Por Luis Bozzo

“Sólo el golpe altivo de fuego del volcán (quiltrapillán; “morada de los antepasados de fuego”) doblega el invencible dominio oscuro de la noche”

-Frase antigua de la sabiduría mapuche

No peleó en las guerras de la independencia pese a tener la edad para enrolarse (muchos burgueses huían de la lucha, pues las armas, el sudor y la muerte, eran para el “perraje”, no para ellos). No escribió ningún libro ni tratados políticos. No participó en la redacción de la Constitución de 1833. Se negó a la solicitud de asumir cargos públicos -incluida la vicepresidencia- declarando que sus negocios particulares eran más importantes. Llamó a violar la Constitución cuantas veces fuere necesario. Detestaba al pueblo y exponía tratarlo con “dureza”. Tenía antecedentes de maltrato y humillaciones con su propia servidumbre. Impidió el retorno de O’Higgins a Chile. Fagocitó de la entrada económica de Estados Unidos al país, favoreciendo su monopolio del estanco. Tuvo hijos no reconocidos. Estafó a sus propios sociales comerciales. Era inestable emocionalmente; pasaba del lamento profundo a la euforia repentina. Influenció el inicio de la Guerra contra la Confederación, no por convicciones patrióticas, sino porque consideraba una amenaza la eventual predominancia del Puerto del Callao por sobre el Puerto de Valparaíso en el Pacifico, situación que saboteaba su negocio de licores exóticos, naipes, té y tabaco (mientras clausuraba ciertos espacios de reunión popular como la chingana), hablamos de Diego Portales y Palazuelos.

“Portalianismo”, es el englobe de lo que representó en el imaginario fantástico la figura de Diego Portales; el Ministro de los “pelucones”, descendiente de la rancia aristocracia castellano-vasca, el mercader monopolista del estanco, enaltecido y mitificado por la oligarquía chilena, al punto de considerarlo el más grande estadista modelo, padre autoritario del “orden”. El propio Estado chileno pasó a conocerse durante el siglo XIX como “Estado portaliano”, estructurado bajo normativas verticales, donde solo la burguesía mercantil, el alto clero de la iglesia católica, la “fronda aristocrática”, tenía derechos políticos, puesto que el bajo pueblo debía ser enderezado, sometido y moralizado por el peso de la noche según ciertas concepciones del mismísimo Portales.

La historia conservadora del siglo XIX elaboró un relato artificial, donde el bajo pueblo era despreciable, vicioso e ignorante, repleto de guachos, rotos y bandidos, mechas tiesas, patipelados. De ahí el apelativo insultante de “pipiolos” con el que se trataba a republicanos, liberales y regionalistas de la época, calificativo que, según Vicuña Mackenna, hacía referencia al sonido de pío-pío de los pollos al pedir granos, para hombres sin posición y de modestos recursos. Este relato plantea que antes del Golpe de Estado estanquero, que desembocó en una guerra civil sangrienta (1829-1830), Chile vivió un periodo de “anarquía”, el cual habría sido borrado solo con la llegada y voluntad legendaria de Diego Portales. Lo cierto es que Portales componía una peculiar facción conocida como “los estanqueros” que, en el fondo, eran monopolistas comerciales, gente de la alta sociedad que antes de 1830 ya conspiraba contra los Gobiernos legítimos, radicalizando sus ataques y confabulaciones luego de que se promulgara la Constitución de 1828; bastante regionalista y asambleísta, con buen apoyo popular. Los estanqueros incluso tenían su propio periódico llamado “El hambriento”, en el que Portales no escribió, pero si colaboró con todo tipo de financiamiento, incluyendo la formación del ejército irregular golpista, por medio del cual finalmente, los poderes monopolistas, reaccionarios y ultramontanos lograron tomar el poder.

