Un esperable resultado
El resultado de las elecciones presidenciales era predecible, dado el descontento general de la población chilena durante la presidencia de Gabriel Boric y analizando las estrategias discursivas de los candidatos, entre otros factores: La derecha radicalizada tuvo una amplia mayoría de votos por sobre la derecha tradicional (Incluso Kaiser superó a Matthei). Parisi con su “populismo anti-político” obtiene un tercer lugar, posición considerada triunfante, teniendo presente la enorme brecha de financiamiento que existió en comparación a otros candidatos, cuyos aportes de campaña son exorbitantemente millonarios. Jeannette Jara por otro lado, como candidata única del oficialismo, solo logró aglutinar un pequeño margen de votos por sobre Kast, concretando una victoria pírrica, ya que es poco probable que los votos de Kaiser y Matthei se tornen hacia la candidata del Partido Comunista en segunda vuelta. A eso hay que agregar que los votos del resto de los candidatos fueron mínimos y por debajo de toda expectativa (Mayne-Nicholls con un 1,26%, Eduardo Artés con un 0,66% y Enríquez-Ominami con un 1,20%).
En ese plano adverso, la única posibilidad de Jara sería la de atrapar votos de Matthei y Parisi (escenario que se ve complicado).
Un pinochetismo auténtico contra un comunismo titubeante
José Antonio Kast no es un personaje díscolo de la derecha tradicional como aseveran equivocadamente algunos comentaristas, sino que es la encarnación radicalizada de la derecha chilena pinochetista y jaimeguzmaniana. Este candidato abraza un fuerte conservadurismo religioso católico practicante del Movimiento Apostólico de Schoenstatt y también un dogmatismo liberal económico que reivindica la famosa mano invisible por sobre un “Estado grande”, es decir, un confesionalismo minarquista que promete desmantelar y mutilar un Estado con poder de intervención pública en favor de la aclamada libertad de mercado. La verdad es que la eficiencia de este dogmatismo religioso de “la mano invisible” ha quedado obsoleto y es muy discutible. Un ejemplo claro del fracaso extremo de esta doctrina liberal es Javier Milei, quien prometió como estandartes de campaña mejorar la economía, mayor seguridad y recortar el Estado bajo el lema simplista pero efectivo de “Derrotar a la casta”, pero todo en el país trasandino va de mal en peor.
Más allá de las discusiones doctrinarias de fondo, Kast ha sabido jugar en el tablero de la realidad política chilena como lo hacía Jaime Guzmán, explotando discursos firmes e incluso despiadados contra la inmigración ilegal o la delincuencia (en tiempos de descontento mayoritario esta retórica es la que convence), dirigiéndose a un gran sector despolitizado [1]. Otra prueba de lo efectiva de esta prédica, se reflejó en resultados como los de Kaiser y Parisi; las minas antipersonales, el menosprecio del humanitarismo, las cárceles flotantes, sacar los milicos a la calle, son consignas que las mayorías actuales respaldan. En esa realidad, ser de centro o moderado es dispararse un balazo en los pies, y por lo mismo, no fue raro observar la derrota del gastado piñerismo “bacheletista-aliancista” [2]. Los llamados a la moderación solo conquistan buenos resultados cuando existe un periodo de bonanza y la opinión pública respalda generalmente el orden existente.
La derecha también supo explotar las debilidades del gobierno de Boric, cuya gestión no está siendo capaz de asegurar una continuidad del oficialismo. Ahora bien, si Kast en un eventual gobierno, consigue convencer a las mayorías de concretar su programa, disminuyendo la inmigración ilegal o derramando sangre en la lucha contra la delincuencia, podría consolidar otra candidatura de derechas para las próximas elecciones, por el contrario, si no hace realidad sus lemas de campaña, se podría agudizar un nuevo proceso de movilizaciones masivas y una posterior victoria presidencial de sectores populistas e inesperados como los de Parisi.
Respecto de la posición de Jara, consideramos titubeante su estrategia, y un error apostar por la moderación, sobre todo en materias como la inmigración ilegal y la seguridad pública. En tiempos de desconfianza institucional, sensación de inseguridad, el centrismo moderado es sinónimo de debilidad, y la debilidad es despreciada por quienes tienen sed de sangre en pro del “orden y la justicia”. En ese sentido, para la derecha podría ser muy fácil sacrificar chivos expiatorios por los cuales nadie llorará masivamente: los inmigrantes ilegales y delincuentes comunes. Una postura firme, que se inclinara hacia la persecución inmisericorde de la delincuencia, aunque sea populista pudo haber obtenido votos de todo ese sector popular que no participa en política militante y se inclina por consignas y soluciones de corto plazo.
