Por Camarada F.

Todavía recuerdo con cierta simpatía la primera vez que oí hablar del concepto de “cuidado” (sorge) en Heidegger. Lo que me causa gracia es que en ese mismo momento imaginé al filósofo alemán enjabonándose el cuerpo en una tina, en su casa. Sí, enjabonándose con mucho cuidado. Me imaginé su ceño fruncido, la mano arrugada, la calma en el ambiente. Algo imaginé de su casa, tenue. La profesora hablaba y explicaba que el “cuidado” nos es común a todos, en tanto humanos, en tanto “Dasein”. Daba algunos ejemplos, no precisamente el que evoqué yo. No es primera vez que oía algo así, sólo que nunca con tanta claridad. Es decir, se cuidan todos como parte misma de su ser, para seguir siendo. Pero no es igual para todos: en los años que escribía Heidegger, por ejemplo, era común que los mineros murieran dinamitados. Obviamente esto eran “accidentes”, porque todos hacían lo posible para no morir. ¿En qué situaciones pensaba Heidegger? ¿Qué ser humano tenía mente cuando pensaba en el “cuidado”? Es un filósofo de la “totalidad”, dirán muchos, pero no por repetir esto se convierte en verdad. Tal vez en su momento muchas situaciones hayan acudido a su mente, pero ninguna enumeración, por larga que sea, es “la totalidad”. Y tampoco un concepto puede nacer desde la imparcialidad, en esta historia que vivimos. Muchas filosofías han buscado puntos de encuentro o cuestiones en común para englobar a todos los seres humanos, ojalá dentro del ámbito de lo abstracto, espiritual o “general”, cuestiones que permitan hablar de “lo humano”, “el individuo”, así sin más, como si eso existiese realmente, y sin mencionar ciertos otros elementos de la realidad que pudiesen resultar incómodos para la conciencia de estas filosofías. Vamos a profundizar sobre esto más adelante.

Como cada quien habla desde la experiencia concreta de su ser, incluso los más altos potentados, yo haré lo mismo en este ensayo. Soy de los que piensa que nadie escapa al origen y la práctica vital de su clase social. En mi caso, en la experiencia que he tenido en esta vida, he podido conversar con miles de personas a lo largo de Chile, me considero amigo cercano de al menos algunas decenas, y amigo de algunas centenas. Amigos de verse y hablarse, quiero decir. He hablado con personas en Arica (donde tengo muy buenos amigos), Iquique, Alto Hospicio, Antofagasta, Copiapó (al igual que en Arica, donde lo único que lamento es la mordida de un perro al que traté de acariciar), Diego de Almagro (donde guardo tierna amistad con familias de cobre), Vallenar, Caldera, Coquimbo (muchos jóvenes), La Serena, buena parte del Valle del Elqui, Canela Alta, Ovalle, Salamanca, Chillepín, Los Vilos, Concón, Loncura (donde he pasado muchas y largas vacaciones), todo el valle del Aconcagua pero especialmente La Cruz (donde evoco muchos recuerdos de infancia), Valparaíso, Viña, Cartagena (que es como mi segunda casa después de Santiago, porque la viví al menos unos 4 años) y el litoral central completo, Rancagua, Nancagua, Doñihue, Lo Miranda, San Vicente de TaguaTagua, Tunca (tengo familia en estas dos últimas poblaciones, y toda la región de O’Higgins también la he recorrido bien), Curicó (donde maté mi primera gallina), Iloca, Talca, Vilches Alto (que últimamente se ha transformado en mi zona de peregrinaje favorita), Chillán, Quillón (una de las comunas que mejor conozco) y buena parte de la nueva región del Ñuble, Concepción, la Araucanía y Valdivia. He llegado a todos estos lugares en diversa forma: en bus, en auto con mi padre alguna vez, a dedo (principal y duramente), en autos de amigos, etc. No se trata de los lugares en los que he estado sino de las personas con quienes he hablado, con quienes he intimado realmente. Siempre me ha gustado escuchar y tengo buena memoria, además. En los siguientes párrafos haré algunas afirmaciones que son una mixtura entre lo que soy yo, y lo que he asimilado de tantos y tan enriquecedores diálogos que he sostenido. Yo no era nadie, era un hijo de trabajadores y de familia separada como tantas y tantos chilenos. Hubiese terminado en la esquina con los cabros, haciendo lo que hoy efectiva y lamentablemente hacen los cabros. Por supuesto que he elegido esta vida y no otra, he optado y he tomado decisiones que me comprometen, sí, quise hacerlo y lo hice. Pero ciertamente también tuve que hacerlo, y esto es lo que decía al principio.

