Por Camarada F.

En el presente ensayo me propongo revisar los programas de gobierno de las candidaturas de izquierda más votadas en la elección presidencial chilena de 2017, a saber, el de Beatriz Sánchez (Frente Amplio, 20% de la votación) y el de Alejandro Guillier (Fuerza de Mayoría, 22% de la votación). Esto con el objetivo expreso de criticar aquello que se devela como mera ideología en las propuestas de las izquierdas chilenas, a la luz del aparato teórico que nos ha entregado Nicolás Poulantzas en su obra Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. El fin de este ejercicio es rebatir la tendencia espontaneísta que predomina en el movimiento popular chileno y recordar, con base a este estudio de caso, la utilidad práctica de la ciencia marxista para la acción de las y los revolucionarios de hoy.

Antes de comenzar de lleno con el tema que nos convoca es necesario hacer algunas precisiones conceptuales, a guisa de aclaración más no de teorización. Con esto me prevengo de posibles cuestionamientos a la brevedad y simpleza de este texto, que ojalá tuviera más extensión para abarcar de mejor manera su objeto. Aquí entendemos ideología en el sentido de lo planteado por Nicolás Poulantzas: “La ideología, en cuanto instancia específica de un modo de producción y de una formación social, está constituida en los límites fijados por ese modo y esa formación, en la medida en que ofrece una coherencia imaginaria a la unidad que rige las contradicciones reales del conjunto de una formación. La estructura de lo ideológico depende de que refleja la unidad de una formación social […]; su papel específico y real de unidad no es constituir la unidad de una formación sino reflejar esa unidad reconstruyéndola en un plano imaginario” [1]

Se haría engorroso usar citas para definir cada uno de los conceptos que aquí aparecen, por lo cual ofrezco una definición de lo más elemental para algunos de ellos: modo de producción se le llama en marxismo a la combinación específica de diversas estructuras y prácticas (económicas, políticas, ideológicas) que, en su combinación compleja y dinámica, se encuentran determinadas en última instancia* por lo económico. Así, por ejemplo, el modo de producción capitalista. Se llama, por el contrario, formación social, a una unidad compleja históricamente determinada con predominio de cierto modo de producción. Por ejemplo, el Chile actual (con predominio del modo capitalista de producción). Llamamos reflejo o imagen al modo concreto de relación entre el agente y su existencia que es inseparable de esta misma, es decir, que la vive plenamente en la imagen que se hace de ella. Por tanto, no es correcto rebajar lo imaginario a la categoría de una mera falsedad, sino saber considerarlo como una instancia objetiva del todo social.

En las sociedades antagónicas (divididas en clases) la ideología se manifiesta también como ocultamiento, es decir, que tanto las clases dominantes como dominadas viven la lucha de clases de modo equívoco. Las clases dominantes, en específico, están interesadas en negar la contradicción, en taparla, apelando a “valores universales” o “la naturaleza humana” para justificar y perpetuar su dominio. En la actualidad occidental, por ejemplo, es común que las clases dominantes oculten sus intereses de dominio de clase detrás de la tan manoseada “libertad”. Las clases dominadas, por su parte, viven una situación interesante: “Las clases dominadas viven sus condiciones de existencia política en las formas del discurso político dominante: lo que significa que viven, con frecuencia, su misma rebelión contra el sistema de predominio dentro del marco referencial de la legitimidad dominante” [2] Esta particularidad tiene una importancia capital para el tema de este ensayo, por cuanto nos revela el concepto de ideología espontánea de las clases dominadas: reflejo de sus condiciones reales de existencia, calcado sobre el marco referencial de la legitimidad dominante, grito ahogado e impotente por mejorar las condiciones de vida, sensación de desamparo, rebeldía instintiva, dignidad resentida. Los revolucionarios debemos valorar y saber hacernos cargo de este instinto, pero no abandonarnos en sus brazos. A ese error le llamamos desviación espontaneísta.

