Durante el periodo reciente han resonado en los noticieros, informaciones sobre la persecución y expulsión masiva de inmigrantes ilegales de Estados Unidos bajo la nueva administración de Donald Trump. Precisamente este fue uno de los puntos fuertes del programa discursivo “trumpista”, contando con gran respaldo popular. No importa cuántos inmigrantes aparezcan llorando o quejándose, no importa cuán lastimeros sean los relatos o cuanta compasión exijan; las masas apoyan estas medidas de manera moral y práctica, aludiendo a factores como el orden, la seguridad social, el patriotismo, y lo injusto del gasto inútil destinado a mantener a esta gente. Inclusive se evidencia un regocijo reflejado en memes, burlas, comentarios de redes sociales, consignas y propuestas de todo tipo, las cuales estallan de felicidad con la expulsión de “los invasores”, “los lastres mantenidos”.
Ya casi nadie piensa que ser considerado “fascista” o “extremista”, entre otros sobrenombres resulta perjudicial, al revés, se considera bueno ser detestado por los “woke”. Ahora el peor insulto que alguien pudiese recibir es el de “liberal” o “progresista”, junto con todos los epítetos asociados a estas corrientes ideológicas. Los mercaderes conservadores de Estados Unidos hacen mofa abierta del progresismo. El multimillonario Elon Musk levantó el brazo derecho en alto con abierta intensión de joder a la “cultura woke”. Varios catalogan a esta cofradía política estadounidense de conservadores, populistas de derecha y magnates multimillonarios “anti-woke” como un tecno-cesarismo en alza, que pone en riesgo la democracia abierta de Estados Unidos para dar giro a una política de desarrollo interino. Como el mismo Trump dijo sobre los inmigrantes latinoamericanos y otros: “No los necesitamos”. Lo interesante de todo esto, es que Estados Unidos siempre pretende ser un ejemplo y un espejo que puede replicarse en múltiples sectores del planeta.
Las idealizaciones dogmáticas humanitaristas de Occidente parecieran derrumbarse por este puñetazo de realidad y no solo en los Estados Unidos, gran baluarte del liberalismo global. Sabemos que los movimientos migratorios ocurren de manera conjunta en variados lugares de la tierra, pero la llamada “asimilación tolerante” y el “enriquecimiento cultural” están produciendo asco y hastío en las mayorías. Los pueblos locales tienden a hacer diferencias entre “ellos” y “nosotros”, es decir, viene un choque directo contra los sueños de la globalización y sus “ciudadanos del mundo”. Se replantea nuevamente el contrato social de la política moderna, donde el razonamiento dicta: Cedo parte de mi libertad individual recibiendo como garantía, mi derecho a vivir de la mejor manera me sea posible en comunidad, incluso a costa de erradicar los detrimentos externos que podrían afectar la sociedad, dañando mi seguridad, integridad y la de mi entorno, utilizando para ello todo el monopolio de la fuerza del poder público.
Surge en mayor y menor medida una desconfianza contra organismos internacionales como la ONU y también contra los Derechos Humanos. Las personas se preguntan ¿En qué momento decidimos que estos organismos tengan poder de coerción sobre lo que debemos y no debemos aceptar en nuestros países? “Queremos fronteras cerradas”, “queremos políticas que filtren a quienes quieran ingresar al país”, “queremos expulsiones”, “los políticos que sirven a la ONU y no a nuestra soberanía son traidores”. ¿Cuándo los valores liberales de Occidente se transformaron en la visión política que debemos aceptar? ¿Cuándo estas doctrinas se convirtieron en sacrosantas? ¿Podemos decir que no a los paladines del liberalismo?
Los moralistas del liberalismo humanitarista se han tornado tan repulsivos para el común de las personas que ya representan caricaturas aburguesadas, elitistas, ajenas a la realidad de los trabajadores. Se exige la cabeza de estos acólitos de la globalización. Como les podrá sonar, Chile no está alejado de todo lo dicho en esta columna. Consignas como el retorno de la pena de muerte se hacen comunes y no necesariamente en gente de “derechas”, sino en la heterogeneidad de los chilenos. Así también proclamas como minar las fronteras, sacar militares a la calle, exterminar al lumpen, linchar delincuentes, y todas esas intenciones y palabras que el liberalismo del primer mundo sigue considerando barbáricas, atrasadas, contrarias al humanismo universal. Pero las ideologías son mutables y solo tienen respaldo cuando se condicen con una realidad de base material. Son las realidades las que forman ideologías victoriosas y no al revés. Cuando la ideología y sus dogmas parecen ridículos al ojo de la realidad, las mayorías se rebelan e incluso exigen sangre. La sed de sangre en los pueblos no se sacia fácilmente y siempre alguien debe ser sacrificado, tarde o temprano.
Por cierto, las élites saben jugar a la perfección con estos discursos para perpetuarse en el poder, se adaptan al puro estilo del camaleón como buenos profesionales de la política. Ahora, sectores como el nuestro, desde las trincheras populares, también han de saber ocupar estos enfoques, quitándoles el monopolio a los farsantes de siempre. Debemos saber filtrar lo que nos agrada y lo que detestamos de fenómenos como el trumpismo, de acuerdo a nuestra realidad nacional y continental. Este rechazo cultural contra los valores universales se hace más latente y no imperiosamente representa una lucha maniquea entre tradición y globalización, sino más en lo profundo, plantea la voluntad de cada pueblo por manifestar sus propias valores, arrojo de ser, redactar sus propios derechos fundamentales y distinguir quien es digno de pisar la tierra y quien no, discerniendo, lo que a su vez, permite forjar una cultura política que pueda hacer la diferencia entre los politiqueros traidores y los auténticos representantes de la comunidad. En las transmutaciones de la existencia, hasta los valores pueden destruirse, crearse o invertirse.
En este crepúsculo, los liberales traidores siempre lanzan excusas, como actuar de acuerdo a tratados internacionales ratificados por Chile para justificar su blandura, su burocracia, olvidando que antes de eso, deben responder ante la comunidad nacional, de lo contrario esto traerá consecuencias…