Por Jorge Astete

El capitalismo global, en su forma más avanzada, ha dado lugar a una estructura económica y política donde las naciones ya no son dueñas de su destino. Como escribió Marx en El Capital (Tomo I):

“El capital tiene un solo instinto vital: crear plusvalía, y lo hace sin consideración por la salud o la duración de la vida del trabajador, a menos que la sociedad lo fuerce a ello.”

Esta búsqueda incesante de acumulación ha llevado a la absorción de economías enteras dentro de un sistema financiero transnacional, subordinando a los Estados y destruyendo cualquier barrera que impida la reproducción ampliada del capital. La globalización neoliberal ha perfeccionado este mecanismo, eliminando regulaciones nacionales y concentrando la riqueza en manos de élites supranacionales.

Sin embargo, el modelo unipolar está en crisis. Su desgaste se expresa en la emergencia de grandes espacios civilizatorios, donde naciones con autonomía estratégica desafían la hegemonía del capital financiero internacional. Aleksandr Dugin plantea en Teoría del Mundo Multipolar:

“El mundo multipolar no es solo una redistribución del poder, sino el resurgimiento de civilizaciones que deben estructurar su propio destino en oposición a la uniformidad impuesta por Occidente.”

Este proceso abre una oportunidad histórica para Sudamérica: la posibilidad de romper con su inserción subordinada en la economía mundial y reconstruirse como un gran espacio soberano, capaz de centralizar su capital y desarrollar un modelo autónomo. Sin embargo, esta tarea exige una comprensión profunda de su estructura productiva y del papel de la renta de la tierra en su dependencia histórica.

Sudamérica y la Renta de la Tierra: Entre la Dependencia y la Soberanía

Rosa Luxemburgo, en La Acumulación del Capital, mostró que el capitalismo necesita constantemente nuevas economías para expandirse, pues dentro de sus propios límites no puede sostenerse. Sudamérica ha sido históricamente uno de los espacios clave para esa expansión, funcionando como una fuente de materias primas y una plataforma de extracción de plusvalía.

Aquí entra en juego el análisis de la renta de la tierra, una de las formas más cruciales de apropiación de plusvalía en la región. Como explica Juan Iñigo Carrera, la renta no es un simple excedente, sino un mecanismo de control sobre el destino económico de un país. Marx lo describió con precisión en El Capital (Tomo III):

“La renta del suelo es la forma en que el capital monopoliza la naturaleza, extrayendo plusvalía sin intervención directa en la producción.”

Sudamérica, al poseer suelos de alta fertilidad y enormes reservas minerales, genera una renta diferencial y de monopolio que, en teoría, podría servir como base para un modelo de desarrollo soberano. Sin embargo, históricamente, esta renta no ha sido apropiada por los Estados nacionales, sino que ha fluido hacia:

1-El capital financiero internacional, mediante el endeudamiento externo y la fuga de capitales.

2-Empresas transnacionales, que se benefician de la explotación de los recursos naturales sin reinvertir en el desarrollo regional.

3-Burguesías locales dependientes, que actúan como intermediarias del capital extranjero, en lugar de fortalecer estructuras productivas autónomas.

El resultado es un modelo extractivista dependiente, donde los países de la región venden materias primas baratas y compran manufacturas caras, perpetuando una balanza de pagos negativa y reforzando su rol periférico en la economía mundial.

Desde la teoría multipolar planteada por pensadores como Dugin, esto no es solo un problema económico, sino un problema geopolítico y civilizatorio. La subordinación de Sudamérica no se debe solo a su especialización productiva, sino a la ausencia de un proyecto político que articule su identidad como un gran espacio autónomo.

Identidad y Soberanía: Construcción de un Gran Espacio Sudamericano

Para romper con esta dinámica, Sudamérica debe afirmarse como un bloque civilizatorio, estructurando su identidad no solo desde lo cultural, sino también desde lo económico y geográfico.

En este sentido, la identidad no puede ser entendida como una simple construcción cultural abstracta. La identidad es producto de las condiciones geográficas, de la estructura productiva y de la lucha de clases. Como señaló Marx en La Ideología Alemana:

“No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

Dugin plantea un principio similar cuando afirma en La Cuarta Teoría Política:

“La identidad no puede reducirse a lo cultural; debe ser una fuerza política que estructure la soberanía y el desarrollo de un pueblo.”

Sudamérica, para convertirse en un gran espacio autónomo dentro del mundo multipolar, debe reconstruir su identidad en torno a tres pilares fundamentales:

1-Soberanía económica: La renta de la tierra debe ser centralizada en el Estado y utilizada para financiar una industrialización soberana.

2-Unificación política: Sudamérica no puede fragmentarse en disputas locales; necesita estructuras regionales que defiendan sus intereses comunes.

3-Fortalecimiento de la clase trabajadora: Sin un proletariado organizado, la soberanía solo será una transferencia de poder a nuevas oligarquías.

La multipolaridad es el espacio de posibilidad para este proyecto, pero su consolidación depende de la capacidad de los pueblos sudamericanos para disputar el control del capital y estructurar un modelo de desarrollo propio.

La Clase Trabajadora como Sujeto de la Multipolaridad

El mundo multipolar no será una revolución automática. La caída del unipolarismo no significa que las naciones obtendrán su soberanía de forma pasiva. Es necesaria una lucha política, económica y social para recuperar el control sobre el capital y definir el destino de los pueblos.

Por ello, la clase trabajadora del siglo XXI debe asumir su rol histórico en esta transformación. La soberanía económica sin justicia social solo será una restauración de nuevas élites. La tarea es articular un modelo de desarrollo soberano donde la renta de la tierra y el capital sean herramientas para la emancipación de los trabajadores.

“El proletariado debe constituirse en clase dominante para romper definitivamente con el orden establecido” (Manifiesto Comunista).

“El mundo multipolar solo será posible si las naciones recuperan el control de su destino, en oposición a la hegemonía del liberalismo” (Teoría del Mundo Multipolar).

Sudamérica tiene ante sí una oportunidad histórica. La multipolaridad no es solo un reordenamiento de poderes globales, sino el espacio donde puede reconstruirse como una civilización soberana, con una identidad propia y un modelo económico basado en la justicia social.

La tarea es clara: destruir el modelo extractivista dependiente, centralizar el capital en el Estado y estructurar un gran espacio sudamericano donde la clase trabajadora sea el sujeto histórico del nuevo orden geopolítico.

El mundo unipolar está en crisis. Es hora de que Sudamérica tome su lugar en la historia.