Antes de proseguir se hace necesario precisar que entendemos marxismo en un doble sentido: en un primer sentido, el marxismo es ciencia, es decir, contemplación serena y distante de la realidad, análisis de sus posibilidades y limitaciones, y responde a la pregunta del “cómo” en la acción política, particularmente “cómo hacer la revolución” en un momento histórico concreto. Se tiende a dividir esta ciencia en dos: materialismo histórico, o ciencia de la historia de las sociedades antagónicas (en su dinamismo e impermanencia), y materialismo dialéctico, o ciencia de la naturaleza en su carácter dinámico y contradictorio. El carácter científico del marxismo es sumamente importante, pues es lo que lo diferencia de otras propuestas teóricas pseudorevolucionarias y que le ha permitido servir de soporte a muchos movimientos de liberación a lo largo de los años, muchos de ellos con éxito probado (lo que no puede decirse de estas otras “teorías”). Su labor fundamental es la crítica de lo existente, la crítica más encarnizada y profunda que pueda lograrse, con el afán de develar lo oculto, mostrar lo negado, perfeccionar lo producido. En este sentido, un buen marxismo es científico si incluso es capaz de criticarse a sí mismo y a los otros marxismos que le han antecedido.

En un segundo sentido, el marxismo es también una ideología revolucionaria: existiendo en las sociedades de clase, le aplica la labor crítico-científica a la ideología espontánea de las clases dominadas para dotarla de efectividad en su lucha por acabar con el dominio de las clases opresoras, por mejorar sus condiciones de existencia. El marxismo queda así convertido en la ideología de los oprimidos, vehículo de sus pasiones y anhelos, su fe, su compromiso, su práctica creadora, pero perfeccionados por la visión científica de su aparato teórico y dirigidos hacia la transformación de la sociedad, y no hacia su perpetuación. De este modo, el marxismo es el desapasionamiento más distante y al mismo tiempo la pasión más comprometida. Así se revela, en uno de entre tantos aspectos, una de las afirmaciones centrales del marxismo, que es la de la unidad de los contrarios, en este caso en la naturaleza misma del marxismo. Responde así a la pregunta del porqué, porqué motivaciones y sueños hacer la revolución, y es por tanto profundamente emocional. Para aquellos no acostumbrados al pensar dialéctico puede parecer compleja esta aclaración, y por eso acostumbramos decir que el correcto uso del marxismo equivale al bisturí del cirujano o a la cuerda floja del malabarista: pasarse tan sólo un poco en una u otra dirección lleva al total fracaso.

En el marxismo se le llama desviacionismo a este pasarse de la raya, a este mal uso del razonar dialéctico, que si bien es un fenómeno teórico tiene consecuencias graves para la práctica política. En el curso de este texto nos dedicamos a criticar, en particular, la desviación espontaneísta. Ya a fines del siglo XIX, con Marx muerto y un sinnúmero de vulgarizadores y mercachifles de su obra pululando por el mundo, le tocó a Federico Engels rebatir con dureza al espontaneísmo. Los vulgarizadores invitaban a abandonar cualquier pretensión científica en el movimiento revolucionario, “el pueblo sabrá que hacer”, sólo queda ver y esperar la victoria final, que seguramente está a la vuelta de la esquina. Engels dijo que esta actitud equivalía a pedirle a un enfermo que no sabe de medicina a que se cure solo de su enfermedad. Por supuesto que uno sabe cuándo está enfermo, lo intuye, pero es necesaria la intervención del médico para hallar la cura. Así queda de manifiesta la función científica del marxismo, que dirige y perfecciona la pasión espontánea de los dominados para la consecución exitosa de su lucha. Han pasado más de cien años desde que Engels hiciera esta advertencia, y en Chile se está bastante lejos de haberla escuchado.