Los estanqueros eran declarados centralistas y refrendaban el direccionismo autoritario de la “aristocracia” en el país, la idea de una autoridad fuerte (siguiendo una presunta cultura realista adepta a un ordenamiento de tipo monárquico), y una única moral católica. Consideraron que la concepción de orden era la de asegurar un territorio donde los negocios y la inversión estuviesen a salvo, por ende, la democracia popular y los valores de la república participativa significaban para ellos la “anarquía”. Años anteriores, el negocio del estanco había fracasado debido al contrabando y el mercado negro popular, lo que produjo una ira notable en Portales, siendo este hecho, el que lo llevó a incursionar esporádicamente en la “cosa pública”. Ya sabemos que jamás escribió ningún texto oficial, y todo su “pensamiento” lo conocemos por medio de diversas cartillas, enviadas principalmente a sus socios comerciales, donde expresaba su sentir respecto del país y lo que entiende por orden, política y seguridad. Incluso, en la muerte de Portales, se le atribuyeron frases ficticias que jamás dijo como: “si mi padre conspirara, a mi padre fusilaría”, la cual es una invención del historiador reaccionario Francisco Antonio Encina. Sabemos que las razones que motivaron el motín de Quillota -donde Portales fue fusilado-, se deben al descontento popular que generaba su figura, ya que era culpado de iniciar una guerra inútil en base a sus intereses propios. En pocas palabras, fue ajusticiado en nombre del pueblo.

Portalianismo como enfermedad congénita del nacionalismo reaccionario

Tenemos la premisa de que el nacionalismo histórico chileno siempre fue reaccionario, pues relacionó la defensa de la nación con la defensa de un “Estado portaliano”, asumiendo el relato histórico de la fronda aristocrática como creadora de la nación, el mito fundador del mercader Portales como titán del orden y los valores de una institucionalidad firme e impersonal, lo que resulta una notoria falsificación histórica, denunciada por numerosas escuelas historiográficas, y corrientes de historia diversas, incluyendo las tesis del mismo Sergio Villalobos. Comencemos diciendo que la categoría de “anarquía” para el periodo previo a 1830 está totalmente obsoleta. A estos años actualmente se les conoce como “Periodo de ensayos constitucionales”, pues “anarquía” propiamente no hubo. El problema del nacionalismo reaccionario es que, junto con tomar para sí el relato histórico ultramontano y estanquero, terminó por cerrarse al estudio profundo y especializado del pueblo chileno, los trabajadores, y sus diferencias radicales con el sector compuesto por la oligarquía. Peor aún, forjaron planteamientos ideológicos para nublar estas diferencias esenciales, siempre en desmedro del pueblo, exponiendo una supuesta unidad nacional fundamentada en cuestiones de raza, religión o “chilenidad”, negando que los intereses comunitarios del pueblo, sus concepciones de mundo y necesidades, son totalmente antípodas a los de la oligarquía histórica. Detrás del unionismo, o cooperativismo de clases, se ocultaba la defensa del orden de predominio político-económico de la oligarquía por sobre la clase trabajadora, misma estructura social que ha mantenido a Chile transformado en una nación semicolonial, extractivista, con mercaderes monopolistas y sin industria.

Veamos algunas aseveraciones de nacionalistas reconocidos sobre estos cantos de idolatría respecto de Diego Portales. A continuación un fragmento del líder nacista Jorge González Von Marées sacado de su libro “El mal de Chile”:

“(…) Bastó, por eso, que O'Higgins abandonara el mando, para que la anarquía se enseñoreara de la naciente república. (…) Felizmente, la oportuna intervención de un hombre vino a cambiar por completo la faz de los acontecimientos. Ese hombre fue don Diego Portales. Cuando unos querían contener la anarquía barajando fórmulas jurídicas, y otros se disputaban el mando con fines personalistas, Portales comprendió que el remedio para el mal era otro. Ni engorrosos mecanismos constitucionales, ni caudillos eran lo que en ese momento requería el país. Ni O'Higgins, ni Freire eran los hombres llamados a poner orden en el caos político: lo que urgía, era hacer marchar la máquina gubernativa con abstracción de todo personalismo. En otras palabras, la sola solución posible para conjurar el entronizamiento perpétuo de la anarquía, consistía en infiltrar en la conciencia de la clase aristocrática del país y en el ejército (únicas fuerzas que entonces tenían ingerencia en política) el respeto incondicional al poder constituido, quienquiera que fuese la persona que lo encarnara.

