Por Piero Vásquez

Hace unos días atrás, un número no menor de jóvenes provenientes de los segmentos socioeconómicos más pudientes de nuestra sociedad, -en plena pandemia y con todas las obvias restricciones que esta conlleva-, procedió a realizar una fiesta masiva en la localidad de Cachagua, comuna de Maitencillo, en un espacio muy cerrado, quedando potencialmente expuestos al Covid-19; resultando, -como obviamente era de esperar-, con muchos de ellos contagiados con el virus.

No obstante, esto solo ha sido la última consecuencia de una historia de hace décadas, en la cual personas privilegiadas social y económicamente, podían -y pueden- hacer y deshacer, sin importar consecuencias, mientras los “platos rotos” terminan siendo pagados por los estratos más bajos y con menos recursos materiales, con menos accesibilidad a la educación, clase social que se domina mediante coacción, como se pudo apreciar durante la dictadura y hasta hoy en día con los gobiernos neoliberales.

Este sector privilegiado es el vulgarmente llamado “cuiquerío” nacional que otrora, anteriormente, bajo una mascarilla de glamour y servicios dignos del Primer Mundo, al que solo accedían ellos (bastante irónico para un país en el que los adherentes a Pinochet alardeaban que el desarrollo llegó a todos los estratos), ha acabado por aislarse del “roterío” al punto de arrancar de estos últimos. a zonas prácticamente deshabitadas, condominios cerrados, o con casi nulo contácto, convirtiéndose en grandes guetos socioeconómicos.

¿A qué vamos con esto? Que ellos viven en una micro-sociedad con sus propios parámetros, e incluso propias leyes de facto dentro de la sociedad chilena, como una especie de diasistema en el que se supone; estamos todos integrados y existe una aparente, -mas solo en el papel-, igualdad ante la ley. Es un Chile paralelo, una burbuja (personalmente creo que es un Chile muy artificial, casi al punto de llegar a decir que es “de mentira”), producto de lo cual, desconocen el verdadero Chile de la mayoría, el de los pobres que apenas pueden llegar a fin de mes, el Chile donde enfermarse de un padecimiento grave que amerite costoso tratamiento, es sinónimo de sentencia de muerte, resignándose solo a esperar “el día”.

Esta micro-sociedad, estos guetos socioeconómicos, los tiene aislados a tal nivel, que han desarrollado una escalofriante insensibilidad e indolencia social. Lisa y llanamente, no les importa lo que le pase al semejante, y para qué decir, al que es como uno, que es un ser invisible para estos personajes. No solo podemos palparlo en la organización reciente de esta famosa “fiesta privada”, como le llaman los medios masivos oficiales (cuando la organizan los “rotos”, le llaman “fiestas clandestinas”, entre otros sinónimos), sino también, en la joven que ingresó a Chile tras haber hecho una escalada en Madrid desde Londres, sin haberse realizado los exámenes pertinentes con la cepa británica del Covid-19. Es decir, no se examinó porque no le importó, pese que estuvo en países con serios casos de contagios y muertes. Las autoridades le permitieron el ingreso al país como si nada, y es de eso lo que hablaremos a continuación.

Nuestras autoridades no solo han demostrado ser seriamente ineficientes e inútiles a la hora de afrontar el agente infeccioso en cuestión, sino también tremendamente ignorantes con respecto al modus vivendi del chileno promedio, y las situaciones en las que debe diariamente enmarañarse, como por ejemplo en la micro o el metro; -pese que las restricciones dicen que debe existir como mínimo un metro de distancia entre una y otra persona-. En el transporte colectivo las personas, la gente trabajadora común, debe por obligación física (pues no hay otro modo), estar muy junta una a la otra, dejando en evidencia el carácter inservible de las fases de cuarentena y prevención decretadas por el Gobierno.

Esto también es causa de que prácticamente toda nuestra clase política, está compuesta casi exclusivamente por personas de este “barrio alto”, insertas en sus cargos por nepotismo y solvencia económica, las cuales no quieren conocer la realidad tangible más profunda de la mayoría de la población, dejando para pensar que quizás -y solo quizás-, la actual administración (podría haber sido cualquier otra, porque normalmente los partidos dentro del neoliberalismo, se componen de burgueses de la misma clase) sinceramente no tiene idea de qué hacer, e intentó planificar una burda secuencia de restricciones y aperturas, para aparentar hacer algo, queriendo calmar inútilmente a una ciudadanía que por la contingencia, solo está acumulando furia hasta que llegue el día de volver a salir a las calles y con justa razón. El Gobierno solo ha improvisado de la forma más grotesca y evidente.

Para concluir, hemos estado vivenciando durante casi un año la cuarentena y las restricciones por el Coronavirus, pero desde hace casi 50 años, desde el Golpe de Estado de 1973, que lamentablemente se ha cimentado en parte, aquellas características imperantes que definen al Chile contemporáneo. Hemos estado viviendo una eterna y silenciosa cuarentena de Zorronavirus, de la que nadie ha hablado de forma realmente seria, más allá de ser un simple meme de internet. Esta es, y siempre ha sido, -lejos de toda locura conspiranoica-, la única y verdadera PLANdemia, con el fin de otorgar inmunidad a las castas dominantes, frente a una clase trabajadora todavía desposeída de un verdadero sentimiento revolucionario, que esté más allá del querer “el cambio”, concretando que se vayan “los mismos de siempre”.

FUENTES:

1- https://www.elciudadano.com/especiales/covid19-coronavirus/denuncian-trato-diferenciado-en-la-aplicacion-de-medidas-contra-fiestas-clandestinas-de-acuerdo-con-la-clase-social/01/09/

2- https://www.radioagricultura.cl/nacional/2021/01/09/autoridades-sanitarias-recalcaron-su-repudio-a-las-fiestas-clandestinas-en-pandemia-las-sanciones-no-bastan-si-no-hay-un-cambio-de-conciencia.html