Por Luis Bozzo

Introducción

Este texto tiene como objetivo principal refutar desde el Nacionalismo de la Praxis (desarrollado por el Círculo Patriótico de Estudios Chilenos e Indoamericanos), algunos de los pilares doctrinarios del nacionalsocialismo chileno (nacismo) de Jorge González Von Marees, como su concepción de Pueblo, Estado y noción de la Historia. Por lo demás, este escrito no pretende realizar un análisis moderado, sino entablar un ataque ideológico certero, cuya finalidad es demoler estos baluartes conceptuales, reivindicados incluso en la actualidad por las diversas caras del nacionalismo reaccionario, que muchas veces pretende autonombrarse revolucionario.

Desarrollo

Mao Tse-Tung dijo: “Ningún partido político puede conducir un gran movimiento revolucionario a la victoria si no posee una teoría revolucionaria, un conocimiento de la historia y una comprensión profunda del movimiento práctico”.

Es decir; una colectividad que pretenda disputar el poder político, debe construir una articulada teoría revolucionaria, presentar un profundo conocimiento de la historia, y además comprender y ejercer la praxis. Es sabido que González Von Marées fracasó en estas tres dimensiones, como claramente se expuso en los testimonios inéditos del libro biográfico: “El Jefe”, escrito por su sobrino, y como podemos corroborar en las propias obras de González y el Ideario Nacista.

Con los años González Von Marées terminó finalmente reconociendo la lucha de clases, y abiertamente confesó que fue un error garrafal, haber nombrado a su movimiento como “nacionalsocialista”, por lo que nos abocaremos a desmenuzar sus planteamientos sobre Pueblo, Estado e Historia principalmente.

Jorge González Von Marées señaló sobre el concepto de Pueblo:

“Un pueblo no es solo un conjunto de individuos, sino una amalgama de sangre e historia. (…) Para que pueda hablarse de la existencia de un pueblo, se requiere que sus elementos componentes estén unidos por sangre común y por una historia común, y que estos miembros palpiten al unísono bajo Ios mismos sentimientos y anhelos. Solo los conglomerados que están en situación de presentar esta comunidad de sangre y de historia, se elevan a la categoría de pueblos.”

“En 1810 cuando Chile surgió a la vida independiente, la colectividad humana que poblaba nuestra tierra era indudablemente un pueblo. Había en ella una raza unida y homogénea, formada por la fusión a través de tres siglos, de la raza aborigen araucaria y de la raza conquistadora española.”


Esos párrafos resumen el idealismo especulativo y erróneo de González Von Marées, con respecto a la definición de Pueblo. Busca fundamentar en la mitología de los orígenes homogéneos, la supuesta unidad idealista de sangre y espíritu, pretendiendo desenterrar algún componente identitario que le sirviese para “fortalecer” su acervo de ideas, cuando por el contrario, sabemos que aquello es irrisorio, toda vez que independientemente del origen étnico (muy variado en Chile), el pueblo chileno en su totalidad (clase popular) ya a principios del siglo XX, sufría injusticias y precariedades comunes (Temática que González no analiza, o la releva a lo secundario).

Lo que necesitaba el pueblo –y un nacionalismo popular auténtico-, era del conocimiento propio (conciencia) de sus condiciones socioeconómicas miserables en las que estaba inserto, de su ausencia de soberanía política para determinar el porvenir del país, (un conocimiento de pertenencia de clase y sentido de patria, bajo la premisa de que la patria la construyen los trabajadores, los que ensartan el arado en la tierra, y que los burgueses no tienen patria), para poder organizarse colectivamente y emprender la revolución. No necesita un nacionalismo popular de la masturbación irrelevante del origen racial común; problemática y fetiche que si le interesó con ahínco a la clase burguesa supersticiosa, respecto de fomentar un linaje noble distinguido para ella, buscando títulos nobiliarios -inventados generalmente- entre sus antepasados para presumir y justificar su estrato.

