Recientemente observamos un brote de chauvinismo producido en medio de un enfrentamiento de fútbol entre equipos de Chile y Argentina. No pretendemos extendernos aquí sobre los “códigos” del lumpenaje barrabrava (El que a hierro mata a hierro muere) ni tampoco sobre los penosos hechos de violencia ocurridos en este renombrado partido, discutiendo inútilmente sobre quien fue el culpable principal, sino enfocarnos en la explosiva odiosidad chauvinista mutua que se expande a partir de acontecimientos como éste.
Suelen sacarse a flote rencillas históricas de la década del 1978-1982, olvidando que en aquella coyuntura ambas naciones eran gobernadas por dictaduras ilegítimas, es decir no por la voluntad soberana de los pueblos. Actualmente tanto Chile como Argentina tienen gobiernos liberales (una centro-izquierda liberal representada por Boric y un populismo libertario derechista representado en Milei) que con todas las disyuntivas y particularidades no dejan de conformar un problema histórico del continente: La crisis de representatividad popular y soberana. El chauvinismo muchas veces ha servido como herramienta de gobiernos que enfrentan crisis de respaldo popular, para buscar y culpar a “un enemigo externo”. Muchos en Chile reirían al creer que Gabriel Boric esté planificando una estrategia bélica expansionista, pero como vemos en la imagen, pueden haber sujetos en la nación trasandina que crean en estas cortinas de humo.

No hay que dejarse arrastrar por las emocionalidades de las muchedumbres, ni por las informaciones sensacionalistas de los mass media. Las “calenturas” de los juegos deben quedarse en la cancha. Hay que estar por sobre estos sucesos para comprender más allá de los espejismos, no perdiendo el sentido de la realidad, apuntando contra las vértebras de todo aquello que genera los grandes problemas de nuestros pueblos.