Entre las premisas, podemos decir que existen culturas indígenas a lo largo de todo Chile y reconocidas por el Estado. El Censo 2017 recopiló información que nos señala, la existencia de más de dos millones de personas que se consideran parte de nueve etnias indígenas diferentes, siendo un total de 1.745.147 quienes se definen como parte de la cultura mapuche.

Aquello es relevante, pues desde el siglo XVI, con los procesos de invasión hispana y colonización, los pueblos indígenas del territorio se vieron enfrentados a guerras, nuevas enfermedades, modificación de costumbres, evangelización, trabajo en encomiendas, pérdida de territorios soberanos, mestizaje y una contínua transculturización. Posteriormente, en el siglo XIX, los pueblos indígenas debieron enfrentarse a los intereses del Estado político oligarca, sus políticas de inmigración y expropiación de tierras ancestrales para fines comerciales agrícolas. Muchos indígenas abandonaron sus costumbres típicas y asimilaron por lo general, la cultura campestre del trabajo agrario, construyeron pequeños talleres, adoptando profesiones en milicias de bajo rango, también emigrando a diversas zonas del país buscando suerte en las minas, o en las ciudades, componiendo la gran masa de la clase popular chilena mestiza.

Entre las diversas culturas indígenas, una destacó por su resistencia, no solo dentro del territorio chileno, sino en todo el continente; la cultura mapuche, o re-che, que en su sentido original significaba: “mi gente y nadie más” (éstos habitaban mayormente al sur del Bíobío). Se hicieron fama por la resistencia ofrecida, la adaptación bélica-estratégica y las asombrosas victorias sobre el avance español. Por ello, muchos poetas definieron a Chile como un cementerio de españoles.

En la visión mapuche, a diferencia de otros pueblos, se desarrolló una sabiduría relacionada con la libertad común, la rebelión, la lucha constante y la dignidad de Ser uno mismo, contra toda opresión externa. A eso se refirió Soublette cuando dijo: “Los mapuche defendían el paraíso”. Por eso resistieron al expansionismo incaico o al imperialismo español; -fuerzas que imponían las leyes del vasallaje- (totalmente incompatibles con la idiosincrasia de Arauco). Dentro de esta cultura, el denominado “Lautarismo”, o mejor dicho; los planes tácticos innovadores de Lautaro, fueron una superación del propio costumbrismo místico mapuche y un perfeccionamiento de las concepciones de dignidad, para dar paso a la razón y la estrategia como armas de lucha; lo que inspiró a innumerables poetas y revolucionarios durante la historia; desde la Logia Lautarina hasta movimientos revolucionarios populares del siglo XX.

Aquella es la razón de que, se empuñe en lo alto la bandera mapuche, como símbolo supremo de rebelión y resistencia ante la opresión; es un elemento simbólico que ha trascendido desde lo puramente indígena hacia la cultura popular chilena, como parte de la identidad común.

Bernardo O’Higgins, -que se consideraba gran amigo y admirador del pueblo mapuche, sucesor de Lautaro y Pelantaro en la erradicación histórica del yugo español- reconoció legalmente la independencia de los pueblos indígenas:

"Araucanos, cunchos, huilliches y todas las tribus indígenas australes: ya no os habla un Presidente que siendo sólo un siervo del rey de España afectaba sobre vosotros una superioridad ilimitada; os habla el jefe de un pueblo libre y soberano, que reconoce vuestra independencia, y está a punto a ratificar este reconocimiento por un acto público y solemne".

Lo cierto es que O’Higgins, no visualizó ni en sus peores pesadillas que el Estado chileno independiente y republicano pudiera en un futuro, ejercer masacres contra el bajo pueblo y los indígenas. Recordemos un punto importante; y es que a principios del siglo XIX, se había forjado en Chile, una poderosa e influyente oligarquía mercantil-monopolista, que unificada, componía el alto clero, la oficialidad de alto rango, los cargos públicos de élite, ejerciendo el dominio monopólico de los mercados claves del momento. Ellos tenían la capacidad para obligar la abdicación de un prócer, así como de organizar una guerra civil para tomar el poder (1829-1830), y convenir para su beneficio la importancia comercial de guerras externas (1836 y 1879).