Pasemos, pues, a nuestro estudio de caso. En la página 45 del programa presidencial del candidato Alejandro Guillier se detalla su propuesta de pensiones, que comporta la desaparición gradual del sistema de AFP’s y el traspaso de los fondos a una agencia pública que los administrará de modo solidario, tal como el movimiento popular chileno ha exigido hace ya varios años. Quiero recordar que la candidatura de Guillier fue apoyada por partidos que reconocen su inspiración “marxista”, a saber, el Partido Comunista y el Movimiento Amplio Social, y otros que apelan a un “socialismo democrático” pero que también tuvieron en sus orígenes alguna presencia del marxismo: Partido Socialista, Partido Por la Democracia e Izquierda Ciudadana. Es necesario recordar que el negocio de las AFP en el tiempo constituye un volumen de riqueza mayor al del PIB anual de Chile. Por otra parte, el programa de Beatriz Sánchez (intitulado “El programa de muchos”) condensa algunas propuestas de las que nos interesa tomarnos: principalmente, la nacionalización de recursos naturales estratégicos, el fin de la diferencia entre suboficiales y oficiales en el Ejército, y la revisión de los Tratados de Libre Comercio suscritos por Chile. Quiero recordar que el último paquete de nacionalizaciones llevado adelante en nuestro país fue durante el gobierno de Salvador Allende (cobre, bancos, industrias), que la división institucional entre suboficiales y oficiales no es un antojo de las Fuerzas Armadas sino que responde a la estructura de clases de nuestra sociedad, y que revisar los TLC’s ya suscritos constituye uno de los peores pecados para el actual orden global neoliberal, y que se sanciona en las cortes internacionales (controladas, como es sabido, por las potencias imperiales). Sólo como majadería, téngase presente que varios de los partidos del Frente Amplio (coalición que levantó la candidatura presidencial de Sánchez) son “marxistas” o, al menos, están influidos en alguna medida por el marxismo. Ahora se hará presente la ciencia marxista en la crítica profunda que realizaremos de esta situación particular.

Durante décadas el movimiento popular y las izquierdas chilenas han levantado estas banderas (nacionalización de recursos naturales, democratización de las fuerzas armadas, cuestionamiento de la globalización neoliberal, sistema público de pensiones, etcétera), y las han plasmado en programas de gobierno y en cuanto documento, manifestación o congreso han realizado. Es evidente que esta agenda hace parte de la ideología espontánea de las clases dominadas chilenas, pero no constituye, empero, una ideología revolucionaria, por cuanto no ha sido repasada por la labor crítica de la ciencia marxista. Para ser revolucionario no basta con expresar un anhelo, por justo y sincero que sea. El revolucionario verdadero sabe cómo llevarlo a efecto, o busca saber cómo. Si llegaran al gobierno las coaliciones políticas que defienden estos programas, ¿cómo los cumplirían? ¿Acaso no vendría la vuelta de mano de las clases dominantes, nacionales e internacionales? Sólo un ingenuo podría decir que “esa época quedo atrás”. Y demostraremos porqué.