Esa concepción del origen primigenio sanguíneo del pueblo, es propia de un romanticismo alemán con cierta difusión en el Chile de la época, que conocía del proceso de la reunificación alemana y pangermanismo. Ya resultaba una idea recalcitrante en el siglo XX, complemente utilitaria a la oligarquía. Las intenciones de González quizás pudieron ser buenas, y pretendió de forma banal, retomar un tipo de “orgullo nacional”, es decir; sentimentalismo efímero, chovinismo insostenible para articular una teoría revolucionaria de la Praxis. Lo más grave detrás de esa búsqueda del “orgullo nacional”, es promover aquel interclasismo donde perviven los explotadores y los explotados, debiendo estos últimos asumir un destino de servidumbre en nombre de la falsa patria burguesa. ¿Cómo podría haber patriotismo dentro de un territorio donde segmentos sociales parásitos configuran su estatus en base al sudor y sangre de otros “compatriotas”? tenemos aquí como principio, que la sociedad capitalista estratificada, es incompatible con una nación comunitaria, verdaderamente patriota y popular.

Si González pretendía buscar una especie de identidad nacional, entonces cometió otro error, debido a lo ultrajado del concepto “identidad”, totalmente ligado en etimología al liberalismo individualista, perspectivita y definido desde esa teoría (subjetividad de la auto-identificación), como aquella circunstancia de ser una persona o cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras. Observamos que esta definición individualista, es el corazón del progresismo liberal y sus grupos de presión. Incluso si pudiésemos realzar una identidad colectiva, cualquiera sea, recordemos que existen quienes niegan el colectivismo, lo transfiguran y abogan por la identidad individual como verdadera representante del fenómeno, o por el contrario, da lugar a la identificación del “ciudadano global”, ciudadano cosmopolita”. Por lo que forjar una ideología, usando como base la identidad, es volátil, débil, como una casa mal construida, que puede derrumbarse al primer temblor.

Cabe mencionar también que, la “identidad nacional” es elaborada artificialmente mediante el relato histórico, relato que la oligarquía efectivamente promocionó cuando los rotos si les podían ser muy útiles. Ejemplos tenemos varios; como el roto gallardo de Lircay, descendiente del feroz mestizaje español- mapuche, hijo del Chile poderoso, con su Estado portaliano y comandado por hombres de moral inigualable, etc. Aquí otro caso afirmativo de que la identidad, puede conducir a malformaciones utilitarias de múltiples fuerzas, incluidas las de la reacción y enemigos ideológicos como los liberales, pues hablamos de un concepto cuya raíz es el individuo y su distinción respecto de otros.

Nosotros argumentamos que, la identidad simplemente es una consecuencia de la cultura (creación humana), mutable, extinguible y se desarrolla a lo largo del tiempo, constituyendo incluso elementos que indudablemente permiten identificar una cultura popular, pero ello no es esencial para forjar una teoría revolucionaria.

Cuando González habla del sinsentido de una raza homogénea formada por la fusión entre la raza araucana y la raza conquistadora española; cae en un idealismo chovinista del más añejo y sin fundamento, ideas que por lo demás se plantearon cuando no existían estudios científicos de ADN, ni secuenciación del genoma humano. El pueblo chileno está formado por los más variados orígenes étnicos; indígenas y europeos en su mayoría, mediorientales, mulatos y otros (Lo que no tienen mayor importancia para la conclusión de un análisis histórico), todos más o menos entremezclados entre sí, en varias medidas. No nos interesa por tanto, buscar si existe una mayoría mestiza, una mayoría de ascendencia europea, etc.

Incluso si en Chile existiese una especie de “pueblo homogéneo racial” mayoritario, o un reducto de no mezclados, eso no implica que ello sea un factor o motor destinado a empujar un pensamiento que desarrolle la praxis; a diferencia de la comprensión sobre la clase organizada, que si permite concretar un levantamiento, por todos los medios, contra los poderes parasitarios que menoscaban la patria.

