarias auténticas hoy, no significa que no existen mañana, ni tampoco implica que no surjan más estallidos y procesos complejos, difíciles. Las condiciones siguen variando y todo nos dice que las revueltas retornarán.
De procesos como el estallido social no es posible desmarcarse
El estallido social es el ejemplo claro de que posturas ambiguas y cobardes como las terceras opciones de “ni aquí ni allá”, los centrismos o las posiciones apolíticas son espejismos. En estos tránsitos convulsos todos los participantes de la sociedad tienen que asumir un puesto en favor o en contra de lo establecido, sufriendo todas las consecuencias materiales de la realidad. La lucha por el poder no deja espacios para el desentendimiento.
¿Entonces por qué no fue malo el estallido?
Simplemente porque según lo expuesto, era inevitable y está más allá de cualquier parámetro moralista. El sistema que impera en Chile es un castillo de naipes más tambaleante que una fortaleza irrompible. Recordemos que nuestro Chile sigue siendo un país desindustrializado, no completamente desarrollado, con pésima distribución de los recursos, demasiado centralizado, casi nulas políticas de desarrollo económico-social en regiones (nacional) y crudos problemas sociales que no parecen tener solución en el corto plazo, sensación de inseguridad grave. Sumémosle a eso los casos políticos y económicos de corrupción descarada. Esto sigue siendo ingrediente para el descontento público y la reproducción de nuevas manifestaciones futuras. Pueden cambiar las formas y motivaciones de los estallidos pero no la fuerza del mismo.
También debemos tomar estas coyunturas históricas como un aprendizaje crudo pero certero de cómo funcionan las transformaciones y el poder. Entonces lamentarse por los resultados desfavorables del estallido, donde todo parece continuar igual o peor que antes, no tiene sentido, por el contrario, nos otorga más herramientas para el porvenir, anticipar lo que viene, saber que hacer, para una batalla que está lejos de acabar.
1. Contexto histórico
El 18 de octubre de 2019 marca un punto de inflexión en la historia contemporánea de Chile. Lo que comenzó como una protesta estudiantil por el alza de 30 pesos en el pasaje del Metro de Santiago, se transformó rápidamente en un levantamiento nacional contra décadas de desigualdad estructural.
En la historiografía de Gabriel Salazar, el hecho se interpreta como una rebelión popular contra el modelo neoliberal impuesto desde la dictadura y profundizado durante la transición democrática. Las masas populares —trabajadores, estudiantes, pobladores, mujeres, pensionados— irrumpieron como sujetos históricos que exigían dignidad, justicia social y participación real.
Salazar sostiene que este tipo de irrupciones son expresión del “pueblo plebeyo”, que históricamente ha sido marginado del poder político y cuya acción surge cuando las élites no dan respuesta a las necesidades sociales. En ese sentido, el 18-O se inscribe en una larga cadena de “insurrecciones de los de abajo” que van desde la Colonia, pasando por las huelgas obreras del siglo XX, hasta las protestas estudiantiles de 2006 y 2011.
2. Perspectiva sociológica
Desde la sociología, el estallido puede entenderse como una crisis de legitimidad del sistema político y económico chileno. La sociología crítica, influida por pensadores como Pierre Bourdieu y Manuel Castells, describe el fenómeno como el colapso de un modelo de dominación simbólica sustentado en el consumo, la competencia individual y la promesa de movilidad social que nunca se cumplió.
El discurso del “Chile modelo” se desmoronó frente a una realidad de endeudamiento, precarización laboral, pensiones indignas, segregación urbana y desigualdad educativa. Las masas populares, que habían sido despolitizadas por décadas de individualismo neoliberal, recuperaron el espacio público como escenario de acción y reivindicación. La consigna “No son 30 pesos, son 30 años” simbolizó esta acumulación de malestar.
3. ¿Por qué “fracasó”?
El fracaso del proceso posterior al estallido tiene múltiples causas:
- Ausencia de conducción política popular.
- Cooptación institucional mediante el Acuerdo por la Paz.
- Fragmentación social.
- Violencia y criminalización de la protesta.
- Proceso constituyente frustrado y desconectado de las bases.
4. ¿Qué faltó?
Faltó unidad de clase y dirección política popular, una articulación entre los movimientos sociales y un proyecto de Estado alternativo. También faltó educación política y memoria histórica, herramientas que permitan transformar la protesta en poder social permanente.
En la visión de Salazar o Pérez Soto, el estallido fue una “revuelta sin conducción”, donde el pueblo actuó como sujeto histórico, pero sin conciencia orgánica de poder constituyente real.
5. Consecuencias sociales y políticas
- Repolitización del pueblo.
- Crisis de las élites.
- Emergencia de nuevos liderazgos sociales.
- Mayor conciencia de clase y derechos.
- Crisis de legitimidad de la Constitución de 1980.
6. Lo positivo: lo que marcó al pueblo
A pesar de su desenlace, el estallido social devolvió dignidad simbólica a las masas populares.
- Recuperación del espacio público.
- Cultura popular y resistencia.
- Memoria histórica activa.
- Transformación subjetiva y política de las personas.
7. Conclusión
El 18 de octubre no fracasó del todo: fue un triunfo cultural y moral del pueblo, aunque políticamente inacabado. Parafraseando al profesor Gabriel Salazar, “El pueblo no fracasa; el pueblo aprende”. El estallido marcó el inicio de una nueva etapa de conciencia social, donde las masas populares redescubrieron su voz, su memoria y su fuerza colectiva.