La concepción portaliana no podía ser más simple, y su creador la resumió gráficamente en una sola frase: “el arreglo del resorte principal de la máquina”. Dicho resorte no era otro que el respeto al “Gobierno“, considerado éste como una abstracción. Era ese respeto a la autoridad impersonal e intangible, el que había que inculcar en la conciencia de la clase dirigente y de los jefes militares. En otras palabras, era preciso crear una tradición de gobierno.”


Ahora observemos otra oda a Portales, esta vez del conocido Jorge Prat Echaurren; referente común del nacionalismo chileno:

“La figura severa del Ministro Portales, creador del Estado chileno, de las normas jurídicas de un gobierno fuerte, pero impersonal, de un gobierno cuya fuerza reside en la jerarquía de la ley, que se impone por igual a los débiles y poderosos, a ricos y pobres, está viva en el espíritu que nutre el estilo nacional.”

El propio Pablo Rodríguez Grez, dirigente del grupo reaccionario Patria y Libertad, autodenominado de “tercera posición”, partidario del golpe oligárquico de 1973 declara sobre el portalianismo:

“Tan pronto nacen los partidos comienza a declinar la autoridad presidencial. El sistema institucional ideado por Diego Portales y que se plasmó en la constitución de 1833, fue una creación más sociológica que política. De allí que la aparición y la influencia creciente del partidismo – que comenzó por exigir la libertad electoral y que se refugió en el Parlamento- fuera completamente ajena a su funcionamiento. (…) Es importante fijar el año 1874 como una fecha hito en la evolución política de Chile. Aún cuando no lo dice Bravo Lira, la reforma electoral de ese año transformó nuestra institucionalidad, al conferirle derecho a voto a todos los mayores de edad que sabían leer y escribir, mediante una simple presunción de derecho, según la cuál se entendía que los alfabetos cumplían los requisitos consagrados en la constitución para sufragar.”

Incluso Mario Góngora, buscando una especie de tradición política primigenia, que se habría degradado por el auge de los movimientos populares y sociales, encuentra su relato en la obra portaliana, retratada especialmente por Alberto Edwards Vives:

“(…) la idea de un Estado configurado desde entonces, gracias al pensamiento de Portales, es a mi juicio la mayor y la mejor interpretación de la historia del siglo pasado: la génesis, el auge y la caída de la concepción portaliana estructuran, en la intuición de Edwards, el acontecer nacional desde 1830 hasta 1891 (e incluso, como un crepúsculo, todavía desde 1891 hasta 1920). La concepción fundamental de Portales, para Alberto Edwards, consiste en restaurar una idea nueva de puro vieja, a saber, la de la obediencia incondicional de los súbditos al Rey de España, durante la época colonial. Ahora se implantaba una nueva obediencia, dirigida hacia quien ejerciera la autoridad, legitima en cuanto legal.”

Está demás decir que el pinochetismo, se reconoció profundamente representado por la figura de Diego Portales. Pinochet se vió incluso como una suerte de reencarnación del ex-ministro estanquero, predestinado a reconstruir Chile, aplastar al “enemigo interno”, el pueblo organizado, conjurando el nuevo advenimiento del peso de la noche, cubriendo horrores inimaginables y el triunfo de la infamia, por sobre un pueblo que anhelaba conquistar la soberanía política, para relucir la patria auténtica.

Posteriormente y desde el 1990, todo grupúsculo neofascista chileno autodenominado nacionalista, reemprendió la toma del relato histórico portaliano, el cual expresaba en resumen las siguientes nociones:

1-La aristocracia chilena compuesta por hombres superiores en moral y linaje, salvaron a Chile de la anarquía propiciada por ineptos pipiolos, conspiradores ohigginistas-cesaristas, caudillos, regionalistas y rotos asambleístas.