El orden autoritario contra el humanitarismo en tiempos electorales
La instauración sacrosanta de los dogmas ideológicos del humanitarismo universal son recientes en nuestra historia [3], al mismo tiempo parecen endebles, proclives a la relativización. En pleno siglo XXI, las grandes potencias -que incluyen al mismísimo Estados Unidos-, han optado por anular políticas de refugiados, apostando por deportaciones de inmigrantes, muros, cárceles temporales y recrudecimiento de sistemas penales contra todo aquel que sea considerado un lastre social. Las mayorías apoyan estas políticas y detestan el buenismo progresista empático. Los políticos más hábiles de todo el mundo han captado esta realidad, y han construido un relato acorde a las necesidades de las masas. Son los llamados populistas, anti-políticos. Estas consignas pueden ser viles mentiras o una solución para demandas verdaderas, pero logran convencer (vital en política). Más de alguna vez, todos hemos oído la exclamación: “Necesitamos un Bukele” [4].
Es menester aclarar que la política actual tiene varias dimensiones: Una se basa en las campañas democráticas que permiten llegar al poder ejecutivo o legislativo, y otra consiste en ejercer el poder, reforzando la continuidad del propio espectro político, marginando a las fuerzas contrarias cuando ya se conquista el poder mediante sufragio. En esta ecuación, se comprende que aquella campaña que resalta principios humanitarios en tiempos de confusión, desilusión y descontento, no solo no recibe respaldo, sino que sirve de contracampaña en favor de enemigos más astutos. Recordemos que a Jara todavía le sacan en cara que “tratará a los delincuentes con amor”. Esa frase puede ser una vil sacada de contexto, pero no son pocos los que se quedan con esa imagen.
Populismo pragmático en auge
El triunfo simbólico de un discurso simplista como el de Parisi, parece una demostración evidente que indica la potencia victoriosa del pragmatismo (retórico en ese caso) por sobre los idealismos (todo esto se enlaza con lo escrito en párrafos anteriores). Candidatos como Kast y Kaiser, además de Parisi, jugaron en todo momento con consignas rimbombantes que lograron convencer.
La diferencia entre un pragmatismo meramente retórico [5] (se adapta a diversas situaciones con el fin de obtener el poder para beneficio propio o de un sector determinado) y un pragmatismo estratégico, es que el segundo si tiene principios, pero comprende que esos principios solo pueden aplicarse dentro de una realidad determinada, cuando las demandas más aclamadas de las mayorías estén satisfechas (seguridad pública, control migratorio, estabilidad económica, etc).
Para todos quienes comprendemos el mundo y pretendemos su transformación desde la crítica radical al liberalismo y la soberanía de los pueblos, el uso de todas las herramientas de nuestro tiempo están permitidas. La famosa disidencia aislacionista que se utiliza de máscara para ocultar la irrelevancia e inexistencia política, es una trampa. Si hay que organizarse y conformar núcleos, si hay que meterse a los partidos, si hay que votar, si hay que generar recursos, si hay que ganar terreno incluso entre quienes son adversarios y expandirse lo más posible, porque de endogámicos ideológicos que solo se convencen entre los mismos de siempre está repleto, así como de quienes siguen creyendo que la política se reduce a una “lucha de ideas”, cuando se trata de una lucha sin cuartel por el poder en todas las direcciones.
Respecto al mencionado populismo, este concepto ha dejado de tener un aspecto efímero, sinónimo de falacia, ahora ha tomado sustancia y parece ser la expresión de los deseos de una mayoría en un contexto y lugar determinado; una proyección de la voluntad popular. Hace millones de años hubo dinosaurios que dominaron la tierra y se extinguieron hasta transformarse en fósiles, así mismo se extinguirán todos aquellos incapaces de comprender la realidad de su propia época. El siglo XXI es para los creadores y los arrojados. Nuestro Chile no queda fuera de estas reglas.
NOTAS
[1] No adhiere a ideologías políticas estructuradas. No milita en política, ni trabaja en el mundo político. Muchos se declaran “apolíticos” o repiten mantras como: “Salga quien salga debo trabajar igual”.
[2] Uno de los epítetos clásicos de la “clase política” chilena nacido de dichos del UDI Joaquín Lavín.
[3] En el siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, los horrores de la guerra y creación de organismos internacionales como la ONU; los DDHH se declaran inherentes al ser humano.
[4] El Presidente de El Salvador Nayib Bukele ha buscado respaldar su gestión ejecutiva, promoviendo una imagen de persecución e intolerancia contra la delincuencia y todo tipo de bandas criminales, exhibiendo cárceles con rígidos sistemas de reclusión.
[5] También llamado oportunismo.