Por Jorge Astete

Milei se ha convertido en todo un fenómeno para la política argentina, tras años de histriónica perorata en redes sociales, lobbismo y enfurecida ruptura con la gestión política de la hermana nación andina, finalmente el premier del libertarianismo figura con posibilidades palpables de llegar al ejecutivo en las próximas elecciones. Esta premisa, que hace un par de años parecía un disparate refutado por la marginalidad que caracteriza a ese liberalismo radical que tanto defiende “El Loco” Milei, hoy se ve respaldada en los resultados de las recientes elecciones primarias celebradas el pasado 13 de agosto. Los escrutinios mostraron hechos tajantes, donde Javier Milei acumuló siete millones de votos, sacando una ventaja de dos millones respecto a la segunda preferencia viable en estos registros electorales, el kirchnerista Sergio Massa.

Toda esta situación remeció como un aluvión a las distintas izquierdas del continente, ya son varias las voces que hablan de una “alerta antifascista” en contra de la figura de Javier Milei, lo cual antes que promover una disposición a la unidad progresista contra una bestia parda inminente, a día de hoy parece desenmascarar el pánico de unas izquierdas que intentan disimular sufrir una insuficiencia metodológica ante este nuevo adversario.

¿Es realmente Milei un fascista?

Para llegar a una respuesta en torno a esto, primero debemos descifrar los dos elementos principales de dicha tesis: en qué consiste el fascismo y en qué consiste la ideología de Javier Milei. En lo primero, podemos comprender que el fascismo se puede definir desde distintas tesis, muchas de ellas contrapuestas entre sí.

Sobre el fascismo

Algunos autores como Umberto Eco sostienen que esta ideología se puede categorizar desde una sintomática de aspectos claves que estén presentes en un régimen, apuntando principalmente a aquellos que recuperan premisas premodernas para consolidar otro tipo de modernidad díscola a los paradigmas occidentales, sin embargo esto limita el análisis, pues un conjunto de criterios así tienen potencial de englobar en fascismo cualquier régimen que busque un camino independiente de los paradigmas de occidente, además que significa una dependencia ideológica de un análisis construido en un contexto europeo con una historia, geografía y antropología que no responde en consistencia con nuestro continente. Desde estos términos los herederos del europeísmo liberal nos ofrecen herramientas amañadas e insuficientes.

En contraparte, también podemos considerar también los estudios sociales de génesis norteamericano que desde los años 50 consideran al fascismo producto de determinadas psicopatologías individuales, es decir que se reduce un fenómeno político a aspectos propios de la personalidad y mundo interno de los humanos como seres individuales, antes de evaluar la política en su espectro más global, un criterio que lamentablemente está sujeto a una ontología protestante* encriptada a la hora de enfrentar la realidad. Limitar la percepción del fenómeno político a tales lineamientos deja una cantidad de cabos sueltos que son predispuestos a ser respondidos con ideología antes que adentrarse a un análisis más ponderado a la hora de buscar comprender la política desde grandes colectivos humanos.

Por otro lado el siglo XX también nos hereda la definición marxista del fascismo, aquellos lineamientos validados por la extinta III Internacional Comunista, de la autoría del revolucionario búlgaro Georgi Dimitrov. Esta propuesta considera al fascismo de una forma mucho más coyuntural y sujeta a la clásica dialéctica de clases propia del pensamiento Marx. Teniendo en cuenta estos criterios el fascismo “Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.”

Desde esta perspectiva el fascismo sería sintetizado en un terrorismo de Estado contra cualquier avance de las clases subalternas en desmedro de los intereses de la clase dominante. Dimitrov también define que el fascismo no es precisamente una forma política programática sino que más bien responde a fundamentos reaccionarios a la hora de hacer las políticas del Estado, es decir que con esto, dicha ideología es más bien reactiva a las demandas y coyunturas, antes que proactiva con la realidad política y sus necesidades.

Dimitrov también atribuye a la complicidad entre el fascismo y la burguesía, tanto así que para el autor, cuando fascismo deja de ser un factor necesario, este se solapa en la democracia burguesa, al amparo de la institucionalidad parlamentaria, un ejemplo de esto podría ser la transición española del franquismo a la monarquía parlamentaria o la absorción que ejecutó la República Federal Alemana de los cuadros políticos del NSDAP supervivientes a la destrucción del Tercer Reich.

Sin embargo la tesis dimitroviana, presenta una serie de ambigüedades que la limitan a la hora de implementarla universalmente, precisamente el intento de brindar aspectos universales al fenómeno del fascismo es lo que nos condiciona a dichas ambigüedades. Asumir que el terrorismo de Estado, específicamente Estado burgués, es lo que da lugar una realidad política fascista, nos puede llevar a inferencias un tanto obtusas, bajo este criterio la administración de Piñera habría sido un régimen fascista, pues el terrorismo de Estado durante finales del 2019 fue una realidad que costó la vida de más de 30 chilenos en un contexto de insurrección de masas y posterior represión del Estado.