Además González, no toma en consideración que la oligarquía (mal llamada aristocracia) durante todo el siglo XIX, buscó diferenciarse y distanciarse en todas las aristas de las clases populares. La caracterizó un profundo apego y admiración cultural y racial por las civilizaciones anglosajonas; al punto de creer que la sangre de aquellos contribuía al “mejoramiento de la raza”, o de pretender que un apellido extranjero de origen europeo (ajeno a España), otorgaba cierta fragancia de altura social. Así se incorporaron a esta fronda aristocrática, apellidos ingleses como Edwards.

El análisis de González Von Marées muestra un total desconocimiento de la realidad histórica del “bajo pueblo chileno”, profundamente arraigado a la tierra, al trabajo, a las asambleas vecinales y su diferencia radical con la pseudo-aristocracia chilena, de naturaleza mercantil, cómoda, hacendada, monopolista, buscadora de nuevas rutas de comercio, internacionalista, cuyo imaginario de la patria; era el de un negocio familiar que pudiesen administrar.

Teniendo eso presente y como dijimos anteriormente, el Jefe Nacista llegó a pregonar en su ideario, un funesto colaboracionismo de clases; adornado en la canción del movimiento con la frase: “Camarada es el obrero, camarada es el patrón”. Basta imaginar lo absurdo de plantear semejante idea en el tiempo presente (idealismo brutal), ¿Camarada del movimiento popular podrían ser Luksic o Angelini? ¿Podrían estos trabajar para el bienestar de la patria? ¿O admitirían ellos un gobierno popular que vaya contra sus monopolios manteniendo los brazos cruzados? Aquella contradicción agudizada entre una fuerza popular-patriótica y los monopolistas acumuladores, cosmopolitas y amantes de sus propios intereses, solo puede llevar al estallido, al inevitable enfrentamiento irreconciliable.

El historiador Gabriel Salazar hizo otra diferencia categórica que por cierto González Von Marées no conocía; la oligarquía chilena jamás ha sido empresaria-productivista, sino mercantil-extractivista, y hoy más que nunca; paladina del retail; compra y venta de mercancía. No hubo casi en Chile, una fuerza empresaria industrial durante el siglo XIX, sino monopolistas de la extracción, que en nada aportaron al desarrollo productivo del país, cuyos gobiernos siempre estuvieron dispuestos en abrir las puertas comerciales a potencias imperialistas industriales como Inglaterra y Estados Unidos, sin inversión interna en bienes de capital.

En síntesis; primeramente no existe en Chile una “raza homogénea”, y en segundo lugar: el supuesto origen común o búsqueda de factores de unidad–incluso si fuese verídico-no resulta en caso alguno, una fórmula efectiva ni un incentivo, ni una causa, para fundamentar una revolución del pueblo contra la oligarquía. La especulación del origen no alimenta una teoría revolucionaria.

En otro apartado publicado en un recopilatorio de sus discursos, González Von Marées nos expresa su admiración por el Estado portaliano y el mito de una aristocracia virtuosa y su trabajo en el curso la historia:

“Por felicidad para nuestra tierra, surgió en 1830 don Diego Portales, el estadista que con mirada de águila comprendió todo el inmenso partido que se podía sacar de este pueblo de pasta magnifica, si se le dotaba de un Estado que interpretara fielmente sus necesidades y anhelos, y que fuera capaz de encauzarlo por la vía del triunfo para transformarlo en el guía de los pueblos de la América española. Portales, con férrea voluntad, con talento superior y con indomable energía logró su objetivo, después de ardua lucha, en la que hubo de dejar su propia vida. Gracias a este esfuerzo sublime, coronado por el sacrificio del hombre que lo había realizado, Chile pudo transformarse, durante casi un siglo, en Ia nación más progresista de la América hispana, para cuyos pueblos pasó a ser un modelo y ejemplo por la virtud de sus gobernantes y la laboriosidad de sus hombres.