Podemos concluir que desde la Constitución de 1833, la oligarquía -ultraconservadora en lo moral y liberal en lo económico-, tomó control absoluto del destino del país, utilizando al Estado como garante del dominio de los medios productivos extractivistas, sin avanzar hacia un desarrollo industrial, ni como política estatal, ni como iniciativa privada.

En esa línea, durante 1865, el Estado de Chile decidió que para las políticas extractivistas de exportación prima agrícola, los territorios de la Araucanía debían ser expropiados para asentar ahí, colonos de origen europeo. Aquel proceso suele denominarse pacificación o invasión de la Araucanía; guerra sangrienta, en la que el pueblo mapuche terminó siendo reducido a pequeñas reservas indígenas.

Para entender algunas contradicciones históricas fundamentales entre el pueblo mapuche y los intereses del Estado oligarca chileno, expondremos los siguientes factores:

1-En la cultura mapuche no existía el método productivo-masivo de la agricultura, ni la exportación comercial, sino la ganadería de caballos, lo que significaba renombre, distinción, y también un símbolo de riqueza de los ulmen (gente respetada y acaudalada mapuche). Los mapuche no pretendían ser una cultura extractiva de exportación, sino una economía de auto-sustento, familiar y colaboración de clanes.

2-La oligarquía tenía una preocupación latente sobre el peligro que los mapuche podían significar para su seguridad, más aún cuando mediante eventuales alianzas con grupos políticos contrarios al gobierno, amenazaban –supuestamente- con crear una fuerza de oposición a considerar.

3-Como ya lo dijimos; el interés mercantil del Estado chileno en la agricultura y la exportación, ocupando las tierras del sur por la fuerza, sin ninguna clase de retribución o acuerdo ante la resistencia indígena, los llevó a dirigir la invasión hacia la Araucanía. Debemos agregar en este punto, que en la cultura mapuche los tratos tienen el valor de la palabra empeñada en parlamentos (no mediante títulos escriturales), además de delimitar sus propiedades territoriales y fronteras en base a accidentes geográficos o fenómenos particulares de la tierra, como un determinado monte, un río, un bosque, etc. En ese aspecto, se consideró que el Estado de Chile traicionó la palabra empeñada, de honor, entregada otrora en diversos parlamentos.

Desde ese punto y extendiéndose durante el siglo XIX, la lucha mapuche continuó desde sus reductos y comunidades, buscando recuperar someramente sus tierras por medio de la legislación chilena y el derecho vigente. Sería ilógico creer que en Chile existe un separatismo mapuche, ese es un mito que debemos desarticular, pues a la oligarquía le interesa explotarlo.

En Chile no existen fenómenos como el etnocacerismo, o etnoregionalismos radicales con capacidad de crear verdaderos estados paralelos, al Estado de derecho vigente. Lo que si hay, son organizaciones y colectivos populares –no solo indígenas, también ecologistas y campesinos- que han enfrentado mediante la protesta y la denuncia, el avance descontrolado de monopolios forestales, hidroeléctricas, latifundios y celulosas, entre otras, las cuales suelen provocar desastres ecológicos irremediables, amenazando y sacando del lugar a campesinos y comunidades mapuche, que de por sí representan una piedra en el zapato de estos intereses societarios.

Es evidente que, los sucesivos gobiernos neoliberales de Chile han entablado una política de militarización de la zona, de fuerza pública en la Araucanía, promoviendo en la prensa, cuentos fantásticos, usando incluso montajes policiales -ya descubiertos-, para declarar que existe una especie de guerra de guerrillas, grupos paramilitares, extremistas, etcétera, cuando la realidad, dicta que los llamados “grupos radicales indigenistas”, son una reducida minoría en Chile, y el verdadero terrorismo, lo han ejercido los monopolistas comerciales; amparados por el Estado oligarca y rancios latifundistas –depredadores de la tierra- de la zona.

En nuestra propuesta debemos admitir a Chile, como un país pluricultural, respetuoso de las etnias indígenas diversas, baluartes de la cultura, restaurando el derecho legítimo histórico de la tierra, de comunidades que las perdieron por acción oligarca, comenzando por aplastar al monopolismo depredador y usurero, los cuales no tendrán cabida en un Chile socialista, patriota, donde prime el respeto por el prójimo, el comunitarismo, con políticas de desarrollo en aras del bien común, jamás en desmedro del ecosistema, o contra las comunidades indígenas.