La anti-ciencia, un problema político (Parte 1): La necesidad de la alfabetización científica

Por Gabriel Vallejos

Últimamente hemos sido testigos de la proliferación de diversas tendencias, ideologías, creencias y movimientos que, entre otras cosas, se oponen a las ciencias en más de algún aspecto; a veces llegando incluso a ir en forma explícita en contra del consenso científico y pronunciándose abiertamente por la desconfianza hacia las instituciones que basan en éste su actuar. Conocidos son, por ejemplo, los movimientos anti-vacunación, el terraplanismo, varios de los opositores a los transgénicos [1] y a la biotecnología, las teorías de la conspiración, especulaciones metafísicas varias (como asumir que la existencia de alguna entidad abstracta que es causante de todos los males de la sociedad), varias alternativas a la medicina convencional, corrientes filosóficas ultradogmáticas opuestas a la ciencia y un gigantesco etcétera. Estas tendencias se comunican masivamente a través de diversos medios, principalmente internet (redes sociales, páginas web, videos, etc.), así como a través de la televisión y diversos medios de comunicación masivos, llegando a veces incluso a propagarse en las salas de clase de algunas de las más prestigiosas universidades del país.

Las tendencias negacionistas de la ciencia tienen una larga existencia y sus propagandistas han existido desde tiempos inmemoriales, sin embargo, en estos últimos tiempos se han convertido en un problema social importante. Las consecuencias de la Anti-ciencia pueden llegar a ser altamente dañinas para la sociedad, tanto en el día a día de las personas, como en lo que refiere a políticas públicas de salud, medio ambiente, educación, etc. En esta primera entrega de un artículo de dos partes, se abordará la problemática de la anti-ciencia y sus consecuencias sociales, para luego abordar lineamientos de solución, las que se relacionan principalmente con la educación. Además, se explicará en qué consiste la alfabetización científica, cual es su importancia y sus posibles obstáculos.

No cabe duda de que estas tendencias representan un riesgo para la población y para el país en general, lo que las convierte de inmediato en un problema político. Por ejemplo, su efecto pernicioso en la salud de las personas es evidente. Últimamente hemos visto cómo surgen a nivel mundial grupos de personas que se oponen a la vacunación, incluso organizándose con este fin. Esto se ha acrecentado considerablemente con la reciente crisis del Coronavirus y los programas de vacunación masiva que se han derivado de ésta [Leer: Vacunas, Responsabilidad Social y Soberanía en Salud]. Teniendo en cuenta el carácter necesariamente colectivo de las vacunas, que un grupo de personas pueda elegir no vacunarse constituye un riesgo para toda la sociedad. Así mismo, son abundantes los estafadores que, con alguna terapia milagrosa en mano, convencen a personas de dejar sus tratamientos médicos y someterse a sus prácticas, para las que no poseen pruebas ni evidencias que las respalden. Estos son algunos ejemplos de cómo las tendencias anti-científicas pueden representar un riesgo aspectos que van desde las malas decisiones hasta el riesgo de muerte. Sin embargo, el daño ocasionado por estas tendencias no solo ocurre a nivel individual de las personas, sino que también a niveles sociales más amplios. Las tendencias anti-científicas pueden poner en riesgo a todo un país si no se les pone freno.

Un ámbito donde la ciencia es relevante para la sociedad y el país en general, es a la hora de la generación de políticas públicas. Para que una política pública pueda ser exitosa y beneficiar a toda la población y al país adecuadamente (o, de otro modo, no producir daños), debiese estar fabricada teniendo en cuenta la mejor evidencia disponible y estar basada en investigaciones respecto al ámbito donde las decisiones serán tomadas [Leer: Política basada en evidencia]. De lo contrario, las consecuencias podrían llegar a ser nefastas. Lamentablemente, en Chile y el mundo hemos sido testigos de cómo el no escuchar a los expertos ha llevado a efectos perniciosos para la salud de la población (siendo el caso de la respuesta de los gobiernos ante la crisis COVID un ejemplo bastante ilustrativo), para el medio ambiente, para los territorios y para el país en general. Ejemplos abundan en todos los aspectos.