El intelectual argentino Atilio Borón bien responde a las neblinas ideológicas que nos deja Dimitrov sobre el fascismo. Borón aduce que es la propia burguesía en Sudamérica, sin necesidad de comprometer una ideología fascista de por medio, la que ha sido capaz de perpetrar el terror contra los movimientos de masas perfectamente, con la institucionalidad figurando de por medio, sin necesidad de imponer un régimen de distinta naturaleza, sino más bien reforzando los intereses de la clase dominante a través del perfeccionamiento de dicha institucionalidad. En este sentido, es necesario entender que las fuerzas reaccionarias en su diversidad y agendas, nunca han sido reductibles al fascismo.

Por señalar un ejemplo, podemos entender que la dictadura de Pinochet, implementó un terrorismo de Estado de la mayor escala que ha visto la historia nacional, sin embargo la agenda que presentó el pinochetismo de cara al mundo fue lacaya, no expansionista, mientras que la reconfiguración económica del régimen fue liberal, no corporativista.

Aspectos económicos básicos de las formas nacionalistas y derivas chovinistas fueron inexistentes, la narrativa de la dictadura nunca apuntó una alternativa a la democracia liberal, sino que más bien la propaganda del régimen proponía que la democracia liberal sobreviviría en Chile gracias a la tutela militar, con Augusto Pinochet a la cabeza de la jerarquía del estado.

Sobre esta tendencia histórica, Atilio Borón defiende que un fenómeno fascista no es lo que Chile, como tantos otros países del continente, vivió durante finales del siglo XX, sino que la metodología desenmascarada de la democracia liberal, el régimen burgués por excelencia, a la hora de enfrentar las contradicciones históricas más agudizadas que presenta su propio modelo de sociedad.

Este hecho puede ser develado en el legado político que dejó la dictadura cívico-militar en el país, así como el tratamiento que implementaron los distintos sectores políticos una vez finiquitado el proceso de dictadura más directa en el país.

Desde estos términos podemos sacar en limpio lo siguiente: el fascismo, como régimen consolidado sobre un país, no es la aberración que enfrentamos en este continente, el desarrollismo y los regímenes corporativistas a lo largo de la historia indoamericana, han tendido más a relacionarse a fuerzas progresistas y nacionales, antes que con la reacción más radicalizada. Con esto debemos comprender algo fundamental: los movimientos reaccionarios no son reductibles a la ideología fascista, y señalar fascismo en cualquier proceso reaccionario no logra más que desdibujar al adversario político de aquellos movimientos que buscan las ideas de progreso social y liberación nacional.

Sobre Javier Milei

Analizando a Milei y su personalismo encontramos varias interrogantes, distintas izquierdas insisten en catalogarlo de un fascista en el continente, siendo su carrera un elemento disruptivo para el orden social que lleva presentando el panorama político argentino desde el corralito. Sin embargo, cuando hacemos una revisión a los parámetros que ofrece el conglomerado “La Libertad Avanza”, realmente no encontramos elementos tan distintivos de un conservadurismo vulgar, como los que encontramos en otros partido de la autoproclamada “derecha alternativa”, que tanto ha germinado en las periferias del dominio occidental.

Evaluando símiles en partidos como VOX o el infame Partido Republicano, podemos encontrar varios puntos comunes, como sería la clásica agenda conservadora de oposición frontal al aborto y al gasto público en educación sexual integral, antes propias de la dogmática cristiana, tanto católica como protestante, pero hoy con el libertarianismo de por medio, secularizadas en la ética del individualismo más fundamentalista [1].

Javier Milei desde luego figura como un reaccionario, el núcleo de sus ideas son profundamente reactivas a las propuestas de composición del tejido social, mientras que su retórica fundamentalista principalmente busca solapar estas aberraciones anti-pueblo en una defensa de las libertades individuales, sin embargo Milei no comprende en sus propuestas políticas la libertad como una serie de fundamentos elaborados para una constructiva conducta social, como sí lo haría la escolástica católica a la hora de evaluar este concepto, o la antropología marxista a la hora de observar la libertad humana desde el contexto de la antagonía de clases. No, Milei no trabaja una idea de libertad desde estos términos, la libertad de Javier Milei está encaminada a visiones mucho más nihilistas en torno a las posibilidades del humano como ser social, pues esta dichosa libertad está fundamentada en un fundamentalismo de mercado.

La propiedad, para el pensamiento libertario, es otro aspecto de ideal inamovible para su concepción de sociedad sana, construida sobre abstracciones y metafísicas diseñadas cuidadosamente para defender la propiedad no solo de medios de producción, sino que también sobre las conductas sociales y cuál es el rol que debiese tener el humano para con su entorno social, radicalizando la ideología hasta puntos que el propio Adam Smith consideraría usureros y perniciosos. Para esto se recurre a un jurismo revisionado del derecho burgués.