“En el periodo comprendido entre 1830 y 1891, Chile escribió las páginas más brillantes de su historia, no solo en glorias militares, sino que en todas Ias actividades del trabajo humano. (…) En este periodo de oro de la historia de Chile, la colectividad nacional estuvo en su forma perfecta, porque el pueblo, con su sangre y su espíritu, se unió a un Estado que pudo escoger sus dirigentes entre una aristocracia dotada de las mas excelsas virtudes y calidades morales e intelectuales.”


Acá podemos observar que González, exalta la rancia perspectiva conservadora oligárquica de la historia chilena. El mito del conservadurismo histórico es básicamente el siguiente: En Chile existía una masa popular sin ningún respeto por el orden, y repleta de vicios, en una etapa de caudillajes y anarquía. En ese oscuro panorama, como una luz que rompe las tinieblas, surge una aristocracia espiritual e intelectualmente superior, dirigida por el talentoso estadista de Diego de Portales, extirpando este desorden, y levantando un poderoso Estado impersonal, comandado por hombres de moral elevada, dando estabilidad inigualable a la patria por casi un siglo. Lo evidente y abiertamente sabido es que, Portales jamás fue un estadista, no escribió ningún libro ni tratado, de hecho en sus propias cartas declara que sólo le importan sus negocios y no la vida pública, que lo dejen en paz las putas de Santiago, refiriéndose a los políticos ¿Dónde estuvo su patriotismo? (Te puede interesar el artículo "Portalianisno: Núcleo del Nacionalismo reaccionario chileno")

Fue un monopolista del estanco, organizando su propio bando de socios comerciales y amigos (los estanqueros) para financiar un ejército irregular y derrocar al Gobierno constitucional, que de anárquico no tenía nada. En la Constitución de 1828, se estaba dando comienzo a la democratización de la vida política, con mayor participación popular y regional. Además la Constitución oligárquica de 1833, impuso que solo los hombres de elevada posición social pudiesen ser ciudadanos, ser elegidos y tener derecho a voto.

La constitución de 1833 fue un triunfo de la clase oligárquica, y la imposición de un sistema vertical en el que, el pueblo chileno quedaba aplastado, erradicado de la vida política, tomando en consideración que para el verdadero nacionalismo popular; el pueblo es el único exponente y soberano de la patria. (Nuevamente la contradicción entre los intereses de las clases, generó un conflicto irreconciliable como lo fue la guerra civil de 1829). La historia social, con autores como Gabriel Salazar o Julio Pinto; desbaratan el mito del pueblo vicioso, sin orden. Pues a inicios del siglo XIX, fuera de la cultura del peonaje, había una clase popular muy numerosa, con cierta autonomía económica rústica, familias de profesiones modestas, mineros, pescadores, militares de bajo rango, labradores, artesanos, etc.

Recordemos también que si de algo carecía la “aristocracia” semifeudal de Chile, era de intelectuales de renombre entre los suyos; por ello se vieron en la tarea de contratar y traer a personalidades extranjeras como Andrés Bello, Claudio Gay, Ignacio Domeiko, Guillermo Blest, Antonio de Gorbea, etc.

¿Dónde está entonces la aristocracia moral e intelectualmente superior que casi por derecho divino debía dirigir el país? ¿Esa es la aristocracia y el Estado del orden que González tomaba como ejemplo para un nacionalismo popular? Era una oligarquía histórica, capaz de conducir a golpes de estado, guerras civiles o guerras externas, con tal de salvaguardar sus intereses económicos.