Para que estas consecuencias adversas no ocurran, los sujetos claves que toman las decisiones (que podrían ser los encargados de un área, un grupo de legisladores, una asamblea representativa y mandatada del pueblo, o el organismo que sea) debiesen considerar a la ciencia como un factor importante a la hora de elaborar políticas públicas. Si no la consideran así, entonces probablemente no le darán prioridad a la hora tomar decisiones y terminarán recurriendo a criterios basados en el lobby de algún grupo de poder, en la demagogia, en intereses electoralistas o basados en sus propias creencias. Así como una persona, podría poner en riesgo su vida tomando una decisión influida por alguna tendencia anti-científica, un sujeto clave podría llegar poner en riesgo la vida de muchas personas o la integridad del medio ambiente si toma decisiones políticas importantes sin considerar a la ciencia como un factor relevante. Lamentablemente, hemos visto que esas cosas efectivamente ocurren. Generalmente la opinión informada de los expertos de un área, por ejemplo, la de los científicos, es puesta al mismo nivel (si es que siquiera es considerada) que la de otros grupos de presión. Cómo los científicos sueles estar en desigualdad de condiciones en cuanto a número (lo que implica que dan pocos votos), capacidad de presionar y destreza en temas de lobby, es frecuente que sus opiniones no sean consideradas. Ha ocurrido incluso que los científicos han tenido que salir a protestar para que las autoridades los escuchen, incluso cuando se trata de temas que podrían poner en riesgo a toda la población [2]. Por lo tanto, el negacionismo de la ciencia es un problema con consecuencias políticas importantes que van mucho más allá de las personas individuales, pudiendo afectar a todo el país.

¿Cómo solucionar este problema? Al tratarse de un problema complejo, tanto es sus casusas como en sus consecuencias, las soluciones también serán complejas y multifactoriales. Sin embargo, no cabe duda de que uno de los factores más importantes se encuentra en la educación. Mucho se habla hoy de educación científica y cada vez se le da más énfasis, sobre todo dentro de los círculos científicos. Es así que muchos científicos (sobre todo estudiantes de ciencias) han visto en la divulgación de la ciencia una manera de contribuir con una solución a este problema; tarea que muchas veces hacen en forma paralela a sus estudios y/o su trabajo. Sin embargo, si bien la divulgación científica es útil e importante, dista mucho de ser suficiente. Por supuesto que nadie dudaría de las excelentes intenciones y compromiso social de todos quienes realizan esta tarea, pero hay varios aspectos que observar respecto a esta práctica.

Primero que todo, así como está planteada, se trata de una medida reactiva y no preventiva o que apunte a la solución del problema de la anti-ciencia y sus consecuencias. En gran medida, la divulgación científica sale a la arena informativa en igualdad de condiciones con la anti-ciencia, jugando el mismo juego y con las mismas reglas. El resultado es que se transforma en un producto más en el mercado, en competencia (en un sentido comercial) junto con todo el contenido anticientífico disponible, a lo que hay que sumar toda la gigantesca gama de otros contenidos de todo tipo. Muchas veces, para poder participar de este mercado, se cae en el tener que hacer de la ciencia un espectáculo, un producto vendible capaz de competir con todos los otros productos basados en contenidos, entre los que se incluye la anti-ciencia. Incluso si fuese el caso que mediante este tipo de estrategias se logre “ganar la batalla” a las tendencias anti-científicas en la arena informativa y de consumo de contenidos (algo muy difícil, puesto que suele ser el caso que los defensores de la anti-ciencia tienen muchísima más experiencia y métodos mucho más sofisticados para vender sus contenidos, además de que generalmente poseen fuertes motivaciones de tipo comerciales bastante lucrativas) el problema de fondo aún estaría lejos de ser solucionado.

