Por Fernando Vidal

Estudié en el Liceo Enrique Molina Garmendia de Concepción en la generación que egresó de cuarto medio en el 2004. Mi curso era el 4F, el cual tenía fama de albergar a los peores alumnos del liceo, ya sea por comportamiento, o bien, por desempeño académico. En esa época, los cursos, sobre todo en liceos municipales con tanta cantidad de alumnos, se clasificaban del A a la letra que alcanzaran. El A era el "mejor" o, mejor dicho, los que mejor pudieron adaptarse al sistema educativo al menos durante ese período.

Durante mi infancia y adolescencia me vi inclinado a diversas áreas del conocimiento, pero ninguna de esas opciones consideraba la idea de ser profesor. La razón para mí era muy simple, odiaba ir al colegio, odiaba tener que hacer tareas y de alguna forma intuía que los profesores tampoco disfrutaban lo que hacían, lo que desembocaba en unas clases apestantes, en una sala sucia, rayada con garabatos y escenario de fechorías de todo tipo de las cuales alguna vez también fui parte. Aun así, debo decir que no me iba del todo mal, en las asignaturas que requerían al menos algo de diálogo me iba bien. Lenguaje, historia, filosofía. También debo reconocer haber conocido a un par de profesores que destaco del resto por su trabajo- En una época de mi vida tan inconsciente tuvo que haber sido demasiado notorio el sacrificio de ellos como para que me pudiera dar cuenta. Respecto del resto de los profesores que tuve no puedo decir que me hayan marcado en particular, solo que no dejaba de llamarme la atención lo cansados y hastiados que estaban de todo y sin embargo seguían apareciendo todas las semanas, como si de un castigo se tratase, una manda por pagar... Muy poco entendía yo del suplicio diario que significaba tener que levantarse todas las mañanas a rendir para un sistema que ya en esos años se había transformado en una fábrica de consumidores y esclavos.

Curiosamente los últimos años de mi estadía en dicho liceo empezó a germinar en mi un deseo que tomó hartos años en hacerse realidad. La de volverme profesor, según yo, porque quería ser en verdad un buen profesor y no como los que tuve. Yo sabía en lo que me estaba metiendo, la interacción social nunca fue un problema realmente, tampoco me sentía ajeno al espíritu rebelde que impregna a la juventud y en muchos casos, hasta me vi identificado con la idea de ser un agente de cambio social en la labor pedagógica, insisto; aún sin tener claridad. Lo que encontré dentro de este sistema fue: clasismo, representado por la diferencia que hay entre colegios privados, particulares subvencionados y municipales. Mediocridad: Representado de manera transversal a través de una mentalidad cegada por neoliberalismo en donde todos ingresan al sistema educativo pensando en cómo tener más plata en el futuro en vez de nutrirse de conocimientos para la vida y para el trabajo principalmente. Corrupción, representado en la manera como se manejan los recursos provenientes del Estado y del bolsillo de los apoderados, en donde directores y sostenedores aplican en su mayoría a una forma dictatorial y pseudo-empresarial para manejar los establecimientos, donde el Estado es una especie de banco y la Superintendencia solo se preocupa de que los números cuadren. Estos elementos del sistema los pude comprender como una consecuencia de la ideología maldita del capitalista entrometido en asuntos de vital importancia para el pueblo. Cuando se mercantiliza lo esencial, la dignidad se transforma en un bien de consumo prohibitivo para el pueblo, la dignidad es CARA. Pero de todas estas cosas que hacen del sistema educativo chileno una completa mierda lo que más me duele es la poca cohesión de los profesores en cuanto a organización social se refiere para defender los intereses de los trabajadores. Contamos con un Colegio de Profesores que fue creado bajo el yugo de la dictadura, y que, si bien siempre se ha manifestado por ciertas injusticias en los medios o algunas veces en las calles, jamás han tenido un rol preponderante ni menos influyente frente a los ataques del ministerio de educación, muy por el contrario, ofrecen siempre una perspectiva peticionista o de diálogo (nunca entenderé la idea de dialogar con quien te amenaza todo el tiempo).

Esta falta de cohesión se expresa a escalas locales en su baja representatividad, la casi nula sindicalización y dentro de los mismos establecimientos en momentos en donde se necesita unión para presionar por ejemplo por mejores condiciones laborales y salariales. Los directores y sostenedores usan a sus perros de caza que generalmente están en puestos intermedios para sabotear la organización, actuar como capataces y al mismo tiempo ser ellos mismos presionados con perder sus empleos si no cumplen. Esto transforma el sistema educacional en un espacio de abusos laborales constantes con la consecuencia de tener a muchos profesores enfermos a nivel psicológico y/o psiquiátrico. LOS PROFESORES debemos actuar como agentes políticos con una postura clara y explícita en contra de la opresión intelectual y material que este sistema nos impone.

Atrás debe quedar la época en donde se nos decía que nosotros no podemos opinar porque debemos ser "ejemplo", o bien porque influiríamos en las ideas de los jóvenes. ¿Acaso no influimos al mostrarnos como entes sin opinión y sumisos ante las injusticias? eso también es un mensaje bastante claro y los jóvenes estudiantes lo entienden, éste dice: "no puedo ser yo porque si no me echan". Qué "curioso" que un sistema educativo al amparo de quienes se autodenominan liberales o libertarios, sea en realidad una cárcel mental y espiritual de la cual ni profesores ni alumnos pueden salir. Los profesores debemos identificarnos con nuestra clase y empezar a trabajar ideológicamente junto a los jóvenes de manera mucho más explícita, para crear en ellos la conciencia de que patria y pueblo es una sola cosa, y que esta educación no es la nuestra si no que ha sido impuesta por la Oligarquía que perpetua su poder gobierno tras gobierno.