Existen numerosas escuelas filosóficas que mediante un proceso histórico han desarrollado interrogantes, hipótesis, teorías, contradicciones y soluciones varias en concordancia con la realidad del mundo que habitamos. Pese a la naturaleza opuesta que subyace entre las corrientes filosóficas reales, todas calzan más o menos en tratar de estructurar un pensamiento articulado, lógico, no especulativo y con componentes propios de la realidad racional. Podemos entender que existe una relación inminente entre el sujeto y el espacio (totalidad interactiva) para aprender a pensar, pues la filosofía es una herramienta para ello. Aprender a construir el pensamiento es un trabajo que requiere esfuerzo y que persiste durante toda la existencia, porque una de las más potenciales inclinaciones del ser humano se encamina (o debiera conducirse) hacia entablar y responder preguntas, conocer, saber.
La acción del saber puede definirse de muchas maneras, pero para efectos de esta columna la concebiremos como un conjunto de conocimientos útiles para comprender la realidad propia, la del entorno y la dominancia de uno o más artes determinados. La sabiduría sería la capacidad de poder entender y hacer lo pertinente en momentos claves que delimitan el porvenir. El filósofo debe interpretar la realidad con la mayor precisión matemática posible, lo a que su vez le abre paso para conocer las formas de transformación material de los espacios, elemento fundamental de la acción política revolucionaria.
Mientras la religión suele concebir el origen del conocimiento como producto de una revelación divina y por otro lado, la charlatanería comercial (filosofía falsa, pseudo-filosofía) expone un sinfín de “mantras” y frases motivacionales para alcanzar “éxito”, felicidad y múltiples promesas que seducen a los confundidos y dolidos de la tierra, la filosofía real parte desde una premisa dificultosa, un sendero, un trabajo constante para pulir el valioso conocimiento, alcanzar tal vez la sabiduría. No basta con aprender frases, disparar viles ideas. Se debe dominar la lógica, estudiar corrientes de pensamiento variadas, tanto contingentes como del pasado, investigar nuevos enfoques, aprender con empirismo, dialogar, conocer a quienes se tienen como eminencias intelectuales de la época, criticarse, cuestionar, aceptar, revisar fuentes, formular problemas, estar al tanto de las últimas revoluciones científicas, etc.
Esta especie de proceso dialéctico en el sujeto genera las fricciones que permiten la reflexión y el surgimiento del fuego del conocimiento. Por ello, el filósofo es capaz de debatir en sí mismo sus propias dogmáticas del pasado, sus prejuicios, sus conceptos erróneos, mejorando, al contrario del fanático sectario incapaz de pensar, de combatir sus propias visiones vagas y sombrías. El filósofo maneja certezas cuando respalda con fuentes y argumentos sus planteamientos y aseveraciones (arma una tesis articulada irrefutable). Ahí se desprende el concepto de verdad. El charlatán por otra parte, defiende sus disparates sin pruebas, sin entender ni haber llegado al fondo de los problemas que dice haber solucionado. El charlatán suele decir que: “Cada quien tiene su verdad", en pocas palabras, la aceptación ultraliberal ilusoria de que el individuo es su propio universo total, pero no. Las libertades de redes sociales virales han permitido que cualquiera pueda exponer ideas y opiniones, lo que no es del todo dañino per sé. El problema de estos adalides de la charlatanería y vendehúmos radica en creer tener el estatus de influencer. Muchos buscan la “fama” vulgar del mundo cibernético, repiten frases y disparates variados. Cada día surgen más porque además ser magufo es un negocio muy rentable.