La divulgación científica suele ser consumida principalmente por gente ya interesada previamente en la ciencia, vale decir, ya convencida de que la ciencia es algo. Sus objetivos suelen ser, en general, lograr que una que otra persona más se entusiasme por la ciencia. Es por eso que, por ejemplo, gran parte de los esfuerzos divulgativos suelen ser dirigidos a niños, con el fin principal de que uno que otro de quienes reciban dicho contenido se interesen por la ciencia y, tal vez, sigan en el futuro una carrera científica. De esto se desprende un segundo problema:

¿Qué pasa con todos los niños y resto de personas que no se interesaron por consumir contenido de divulgación científica?

Es lícito y esperable que no todos se interesen por la ciencia; los posibles contenidos son demasiado diversos, por lo que es imposible establecer como meta de la divulgación científica el que sea consumida por todo el mundo. Por más calidad que tenga y por más exitosa que sea, no puede cumplir el rol de generar una población que maneje contenidos mínimos, o que tome decisiones basadas en ciencias (a lo más, puede aportar a que algunas personas sí lo hagan). Menos aún puede generar que quienes toman decisiones que afectan a otros, como quienes generan políticas públicas, lo hagan basándose en lo que dice la ciencia al respecto. Para que esto sea así, se necesita que toda la población, independiente de cuales sean sus intereses (independiente de si se interesen o no en la ciencia, ya sea como contenido consumible o como carrera futura), esté alfabetizada científicamente.

Para que una sociedad pueda tomar decisiones adecuadamente, tanto a nivel individual de las personas como a nivel de políticas públicas, es necesario que todas las personas, independientes de su profesión, dedicación, intereses y preferencias, estén mínimamente alfabetizadas científicamente y confíen en la ciencia como un aspecto importante. Para lograr esto hace falta mucho más que voluntades e iniciativas individuales y dispersas. No cabe duda de que algunas bien encaminadas podrán generar alguna contribución, pero no serán suficientes por sí solas. Para poder lograr una sociedad alfabetizada científicamente hace falta un plan centralizado y robusto destinado a alcanzar aquella meta, donde la educación, tanto pre-escolar, como escolar y superior, serán pilares fundamentales. Esta alfabetización, con base en la educación en todas sus etapas, ha de ser transversal, vale decir, el objetivo debe consistir en que toda persona que pase por el sistema educacional adquiera un nivel mínimo necesario de alfabetización científica. Esto es necesario, entre otras cosas, porque nunca se sabe quién, de todas las personas que pasan por el sistema educativo, podría llegar a convertirse en un sujeto clave [3] (o un tomador de decisiones políticas en general) en el futuro. Con todo esto tenemos que, una vez más, el problema es político. El alcanzar una sociedad alfabetizada científicamente depende de que el Estado tome decisiones que apunten en esa vía, en el marco de un plan a futuro para el país. De esta forma, la lucha contra la anti-ciencia se convertiría en una de las tantas consecuencias de un programa de educación robusto con miras hacia el futuro del país y su desarrollo.

