Por Luis Bozzo y Fernando Vidal

“Compasión y respeto” sollozan los desmemoriados, los hipócritas y lacayos de un usurero indigno como Piñera. No hay compasión ni respeto por un enemigo político corrupto que le declaró la guerra al pueblo de Chile y empleó todos los medios necesarios para conservar el sistema gobernado por la oligarquía. Piñera fue un enemigo de la patria. Lo único que podría lamentarse es que su fin no haya sido ejecutado por alguna mano justiciera sino por casualidades del destino. Lamentarse por Piñera es un crimen.

La política real no consiste en una mera diferencia de ideas, ni de gustos -como fantasean paladines de la falsa moralina-, sino en un enfrentamiento irreconciliable entre cuestiones universalmente contrapuestas; entre explotación y libertad, entre comunidad y usura. “Humanidad” suspiran las voces de la hipocresía en favor de un sujeto dispuesto a vender y matar en pro de su fortuna personal. Defender a los usureros del templo es un delito anti-humano. “Honores” claman los oficialistas de la misma clase que Piñera: La misma oligarquía histórica que sigue rigiendo en el país.

La muerte de Piñera no es una muerte gloriosa. Es la muerte de un representante de la derecha más recalcitrante y pseudodemocrática vendepatria que cae por causas azarosas de la fortuna. No pagó sus crímenes en vida y solo queda el implacable juicio que la historia realizará en su contra por la eternidad en el patio infame de los traidores y los deshonrosos. No obstante tenemos una misión histórica que consiste en hacer tradición hacer pagar en vida a miserables de la calaña de Piñera.

El pueblo debe mirar con mucha atención el cadáver de Piñera, porque allí yace el putrefacto rostro de quienes le colocan precio a la patria. La historia sigue su curso, hacemos historia, somos la historia, y hasta los más poderosos también mueren.