Acá tenemos otra interpretación funesta e inconexa de la historia, que González Von Marées expone:

“Pero, sobrevino la revolución de 1891. El espíritu liberal, que paulatinamente se había infiltrado en la vieja aristocracia porlaliana, terminó por dominarla y disolverla. (…) Desde el día mismo en que el Presidente Balmaceda, último representante del viejo espíritu de Portales, selló con su muerte el triunfo de la revolución, Chile dejó de estar en forma, dejó de ser una nación. El Estado se divorció del pueblo y el mando del país, que había permanecido durante sesenta años en mano, de sus hombres más ilustres y virtuosos, pasó al poder inconsciente de Ias asambleas políticas”.

Este párrafo no consigue interpretar la veracidad del hilo histórico; es una distorsión de la historia política chilena. En primer lugar, porque lo que demoniza como “espíritu liberal”, son las corrientes del republicanismo clásico chileno (que nada tienen que ver con el liberalismo actual), pregonadas por jóvenes intelectuales de la burguesía disidente como Francisco Bilbao, Santiago Arcos, o José Victorino Lastarria, basadas en la democratización del país, el panamericanismo, descentralización, el fortalecimiento de la participación de las clases populares, etc.

Balmaceda fue atacado precisamente por el congresismo oligárquico, fiel heredero de este germen mercantil estanquero portaliano, que pretendía comercializar y explotar el salitre, contra los intereses soberanos de Chile. González interpreta la caída del Estado portaliano, como un ataque interno de las fuerzas subversivas y liberales. Interpretó la reivindicación política del pueblo, como una degeneración peligrosa destinada a desarmar el Estado. Lo cierto es que este Estado inviable, se desarticuló interiormente y prueba de ello son los convulsivos acontecimientos históricos del siglo XIX.

En 1851 hubo dos revoluciones liberales, una anti-centralista que proclamaba la independencia de las provincias, y otra que se oponía a la presidencia de Manuel Montt. En 1856 en la denominada “cuestión del sacristán”, hubo una revuelta burguesa contra el autoritarismo de Montt, formando una curiosa alianza liberal-conservadora (la clase por sobre los ideales), por la libertad de ciertas cuestiones públicas, además para los ojos de la aristocracia, Montt resultaba ser muy oscuro en pigmentación, realizándole burlas por ello.

Se nos demuestra como la propia oligarquía derrumba la etapa presidencial conservadora, dando pie a la llamada época liberal, con la presidencia de José Joaquín Pérez. En 1859 luego de una crisis económica; el gobierno debió enfrentar la revolución nortina del empresario minero Pedro León Gallo, el que terminó huyendo hacía Argentina. En 1865 comienza la ocupación sangrienta de la Araucanía, emprendida por la oligarquía; para efectos de colonizar con extranjeros el territorio, por motivos económicos, y para exterminar al pueblo mapuche de la zona; por motivos de creer que en esa región, se ocultaban además revoltosos y bandidos, que en alianza con los indígenas (que eran miles), podían iniciar una peligrosa revolución futura contra el Gobierno. Sostenían también que los araucanos, cada cierto tiempo elegían o surgía entre ellos, un toki de gran influencia, que arrastra a todas las comunidades unificadas hacía la guerra. Por ello el Gobierno inició una expedición militar dirigida por Cornelio Saavedra.

Se verifica que ese mito del progreso en orden, propiciado por el Estado portaliano, no es más que cuento conservador, al que adhiere y refrenda González. Lo que González olvidó, así como toda la escuela conservadora de la historia, es que el bajo pueblo de Chile, no fue una masa inerte, siguió siendo partícipe de su propia historia durante el siglo XIX, experimentando las consecuencias del peso de la noche, así como también la importancia de intelectuales varios, que criticaban el supuesto orden patriótico de la Era portaliana.

El Jefe nacista continúa con esta “interpretación degenerativa” de la historia:

“Perdidas sus formas políticas tradicionales, las fuerzas morales internas que daban vigor y consistencia a ese pueblo, se disgregaron; éste se encontró cada vez más débil e indefenso, cada vez más desamparado de una tuición política eficaz, corrompido por la infiltración cada vez más audaz del dinero en sus capas dirigentes y el veneno del marxismo internacional en sus capas proletarias.”