Sin embargo, los obstáculos para la alfabetización científica y, por lo tanto, para una lucha efectiva contra la anti-ciencia, no solo provienen de los medios de comunicación y de las tribunas que hoy tienen quienes sostienen estas tendencias, o de las nulas voluntades por parte de quienes hoy generan políticas públicas en siquiera tomar en cuenta la opinión de los expertos como algo fundamental. También existen grandes obstáculos para la alfabetización científica en el mismo seno de la academia, donde diversas tendencias anti-científicas han calado hondo y echado profundas raíces en aquella institución dedicada a la generación del conocimiento. Con esto me refiero a una gran variedad de tendencias que se han asentado sobre todo en las escuelas ligadas a las humanidades y las ciencias sociales [4]. Estas tendencias le atribuyen a la ciencia todo tipo de males, se la vincula con el capitalismo, con la explotación, con el colonialismo, con el machismo y quién sabe con qué más. Todas éstas cosas que se presuponen en lugar de ser demostradas en base a estudios (vale decir, son anti-científicos hasta en sus métodos). Usualmente las comunidades de investigadores que las sostienen se organizan en verdaderas burbujas y cámaras de eco, desde donde se niegan a colaborar con otras áreas del conocimiento y generan todo tipo de estrategias para huir del debate con quienes piensen levemente distinto (la más efectiva es la generación de una narrativa en donde cualquier crítica sea causada por la pertenencia a un “enemigo”, el que puede tomar muchas formas según convenga). Sin embargo, desde sus gruesas burbujas son capaces de meter bastante ruido, disfrazar sus ideas de contenido social, moral y político, e incluso a veces llegar a influir en la esfera pública. Por lo tanto, cualquier acción que se tome respecto a la anti-ciencia también deberá tener en cuenta el tipo de investigaciones que se realizan en la Academia, sobre todo el tipo de contenidos que actualmente se transmiten a los estudiantes de diversas carreras [5]. Ahora, es importante destacar que de ninguna forma esto debería consistir en censuras, prohibiciones o intervenciones que afecten las cátedras. Para solucionar este problema es necesario actualizar y diversificar los contenidos y líneas de investigación. Por un lado, es imperante generar estándares de calidad que vayan de acuerdo con el estado del arte internacional en todos los temas. Hoy en día la academia ha tendido, no solo a la diversificación, sino que también a la colaboración entre disciplinas diversas, por lo que el aislamiento disciplinar practicado por los anti-científicos académicos es principalmente producto de su atraso con respecto a los avances del conocimiento. Por otro lado, es necesario fomentar líneas de investigación que obedezcan seriamente a las necesidades del país en el contexto de un plan nacional de desarrollo con miras al futuro. Cualquier plan de alfabetización científica tiene que tomar seriamente en consideración la academia, que es donde se genera el conocimiento y se forman a los futuros profesionales. Todos los profesionales que se formen y trabajen en el país debiesen estar alfabetizados científicamente, independiente del área de la que sean.

Es importante señalar que una política nacional de alfabetización científica, en lo que se refiere a educación (pre-escolar, escolar y superior), debería apuntar no solo a transmitir contenido científico (vale decir teorías), sino que también debiese estar dirigida a la adquisición de habilidades de razonamiento científico y pensamiento analítico [6] en general. Lo importante no es solo que la gente aprenda de memoria pequeños trozos de teorías científicas, sino que además posea herramientas que le permitan ser capaz de distinguir los contenidos confiables de los que no lo son. Además, también debe estar orientado a que las personas desarrollen actitudes positivas hacia la ciencia y que confíen en ésta como un factor relevante e importante para la toma de decisiones. No basta que una persona solo sepa contenidos, lo que de nada sirve si no se sabe distinguir tipos de contenidos o razonar analítica y científicamente. No cabe duda de que todo esto plantea un gran desafío a los programas de educación pública, así como también un replanteo importante a los programas de estudio escolares, a la formación de profesores, al ejercicio de la divulgación científica y al mismo rol educativo del científico en la sociedad, eso por mencionar solo algunas cosas que podrían estar implicadas en un plan orientado a desarrollar la meta de la alfabetización científica. Para poder educar científicamente es importante no solo saber y aplicar teorías científicas, sino que además es necesario saber cómo funciona la ciencia, cómo se desarrolla en sociedad, cuáles son sus límites, cómo interacciona con la política, la economía, la cultura, etc.

lo expuesto en este artículo muestra que la alfabetización científica transversal es una meta necesaria, aunque compleja de alcanzar. Hay muchos factores que deben ser considerado, siendo la educación un aspecto fundamental. La anti-ciencia es un problema sistemático y estructural que va mucho más allá de una que otra persona inventando alguna historia con el fin de vender un contenido en algún medio de comunicación. Para poder contrarrestarla hace falta una política igual de sistemática que aborde todos los factores en juego. Si se alcanza una alfabetización científica mínima y transversal en toda la población, la anti-ciencia habrá perdido parte importante del sustrato donde solía echar raíces. Es cierto que queda mucho trabajo por delante, pero, como se ha mostrado en este texto, el problema es suficientemente importante como para considerarlo una causa prioritaria. Si deseamos aspirar a una sociedad libre, a que el pueblo sea capaz de ejercer su soberanía, a que las decisiones políticas se tomen en forma democrática y que nuestro país alcance el desarrollo y la independencia, entonces es necesario contar con una población alfabetizada científicamente en forma transversal. Para combatir la anti-ciencia no se saca nada con apuntar los dardos en su contra, sino que se hace necesario abordar, en forma sistemática, planificada y a largo plazo, la educación científica y todos los aspectos relacionados con ella.