En el historial político de Milei, esto llega a su faceta más idealista donde el político considera desde el plano teórico, la solución anarco-capitalista a las contradicciones que presenta la sociedad burguesa. Este nivel de radicalización le ha costado un alto porcentaje de riesgos comunicacionales, como ocurrió a mediados del pasado 2022, cuando un novato diputado Javier Milei, defendía la compra-venta de órganos como “un mercado más” y aduciendo que convertir éste en un espacio de comercio regular, agilizará la circulación de trasplantes para cada quien lo necesite. Obviamente toda esta situación fue materia de indignación en las audiencias. Nadie quiere que sus posibilidades de acceder a una donación de órganos dependa del grosor de su billetera.

Siguiendo con el análisis de las ideas de Milei, es claro que este libertarianismo radical, minarquista y antiburocrático, promete muchas innovaciones desde su tan ansiada reducción del Estado al mínimo. Pasar de los sistemas de salud y educación garantista al sistema de vouchers que tanto promueven los países escandinavos, la desregulación laboral y la controversial dolarización de la economía, pero ¿Son estas ideas tan innovadoras como prometen?

En los antecedentes de la historia argentina, podemos encontrar una tendencia histórica similar a las propuestas de Milei, pero encabezada por los militares, con Jorge Rafael Videla al mando, quien tras un golpe de Estado contra la presidenta peronista María Estela Martínez, tras la caída del peronismo, ésta dictadura, autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”, junto con el terrorismo de Estado, también impuso una serie de reformas de desregulación del aparato financiero argentino, acabando con la regulación de precios, controles de cambio y controles institucionales para las tasas de interés. Junto con todo lo anterior, aplicación de políticas de orientación rentista que lograron socavar años de corporativismo justicialista, políticas que recibieron cierto continuismo de la mano de la administración de Carlos Menem en la vuelta a la democracia, y posteriormente con Fernando de la Rúa, quien tuvo que huir en helicóptero del palacio de gobierno tras la crisis del corralito financiero.

Esto último es importante ya que, teniendo esto presente, cabe señalar que no es una ideología nueva la que abandera Javier Milei. Es un rentismo, esa ideología de los capitales regresivos, que prefieren especular tasas usureras con propiedades, antes que impulsar la innovación y el desarrollo, aquella es la gran idea tras el Pensamiento Milei. Es esa la reacción sobre la cual el candidato Milei fundamenta su causa. El aspecto más regresivo del pensamiento liberal hipertrofiado por un culto a las soluciones de mercado, el rentismo que vimos en nuestra patria con los Chicago Boys, ese que valora la propiedad por sobre la vida y es capaz de pontificar sobre la propiedad como buen fundamentalismo que hoy se constituye en La Libertad Avanza.

Con esto es necesario señalar lo siguiente: el rentismo, el idealismo del culto al mercado, es la gran ideología reaccionaria que golpea y maltrata al potencial de desarrollo en nuestro continente, aquel que ha cargado con las masacres de la década perdida del siglo pasado.

Las dictaduras entreguistas de los años 80 consolidaron casi sin excepción la deriva rentista sudamericana, que tanto interesa al occidente anglosajón, así cargaron los barcos mercantes con cantidades ingentes de recursos a precio de huevo, como tan cómodamente hacían durante el siglo XIX. En estos términos, resulta que el gran reaccionario de este siglo XXI y este continente americano, es el rentismo, que figura como un dogma en torno a la ganancia y una libertad tan falaz como fallas adolezcan estos mercados; aquella ideología que mejor se compenetra y justifica hoy con la dogmática conservadora más vulgar, llegando a puntos de secularizarla.

Conforme hemos ido avanzando en el siglo XXI, este siglo se caracteriza por: el proceso de multipolarización del mundo y con ello la crisis del atlantismo, así como el desarrollo exponencial de la tecnología digital en forma de la revolución industrial 4.0 y también la inminente crisis climática. Todos estos dilemas que exigen regulaciones de variadas índoles, regulaciones a las cuales el libertarianismo no atiende ni pretende entender, exponiendo a nuestros pueblos indoamericanos a una serie de peligros sin ninguna preparación suficiente para enfrentar de forma efectiva las adversidades de nuestra Era.

NOTAS

[1] La teología protestante está estrechamente ligada al génesis de la moral burguesa construida sobre las primera revoluciones burguesas europeas, los fundamentos de liberación individual a través del trabajo, así como la libertad de conciencia y el enfrentamiento constante de la realidad a través del individuo (hoy entendido como individuo liberal) son herencias ontológicas que sirven de bases de desarrollo para el pensamiento de las incipientes burguesías capitalistas. Estos elementos teológicos emanan principalmente de movimientos luteranos y calvinistas, ambas formas de cristianismo protestantes.