Clásico es el conspiranoico moderno del internet que resulta convencido de imbecilidades como la tierra plana, entre otros mitos vulgares y grotescos que ni vale la pena mencionar. Pareciera que se expande el narcicismo y lo que suele denominarse síndrome de Dunning Kruger, cuyo espejismo de evidente alteración cognitiva hace creer al sujeto que tiene grandes conocimientos y que incluso supera a verdaderos expertos y maestros de una materia. Hegel aún con todo su contenido metafísico propio de la época ya había detectado la esencia de la filosofía:
“La verdadera figura en que existe la verdad no puede ser sino el sistema científico de ella. Contribuir a que la filosofía se aproxime a la forma de la ciencia - a la meta en que pueda dejar de llamarse amor por el saber para llegar a ser saber real: he ahí lo que yo me propongo. La necesidad interna de que el saber sea ciencia radica en su naturaleza, y la explicación satisfactoria acerca de esto sólo puede ser la exposición de la filosofía misma. En cuanto a la necesidad externa, concebida de un modo universal, prescindiendo de lo que haya de contingente en la persona y en las motivaciones individuales, es lo mismo que la necesidad interna, pero bajo la figura en que el tiempo presenta el ser allí de sus momentos. El demostrar que ha llegado la hora de que la filosofía se eleve al plano de la ciencia constituirla, por tanto, la única verdadera justificación de los intentos encaminados a este fin, ya que, poniendo de manifiesto su necesidad, al mismo tiempo la desarrollarían.” [1]
Conocida es la disputa que Sócrates tuvo con los sofistas. Los sofistas utilizaban las técnicas retóricas, las falacias y la demagogia para convencer y ganar discusiones. Solían cobrar por sus servicios y asesorar a políticos (trabajo que hoy realizan los coaching). Aparentaban ser sabios pero en realidad sus frases estaban repletas de contradicciones y Sócrates los derrotó con la mayéutica [2]. Aquí se ejemplifica un combate entre el mero armazón de frases y el ejercicio de la filosofía auténtica.
El fin de la filosofía auténtica por tanto versa sobre una comprensión total del cosmos más allá del sujeto individual y su consciencia. La filosofía real no ha sido un soma que promete “paz interior”, ni conquistar una especie de felicidad particular basada en placebos y mentiras, sino comprender la veracidad mundo con toda su complejidad, contradicción, belleza y espanto. Como dijo Heidegger: “Ser para la muerte” [3]. Filosofía como preparación para la finitud y aceptación del fin.
Cuando los filósofos antiguos se refirieron al significado de la felicidad, nunca dejaron de estudiar las condicionantes existentes más allá del individuo. Con el desarrollo de la historia de la filosofía surgían hombres que tomaban la tradición del pensamiento, cuestionaban, refutaban o revaloraban, basando sus postulados en concordancia con problemáticas de su propia realidad. El filósofo no se dedica en exclusiva a la “comprensión interior”, la psicología del Yo, sino a observar la totalidad de la existencia. No por nada el tiempo, la economía, la historia, la política, la sociedad, la religión, la cultura, la guerra, son acontecimientos sumamente abordados por la filosofía.
Hoy por ejemplo, muchos influencer y falsos profetas se dicen estoicos. Ante las desgarradoras condiciones de nuestra época ciertos componentes de la filosofía estoica (aprender a tolerar las dificultades) resultan atractivos, razonables y justos. Pero esta visión es un recorte del estoicismo. Este pseudo-estoicismo cae en el error propio de la dogmática liberal de creer que el individuo es un todo, dejando de lado reflexiones complejas sobre los sistemas económicos, el origen de la miseria, sus consecuencias, impacto del medioambiente, relaciones sociales, enfermedades mentales, etc.
Este falso estoicista es una prolongación del axioma comercial: “piensa positivo”, lo que es más grave cuando conlleva al conformismo de no movilizarse contra la injusticia que perjudica a una comunidad. Los estoicos antiguos también abordaron el concepto de justicia y emitieron juicios reflexivos.
Decimos “filosofía auténtica” para diferenciarla de la abundante aparición de falsos profetas y comerciantes que prometen ayudar a solucionar problemas anímicos y de salud mental por medio de charlas y palabras de motivación, recurriendo a frases recortadas de filósofos y de diversas fuentes. También surgen diferentes gurúes y coach espirituales, pastores religiosos, predicando sobre la salvación, el alivio existencial y la asimilación de diversas doctrinas.