Tan sólo en América en el siglo XXI han sucedido los siguientes Golpes de Estado: Venezuela 2002 (fallido), Haití 2004 (exitoso), Honduras 2009 (exitoso), Argentina 2008 (fallido), Ecuador 2010 (fallido), Bolivia 2010 (fallido), Paraguay 2012 (exitoso) Venezuela 2015 (fallido), Brasil 2015 (exitoso), Bolivia 2019 (exitoso). Y nos remitimos tan sólo a aquellas acciones sediciosas dirigidas a tumbar gobiernos, pues la dura lucha de clases se manifiesta también en la dura represión callejera, los fraudes electorales (México, caso paradigmático), la masacre sistemática (Colombia, Centroamérica, Chile), la presión de los monopolios mediáticos, etcétera. Recordemos el Gobierno de Bachelet en Chile, que estuvo lejos de plantear el fin del capitalismo, pero que con sus tímidas reformas amenazó algunas posiciones del poder local. ¿Acaso no reapareció Patria y Libertad en el Wallmapu? ¿No pusieron bombas en el Metro? ¿No hubo una labor constante de los medios para combatir la agenda del gobierno? ¡Y eso que ni siquiera nos acercamos a lo que plantean los programas de gobierno de las izquierdas en Chile! Pudiéramos pensar, simplemente, que la letra de esos programas es demagogia, cazabobos para el pueblo. Pero tampoco existe alguna otra instancia en donde la dirigencia de las izquierdas chilenas se salga de ese libreto, por lo que parece sospechoso que actúen tan bien el personaje. En cuanto foro, columna, mitin, o asamblea nos encontremos, se oirán voces decididas por el “socialismo”, el fin del capitalismo, u alguna otra aspiración de esa índole. Sin embargo, toda la información que entrega la historia tanto local como mundial apunta a que las clases dominantes no abandonan su posición sin luchar, y que en esa conflagración inevitable tienden a contar con el apoyo del imperialismo yanqui. ¿A quién amenaza la base militar estadounidense que se encuentra en Concón? ¿A quién se busca aplastar con esos tanques, si no hay ningún país cercano que sea adversario de USA? Al pueblo de Chile en caso de que se rebelara, por supuesto.

Todos los datos de que disponemos demuestran que en las sociedades antagónicas “la violencia es la partera de la historia”, como dice Carlos Marx. Si la “dirigencia revolucionaria” chilena no se ha planteado nunca cómo desatar ese nudo gordiano y llevar hasta el fin lo que dice anhelar y que no se cansa de declarar, es porque su pensamiento es mera ideología, pura espontaneidad. No se plantean alternativas de solución porque se vive la misma lucha contra la dominación en “el marco referencial de la legitimidad dominante”, en este caso, se confía en la democracia liberal, en que no habrá nunca un Golpe de Estado ni una intervención imperial, en que se podrá “convencer” a las clases dominantes de la “justicia” de esas medidas, porque “hablando se entiende la gente”. Ese fantasma ya debería haber sido espantado por la experiencia de la Unidad Popular, pero no ha sido así. Hay otros que están conscientes de la inevitabilidad de la lucha, porque reconocen la lucha de clases y no la ocultan, pero creen que basta con algunos jóvenes mal armados para enfrentar todo el poder de muerte de las clases dominantes y de sus aliados imperiales. La experiencia del MIR ya debería haber ahuyentado ese fantasma, pero tampoco ha sido así. Es bastante porfiada la izquierda chilena.

La ciencia marxista es una herramienta tremendamente útil para la acción práctica de las y los revolucionarios de hoy. Mientras no se revalorice y ocupe con creatividad estaremos perpetuamente condenados al fracaso, a la derrota, a la desilusión. Por supuesto que dejamos la pregunta abierta acerca del caso chileno, la cuestión de cómo superar la reacción violenta de las clases dominantes. Para responderla hacen falta más datos y mucho más espacio del que contamos aquí. Queda hecho el desafío para todas y todos los que se dicen revolucionarios. Si no encontramos el cómo, pues dejemos de decirnos revolucionarios y asumámonos sonámbulos de una utopía imposible. Por lo que a mí respecta, me niego a asumir tal actitud. Seguiremos buscando el camino.

Notas

[1] Poulantzas, Nicos: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. Siglo XXI Editores, México D.F., 2007, p. 266. Cursivas del autor.

*Mucho se ha vulgarizado, deformado e incluso injuriado la famosa “determinación en última instancia” del lenguaje marxista. Para evitarlo, téngase presente que lo económico es “determinante en última instancia” en el sentido de que asigna a tal o cual instancia el papel dominante. Así, por ejemplo, ocurre con el modo de producción feudal, en donde el mismo funcionamiento de lo económico entrega el rol dominante a lo ideológico. La desviación economicista deriva de no comprender esta precisión conceptual.

[2] Ed. cit., p. 287.