2-Portales fue un líder y un estadista innato, hombre de carácter superior, padre del Estado impersonal, digno de admirar. La burguesía mercantil necesitaba a uno de los suyos como ejemplar histórico de estadista.

3-Por lo anteriormente dicho, el Estado portaliano es el modelo de Estado que elevó a Chile por el camino del orden y la gloria durante el siglo XIX, cuestionando todo proceso de laicismo, ocultando todo rastro de movimientos populares, los cuales eran de por sí, una infiltración maligna y socialista contra el sagrado orden estanquero-ultramontano.

4-El pueblo chileno, es según el relato portaliano, una masa despreciable que debe ser tratada como súbdita y no como ciudadana con derechos. El pueblo organizado se percibe dentro del orden portaliano, como aquel peligroso “enemigo interno” que es menester aplastar sin importar las consecuencias.

Estos puntos obviamente impidieron que una propuesta nacional-popular, pudiese formar una teoría histórica del pueblo-sujeto, como baluarte y constructor único de la patria, pues continuaron con las farsas de mitos absurdos de la sangre (con todos los trabajos antropológicos, los estudios genetistas, el avance de la ciencia y los conocimientos sobre etnología, no resulta solo extravagante, sino demencial, continuar levantando banderas sobre romanticismos de la sangre), reivindicaciones necrofílicas de fascismos, un anticomunismo reaccionario propio de la guerra fría, exaltación de un catolicismo clerical podrido, apego al occidentalismo, y por cierto, una idealización fantástica sobre lo que se conoce como Estado portaliano. No se trata de negar la eficiencia de un eventual Estado impersonal, institucionalizado, patriota e impulsor de un proyecto nacional de desarrollo general (Estado que podría ser perfectamente articulado por la clase popular), sino de desmitificar que el Estado estanquero oligárquico haya representado esa naturaleza. El Estado portaliano durante el siglo XIX, tiró por los suelos toda iniciativa que pretendiera una revolución industrial en el país, manteniendo el medieval sistema de la hacienda; el dominio de los estancieros.

Si analizamos la historia en profundidad, veremos que el Estado Portaliano se desarticuló por su propia inconsistencia. Asomándose el fin del periodo conservador en el auge del gobierno de Manuel Montt, se vivían momentos tensos entre la propia clase dominante. Vemos la “cuestión del sacristán”, el despreció contra Montt por ser considerado literalmente “muy negro” ante los ojos de una aristocracia pro-anglosajona, revueltas y motines (recordemos las que inició Pedro León Gallo) y el inicio del periodo liberal inaugurado con la presidencia de José Joaquín Pérez.

La patria popular e incluso un nacionalismo republicano popular (poco conocido hasta ahora) se manifestó en el artesanado popular opositor del régimen portaliano. Si revisamos las obras de Santiago Ramos, queda comprobado que el bajo pueblo no buscaba solamente representación sino protagonismo político.

Dijimos que en historiografía, existe consenso sobre el hecho real de que Portales representa un mito efímero, desarticulable, fácilmente refutable. El Profesor Gabriel Salazar dice en una entrevista del año 2009:

“(…) desmitificar el orden portaliano sobre la base de estudiar cuál era su lógica económica, yo no me meto en cuestiones políticas, y queda clarito que es una lógica mercantil, que favoreció la entrada de capital extranjero que expolió y destruyó las fuerzas productivas del país: generó pobreza, miseria y por eso que el primer centenario, que implicó 80 años de vigencia del orden portaliano, fue la época de máxima pobreza en Chile y de crisis de representatividad de la oligarquía. Técnicamente, el orden portaliano colapsó pero lo salvaron entre los militares, Ibáñez, los políticos (Alessandri), engañando al pueblo. Fue una traición brutal al pueblo que estaba haciendo una propuesta de Estado completamente distinta a la que se impuso en 1925 y luego lo vuelven a salvar los milicos con apoyo de los políticos en 1973. La vigencia del orden portaliano ha sido defendida por todos: Alessandri, Pinochet, hasta la izquierda lo rescata.”