La labor de la filosofía cumple hoy un ejercicio siniestro en el buen sentido porque llama a exponer verdades, duras verdades. Mientras la falsa filosofía dice que eres especial en el mundo, que incluso el universo conspira a tu favor y que estás predestinado a todo lo grande alterando la percepción de uno mismo y de la realidad (es común en nuestra época ver como quienes creen en estas promociones se frustren gravemente al comprender que ese buen destino divino casi nunca llega), la filosofía auténtica desde una ética de humildad, expone que solo eres un ser humano en el mundo, un mortal con existencia limitada, una consecuencia histórica, un accidente aleatorio incluso. Estás eyectado en una existencia que ni siquiera elegiste, pero existes y tienes la capacidad de reflexionar e incluso actuar. Ahí cobra significado la frase Epicteto: “No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir cómo responder a ellas”.
Podemos a modo de ejemplo, entender que vivimos un reino de la usura, estar conscientes de los antecedentes y consecuencias de esa matriz. Podemos elegir levantar una trinchera contra este sistema– con mucho o nulo éxito, dependerá también de la correcta comprensión de la realidad para formular una eficiente praxis política-, o podemos tomar una postura de conformismo e indiferencia. Podemos también defender a ultranza reaccionaria el reino de la usura.
El fin de este método de la filosofía oscura no es deprimir al sujeto, pues la aceptación radical de la realidad, no debe desanimar sino potenciar lo que tanto Nietzsche como Gramsci llamaron: “Optimismo de la voluntad”. Tener una conciencia de mi muerte, pronta o tardía, debería darme fuerza y consistencia para actuar de manera radical en el mundo, más aún si se comprende que esta la única vida, que no hay nada más después de la muerte, que jamás volveré a ver a mis seres amados, ni tendré una mejor reencarnación, etc. Asimilar esto no se trata de una superación personal, sino de una superación cultural para construir en efecto, una cultura de la reflexión y la acción (vitalismo supremo). La filosofía no busca salvadores.
Mientras el charlatán comercial gritará que todo estará bien anhelando venderte sus elixires inútiles que te sumergen en un espiral de disgusto o caminos errados, la filosofía plantea que no necesariamente todo estará bien, incluso puede estar peor, pero al menos tenemos conciencia de la realidad y de cómo podemos actuar. Las lógicas del sistema moderno suelen impedir que el pensamiento auténtico tenga lugar. Las redes sociales mal utilizadas son golpes constantes de dopamina que generan adicción y por ende inacción en el mundo real.
Bastantes muchachos por ejemplo se vuelven adictos a una realidad virtual. Se crean un personaje de videojuego, entrenan en ese mundo, compiten en ese mundo, se divierten ahí, compran bienes incluso, pero no tienen nada de eso en el mundo original. Es un escape, un soma, pero la realidad no desaparece.
En este contexto donde el pensamiento original está aplastado, la filosofía se convierte en un arma de liberación en favor de la humanidad.
Existe una historia que se cuenta en torno al mítico esclavo Espartaco que inició una rebelión contra Roma. Mientras Espartaco avanzaba y tenía éxito en su revuelta, un soldado romano espavorido le preguntaba a otro la razón de porqué este esclavo era tan diferente, magnifico y popular. El otro soldado romano respondió: “Este esclavo es griego, fue educado en la filosofía y conoce los conceptos de libertad, de ciudadanía. Elegirá la muerte si no es libre. Tiene todo por ganar y nada que perder”.
NOTAS
[1] HEGEL G. Fenomenología del Espíritu.
[2] Mayéutica (RAE): Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él estaban latentes.
[3] La aceptación consciente del fin de la vida es Ser para la muerte, porque todos los caminos conducen finalmente a la muerte (la nada) como certeza. Cuando se destruye la ilusión de la otra vida, la existencia auténtica toma consistencia, se revalora el hecho de estar vivo.