Hace más de 100 años, Lenin escribía su famoso libro sobre “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”. En dicha obra se dedicó a criticar los elementos más idealistas y dogmáticos del movimiento comunista. Hoy en día, sus palabras hallan eco en la lamentable situación de los diversos movimientos de “izquierda” y sus dirigentes, dentro del campo político chileno y en general, de todo el llamado “mundo occidental”.
No obstante, ya se ha hablado mucho de las numerosas falencias de la “izquierda” hegemónica. Esta columna se enfocará, en cambio, en hablar de una dolencia política distinta, una que, a pocos días de la segunda vuelta electoral, está cobrando bastante notoriedad: la apología al sub-desarrollismo.
Hace unos días, el candidato Gabriel Boric del pacto Frente Amplio, hizo pública su propuesta de modernizar las redes de ferrocarriles existentes en nuestro país. Ésta, propuesta, no tiene mucho de novedosa, puesto que ya había sido esgrimida con anterioridad por Alberto Mayol, y proclamada en la historia por otras fuerzas políticas pro-industriales. Lo cierto es que nuestro país, dada su extensión geográfica, requiere de una red avanzada de ferrocarriles que sirva como principal medio de comunicación y transporte a lo largo y ancho del territorio nacional (léase “Por la Reconstrucción de Chile: Ferrocarril Nacional”).
Lo interesante de este suceso, fue observar la reacción de los representantes del gremio de camioneros. Tras las declaraciones del candidato Boric, no se hicieron esperar las palabras del dirigente Sergio Pérez, quien, de forma lastimera, casi con lágrimas en los ojos (“de cocodrilo”, por cierto) anunciaba desde el Palacio de la Moneda, "Se nos quiere reemplazar a los camioneros de Chile por ferrocarriles del Estado"(sic).
No hace falta hacer mucho esfuerzo para recordar el rol que un sector importante del gremio de camioneros jugó en la desestabilización del gobierno del Presidente Allende en los años 70, actuando como fieles representantes de los intereses de la oligarquía apátrida. Tampoco olvidamos como durante los gobiernos de Bachelet y Piñera, estos mismos sectores monopólicos han recurrido en prácticas matonescas, de intimidación, chantaje, si es que no podemos calificarlas como “terrorismo” propiamente tal. Estamos hablando de bloqueo de carreteras, violencia contra camioneros que no adhieran y acciones similares.
Más allá de los camioneros mismos, lo que se muestra acá, es algo mucho más profundo: la mentalidad sub-desarrollista, que es común a toda la oligarquía financiera y política en este país.
Este sub-desarrollismo, está bastante bien encarnado en la candidatura de José Kast, como ya lo señalé en mi artículo anterior “Serenos y Resueltos”), al mismo tiempo que trae consigo, como una suerte de inmundo escudo protector, toda la herencia portaliana del “peso de la noche”, o, como bien lo expresa nuestro camarada Luis Bozzo, se caracterizan por ser: “ultramontanos religiosos conservadores y mercachifles usureros monopólicos unidos en la naturaleza del desierto; porque avanzan depredando toda vida e imponiendo el reinado de la mentira con artilugios y brutalidad”.
La mentalidad del sub-desarrollismo ha sido inherente a la oligarquía desde antes de las guerras de independencia. Este patrón ha sido frecuente en toda América Latina, pues José Carlos Mariátegui observó con bastante asertividad que, a diferencia de las burguesías industriales en el viejo continente, nuestra oligarquía, principalmente latifundista y mercantilista, se dedicaba a las poco innovadoras actividades rentistas, extractivistas y comerciales. En consecuencia, nuestro continente vio muy poco de los avances de la modernidad industrial propias de sociedades más tecnológicas. Por lo consiguiente, en nuestro hemisferio, sería difícil decir que vivimos en un “mundo moderno”, ni mucho menos hacer llamados a “rebelarnos contra el mundo moderno” en el tercer mundo, como hacen algunos alucinados que no saben contextualizar ciertas lecturas. Debemos comprender la realidad.
El problema de sectores de la izquierda liberal, presa todavía del infantilismo del que hablaba Lenin, es que abandonó la vía del desarrollo industrial para adoptar posturas en el sentido opuesto, que también son sub-desarrollistas, principalmente desde el ecologismo mal planteado, sin una visión antropológica, planificada, ni comunitaria, reducido a un mero conservacionismo pasivo, y un pseudo-naturalismo que no asegura el desarrollo sustentable y nacional de los pueblos de nuestra América, sometiéndolos a la depredación clásica de monopolios inescrupulosos.
Por otro lado, es muy probable, que más de algún votante de Kast, de los llamados asalariados, o de estratos sociales más pobres, estaría de acuerdo con la creación de industrias, con una economía soberana y que fuese fuente de trabajo y avances científicos al servicio de la patria. No obstante, todo ello, requiriendo de la dirección del Estado y su intervención directa en algunos casos, ya es calificado por la derecha sub-desarrollista como “estatismo”, “socialismo”, “modelo del fracaso” o incluso “comunismo”, mientras de forma hipócrita alaban y se asombran de los sistemas de trenes del llamado “primer mundo”.
Lamentablemente, los años de despolitización cultural de la población chilena, han generado consecuencias, y el votante promedio, rara vez puede comprender un análisis más allá de lo que se ventila en los principales medios de comunicación. Para algunos, Kast seguirá siendo “el candidato del orden y la estabilidad”, quien evitará que “Chile caiga en la ruina”, sin saber que bajo el maquillaje y la pintura de la falsa imagen del “Milagro Chileno”, estamos viviendo en la podredumbre más abyecta.
Chile tiene una sola salvación, y esa salvación viene del pueblo mismo.