Yo me siento representado por el verso de una canción que dice: “ya sé cuándo, quién y cómo”, que son estas personas que algunos contemporáneos han llamado como “muy escasos” o “necios”, incluso. Es decir, pertenezco a un grupo político organizado hace ya suficientes años. No me he estado quieto, en ningún sentido, y tampoco mis amigos. A mí nunca me cayeron en la cabeza los ladrillos de ningún Muro. Siempre me siento excluido cuando se habla de cómo los “grandes relatos” han caído, se han derrumbado las ideologías, y bueno, todo eso que ya dijo muy bien Margaret Thatcher en los 80: “no hay opción”. Que ya las luchas identitarias se han tomado la escena y que “el individuo” (a secas) o bien “el individuo moderno” (para ponerle un apellido igual de abstracto) han entrado en una “crisis del sujeto” o bien experimentan una “caída”, una “angustia”, etc. Por ejemplo, quienes sostienen esto dicen que la vida urbana actual es invivible, despersonalizada, etc. Pero la comparan con la vida que sostenían las clases pudientes del pasado, porque las clases populares siempre han vivido en la angustia, bajo el control de la autoridad, pasando necesidades y miserias. Y eso no ha cambiado. Adonde voy y con quien hablo lo veo, me lo dicen. ¿Y acaso ya no creen en ningún relato? ¿Ya no buscan líderes? ¿Ya no participan en política? Y no hablo ni siquiera desde lo que ha venido sucediendo el último año en nuestro país, hablo de siempre, lo que siempre he encontrado. He visto nostalgia derrotada, sí, en viejos y viejas allendistas y upelientos. He visto confusión, también, algo inevitable porque ya alguien dijo una vez que la ideología dominante será la de quien domine. Pero he hallado también esperanza, convicción, ganas de trabajar, espíritu de sacrificio, camaradería, lealtad, mucho coraje, fe, organización, claridad.

Porque aunque durante décadas los líderes políticos, mediáticos y los institutos culturales de la burguesía mundial vienen hablando de la “condición posmoderna”, el “tiempo de la caída”, la “crisis del sujeto”, machacando como martillo la conciencia de millones, y especialmente la de los jóvenes, resulta casi milagroso que esto exista. Claramente no ha sido por falta de insistencia y de mala fe entre quienes se interesan por imponer este “relato”. Ha sido porque, al igual que pasó conmigo, la verdad se abre paso, como una planta silvestre entre el cemento. Algunos pensadores contemporáneos piensan que analizando los discursos dominantes que martillean sobre este asunto, contribuyen a su “crítica”. Pero como he aprendido en la labor política, “no hay propaganda mala” y en realidad tan sólo le hacemos favores a ciertos discursos al centrarnos únicamente en hablar de ellos, así sea en tono de crítica. Es por lo menos curioso que quienes nunca salen de sus cerrados círculos sociales, decidan definir y englobar lo que supuestamente piensa “la gente” o “el individuo moderno”. Es más, el concepto mismo de “modernidad” siempre me ha parecido extraño, porque quienes lo usan derivan sus orígenes de la antigua Grecia (algo poco “moderno” en el sentido común del término, de “reciente”) y porque opera como un muñeco de paja: es decir, el filósofo a le dice al filósofo b: tu “relato” tiene tales y tales aspectos “modernos” (“que es esto que acabo de definir yo”, sacándoselo del sombrero) u “occidentales” (que también es una muletilla común) y por tanto está “condenado” a desaparecer, o peor, a “agotarse”, porque “la modernidad” se acabó. Como todas las premisas se basan en supuestos no demostrados, todo el razonamiento es erróneo. Pero no por ello deja de repetirse sin cesar en la ideología dominante.