Notas

[1] Con esto no se está sugiriendo que toda oposición a los transgénicos sea necesariamente anti-científica. podría ser, por ejemplo, motivada por la oposición al monopolio de dicha tecnología por parte de unas pocas corporaciones internacionales, o por oposición al uso de ciertos herbicidas o pesticidas asociados a ciertos cultivos transgénicos. Sin embargo, pasar de estas preocupaciones, bastante lícitas, a oponerse a los transgénicos como tecnología en todas sus aplicaciones, es un salto difícilmente justificable si no es de forma anti-científica. Por otro lado, tampoco se está sugiriendo que los transgénicos siempre sean seguros o que no haya razones para desconfiar de ciertas aplicaciones específicas de dicha tecnología, pero todas esas discusiones deben ser hechas caso a caso en base a estudios y evidencia científica, de lo contrario es muy difícil que pueda generarse debate alguno.

[2] Un ejemplo de esto fue cuando los Farmacéuticos, bioquímicos, médicos, etc. salieron a protestar durante el 2008 en contra de medidas que podrían traer una desregulación del consumo de medicamentos, con un consecuente aumento en automedicación e intoxicación. Estas medidas consistían en liberar la venta de medicamentos a supermercados y otro tipo de almacenes, bajo el pretexto de que eso bajaría el precio de los medicamentos y evitaría la colusión, lo que era completamente falso, dado que los medicamentos para los que las farmacias de habían coludido no estaban incluidos en dicha medida y los que serían efectivamente liberados (los que se venden sin receta médica) no bajarían su precio. La medida no afectaría el acceso de las personas al medicamento, solo provocaría su desregulación, con graves consecuencias.

[3] En una sociedad democrática, donde se pretende que todos los ciudadanos sean, de alguna u otra manera, sujetos claves, esto se hace mucho más importante.

[4] Que con esto no se entienda que el autor tiene algo en contra de las ciencias sociales o de las humanidades. Todas las áreas del conocimiento son importantes y jugarían un rol relevante en un eventual plan nacional de desarrollo. En este texto solo se apunta a ciertas tendencias académicas que explícitamente generan imágenes altamente distorsionadas de la ciencia, y muchas veces odiosas hacia la práctica científica. De esas tendencias hay varias, por ejemplo, las que son usualmente etiquetadas como “posmodernismo”; sin embargo, en este texto prefiero no utilizar dicha etiqueta, ni alguna otra igual de vaga e inexacta, para no entrar en discusiones periféricas y fútiles.

[5] Estos prejuicios anti-científicos, así como diversos relativismos y dogmatismos, son transmitidos a estudiantes en algunas carreras de psicología, de periodismo, e incluso en algunas pedagogías científicas (por mencionar algunos ejemplos). Suele ocurrir que la formación epistemológica en estas carreras, incluso en algunas universidades de prestigio, sea bastante limitada y sesgada. Esto es especialmente grave si se considera que, en los ejemplos dados, estamos hablando de los futuros psicólogos que tendrán en sus manos la salud mental de las personas, de los futuros periodistas que se dedicarán a la comunicación de la realidad a la población y de los futuros profesores que serán los encargados de educar y trasmitir contenidos a los niños y futuros ciudadanos; lo que incluye la enseñanza de las ciencias, pudiendo generarse un círculo vicioso bastante complicado de romper. Es evidente que cualquier plan de alfabetización científica que pretenda generar cambios a largo plazo deberá tomar en cuenta seriamente estos aspectos.

[6] No lo llamo “pensamiento crítico” puesto que el abuso al que se ha visto expuesto dicho término ha provocado que se vuelva irreconocible. Tal es el punto que hoy se utiliza esa etiqueta para referirse a cosas que poco tienen de “críticas”, dentro de lo que se ha llegado a incluir a conveniencia varios de los aspectos de la anti-ciencia que he mencionado en este texto, sobre todo los que están presentes en la academia.