Según esta tesis, no bastó con la intromisión del liberalismo clásico y las subversivas acciones populares, sino que el marxismo internacional vino a instaurar la guinda de la torta, en la decadencia del Estado chileno y la degeneración moral del pueblo.

González Von Marées no toma en consideración, que a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con el inició de las movilizaciones proletarias, no existían en Chile expertos académicos en marxismo, internacionalismo obrero o grandes maestros de esta filosofía; por lo que la izquierda manifestó un fuerte nacionalismo cultural (propio del pueblo) y sostuvo varios postulados ajenos al socialismo científico, tal como lo pronuncia Rolando Álvarez en su trabajo titulado: “Viva la Revolución y la Patria. Partido Comunista de Chile y Nacionalismo (1921-1926)”. Además se tomaron banderas de lucha, que jamás nadie se hubiese atrevido a levantar; como la injusticia explotadora que sufrían los mineros del carbón, la denuncia del siniestro sistema de pulperías, o las condiciones semifeudales en las que vivían campesinos. Todo lo que podríamos denominar como una auténtica lucha nacional-popular.

Conclusiones

González Von Marées sí tuvo algunas conclusiones acertadas; como el hecho de admitir que se debía luchar contra el imperialismo yanky, y que era necesaria una unificación de los países del continente para llevar a cabo esa tarea (aunque pregonando la idea de Chile como país modelo o dirigente). Sin embargo esa conclusión no vale nada, respecto a los múltiples errores conceptuales y metodologías que exhibió el nacismo, cuyas erráticas teorías condujeron a consecuencias catastróficas para su propio movimiento.

Una de ellas fue haber entablado una alianza y confiar en las fuerzas traidoras de Ibáñez, colocando todo el partido a su disposición, provocando posteriormente un levantamiento contra Alessandri, que desembocó en la matanza de jóvenes por las sádicas fuerzas de Carabineros. (Los errores teóricos, pueden tener efectos devastadores o estériles en la realidad, toda vez que la teoría misma, forma parte primigenia de la Praxis, no le es ajena).

Si González Von Marées hubiese adquirido una mejor formación intelectual, desde el principio habría trabajado en un frente popular patriótico, aprovechando el fuerte nacionalismo de los partidos de izquierda de la época.

Desgraciadamente luego de la tragedia, -demasiado tarde- pudo observar de mejor manera la verdadera cara del enemigo, retomando el rumbo de su partido como Vanguardia Popular Socialista, reconociendo la lucha de clases, apoyando la candidatura de Pedro Aguirre Cerda. Lo que vino después en la vida del Ex jefe nacista, no nos interesa para efectos de este artículo.

Curioso es que luego de la matanza ejercida por el gobierno de derecha liberal de Alessandri, hayan sido los socialistas quienes enviaran una corona de flores honorífica dirigida a sus dignos enemigos, con los que habían peleado a muerte en las calles del país.

Bibliografía

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2-Álvarez R. “Viva la Revolución y la Patria. Partido Comunista de Chile y Nacionalismo (1921-1926)”. Revista de la Historia Social y de las Mentalidades. Santiago (2003).

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4-González Von Marées J. “El Mal de Chile (sus causas y remedios)”. Editorial Fontecilla. Santiago (1940).

5-González Von Marées J. “Pueblo y Estado. Discurso”. Editorial Antares. Santiago (1936).

6-Movimiento Nacionalsocialista de Chile. Ideario Nacista. Imprenta Condor. Santiago (1932).

7-León L. “Plebeyos y Patricios en Chile colonial, 1750-1772”. Editorial Universitaria. Santiago (2015).

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9-Tse-Tung Mao. “El papel del Partido Comunista de China en la Guerra Nacional”. Obras escogidas de Mao. Pekín (1976).