En definitiva, todo nacionalismo que reivindique en su totalidad o en parte el portalianismo, representa a la reacción y termina asumiendo un relato histórico de la derecha mercantil y ultramontana, por el contrario, una auténtica fuerza nacional-popular, un verdadero patriotismo del pueblo, debe ser crítico, científico, conocer la historia en profundidad, desechar los relatos y cuentos del enemigo, encontrando la verdad para transformarla en arma de lucha colectiva, pues el peso de la noche es aquella imposición que sobreviene, y el accionar popular, es el estallido del volcán que con su fuego terrible proveniente de las entrañas de la tierra, empuja y extingue la abismal oscuridad.

La discusión no puede remitirse tampoco a la naturaleza del Estado portaliano, sino al estudio que nos facilita desentrañar el ejercicio político que le corresponde históricamente al pueblo. Cabe preguntarse ¿Por qué el Estado chileno actual sigue considerando al pueblo alzado como enemigo interno, merecedor incluso de la cárcel y la muerte? ¿Por qué la casta política define como un “peligro anti-institucional”, el accionar de las asambleas populares y las organizaciones civiles ajenas a los partidos burgueses? Se debe sin duda a que el espectro del portalianismo sigue perviviendo como invocación oligárquica. Es deber de la clase popular exorcizar.

Cuando estudiamos un relato de palpable falsedad como lo es el portalianismo, debemos preguntarnos a quién favorece o que utilidad tiene el mito. Las manipulaciones históricas no son un fenómeno nuevo, y aunque el precio de falsear es la refutación fundada, nada resulta más contagioso y perdurable que las mentiras culturales repetidas por décadas. Ya el hecho de asumir un relato donde un grupo de mercaderes disfrazados de aristócratas espirituales, someten a un “pueblo detestable y vicioso”, sin derecho siquiera a la representación política, debiera sernos sospechoso. La holgazanería intelectual del nacionalismo chileno, no ha realizado ni el mínimo esfuerzo en refutar o criticar tales patrañas, por el contrario, se las ha devorado y el precio de tan patético acto de servidumbre, ha sido terminar trabajando para la derecha, limpiando los platos, sirviendo la mesa, o replicando un añejo nacional-conservadurismo beato llorando las consignas de siempre (no queremos ni hacer mención engorrosa y majadera sobre el fin que tuvo González Von Marées y otros nacionalistas durante el triunfo de Pinochet).

Bibliografía

Libros:

-Arnello M. (Año S/A). “Proceso a una democracia (el pensamiento político de Jorge Prat”. Editorial Imparcial. Santiago de Chile.

-Góngora M. (1981). “Ensayo histórico sobre la noción de Estado de Chile en los siglos XIX y XX”. Editorial La Ciudad. Santiago de Chile.

-Gónzalez Von Marées J (1940). “El mal de Chile (sus causas y sus remedios)”. Talleres gráficos Portales. Santiago de Chile.

-Jocelyn Holt A (2014). “El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica”. Editorial Debols!llo. Santiago de Chile

-Salazar G, Pinto J (1999). “Historia contemporánea de Chile I Estado, legitimidad, ciudadanía”. Ediciones LOM. Santiago de Chile

-Villalobos S. (2016) “Portales una falsificación histórica”. Editorial Universitaria. Santiago de Chile.

Artículos:

-Bravo Lira Bernardino: De Portales a Pinochet [artículo] / Pablo Rodríguez Grez. El Mercurio (Diario: Santiago, Chile) -- mayo 11, 1986, p. E6.

Entrevistas

-Sobre el libro “Mercaderes, empresarios y capitalistas”, Gabriel Salazar se sienta en el mito portaliano (2009). El Mostrador.