Vamos a poner ejemplos concretos que demuestran el error de este razonamiento: Venezuela y Cuba quedan en el “Occidente” geográfico. ¿En qué sentido estarían los venezolanos, por ejemplo, “agotados” y “faltos de relato” votando masivamente por el chavismo, a pesar de la dura guerra de quinta generación a que se halla sometido ese país? ¿Dónde estaría el “sinsentido de lo cotidiano” para quienes se entrenan como milicianos [1] cada domingo, o quienes participan de las misiones y grandes misiones sociales, o quienes salieron a defender la playa de Chuao el pasado mes de mayo? Lo mismo pudiese decirse de otras latitudes del globo. Es como decía al principio: cuando algunos dicen “moderno” quieren decir: “lo que yo y mi clase entendemos así, lo que yo he visto y vivido, la opinión de quienes he conocido y las cosas que la industria cultural y mi formación me han transmitido”. Cuando dicen “occidental” quieren decir: “Chile y algunos países capitalistas más, pero principalmente lo que se oye en las aulas magnas y entre la gente del ámbito universitario”. Lamentablemente la realidad no es únicamente la que “sienten” los intelectuales, los gerentes, los artistas del sistema y los capitalistas. Tampoco es la que se filtra a través de la industria cultural.

Desde hace varios años, pero ahora más que nunca, el pueblo de Chile se viene levantando. Eso demuestra justamente lo contrario que lo que repiten y repiten los de siempre. Hay ganas de construir un Chile diferente, hay manos dispuestas a hacerlo. No todo es espontaneidad. Por supuesto que faltan muchas cosas, cuándo no las faltan. Por supuesto que algunas cosas han cambiado, ¡acaso cuando no hay cambios! Pero una cuestión sigue igual, la cuestión fundamental: la de los pesos y centavos. ¿Qué clases, qué oligopolios, qué empresas, qué individuos, se quedan año tras año con la mayor parte de la renta nacional? Dicho de otra manera: ¿a quienes beneficia este sistema y a quiénes perjudica? Cualquier otra reflexión de índole filosófica, si quiere ser sincera y no cínica, si quiere acercarse a la realidad y no cegarse por el “merchandising” del sistema, debe tener en cuenta este punto fundamental de la realidad. Debe hacerlo expreso y darle algún espacio entre tanto psicoanálisis, “antropología” filosófica y autocontemplación limitada.

 [1] La Milicia Nacional Bolivariana (MNB) se compone de 3 millones de efectivos voluntarios que no reciben salario y continúan con sus labores normales en el día a día, pero dedican sus fines de semana al entrenamiento militar y se manifiestan dispuestos a defender su Patria en caso de necesidad. A su vez, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), la Policía Nacional Bolivariana (PNB), el Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), las policías estadales, las policías municipales, y las diversas instituciones castrenses de la revolución chavista emplean a más de 1 millón y medio de combatientes, para totalizar casi 5 millones de hombres y mujeres armados. Esta enorme cantidad de gente, ¿estará toda equivocada? ¿Estará adoctrinada? ¿Estará comprada? ¿Quién representa mejor el talante del pueblo latinoamericano, los intelectuales bien comidos e “hipercríticos” de la cultura burguesa o aquellos pescadores artesanales que espontáneamente salieron al encuentro de los invasores mercenarios en una playa de Venezuela?