El accidentado desarrollo de la IX Cumbre de las Américas marcado por la exclusión unilateral de Cuba, Nicaragua y Venezuela (países cuya animadversión hacia el imperialismo yankee es de sobra conocida) es un recordatorio de que el enfoque con que se mira a Nuestra América desde Washington sigue siendo el desdén y el afán constante de la sumisión.
Como sabemos, el fin de las “Cumbres de las Américas” desde su inauguración en 1994 es la promoción del comercio y la cooperación entre los 35 países que conforman la Organización de Estados Americanos, pero este encuentro nunca ha sido inocente, sino que se enmarca en el proyecto general del afianzamiento de la hegemonía estadounidense en el continente tras el fin de la Guerra Fría. Como nos explica el analista Juan Gabriel Tokatlian:
Aquella primera cita continental hay que localizarla, además, en la grand strategy de Washington en ese contexto histórico. La gran estrategia, denominada «Compromiso más Ampliación» (Engagement plus Enlargement), consistía en que Estados Unidos no se replegaría como lo había hecho después de la Primera Guerra Mundial y que tenía la voluntad, la capacidad y la oportunidad de reconfigurar de modo decisivo el sistema internacional (el componente de engagement), al tiempo que procuraría propagar la economía de mercado y el pluralismo político (el componente de enlargement). Respecto a este último componente, la política de Estados Unidos se sirvió del Consenso de Washington de 1989 para dar impulso a las políticas de liberalización y desregulación económica, por un lado, y de reducción del Estado, por el otro.
A pesar de la relativa novedad de los encuentros y su contexto geopolítico, la idea central que sostiene estas reuniones no es nueva y tiene un nombre: el Panamericanismo.
En simple, el Panamericanismo se define como el movimiento político y económico que busca la integración y la coordinación de los países del continente americano.
Ciertamente esta definición suena a una causa noble y halla sus orígenes más profundos en la solidaridad entre las revoluciones independentistas de inicios del siglo XIX que tuvieron lugar tanto en Estados Unidos como en Indoamérica. Todo esto sin considerar la dificultad que supondría unificar a dos unidades geográficas que a pesar de compartir una plataforma continental, comparten pocos elementos culturales.
Pero esta nobleza de origen fue degenerando lentamente en la defensa de los mezquinos intereses de los Estados Unidos como potencia hegemónica sobre la plataforma continental americana, cuyas manifestaciones tempranas son la “Doctrina del Destino Manifiesto” (la expansión de los EE.UU. hacia el Océano Pacífico), la “Doctrina Monroe” (la no interferencia de potencias europeas en el continente americano) y el “Corolario de Roosevelt” (la intervención directa de EE.UU. en países soberanos americanos). Como señala Rodrigo Borja Cevallos:
El panamericanismo, como concepto aglutinador de todos los Estados del continente americano, se formó bajo la influencia del pensamiento de los líderes norteamericanos así como el hispanoamericanismo obedeció principalmente a las ideas de Bolívar. Todos los primeros congresos [1] estuvieron influidos por el pensamiento bolivariano y miraron con una cierta desconfianza el creciente poder que acumulaban los Estados Unidos de América. En cambio, las reuniones posteriores se efectuaron bajo la influencia del pensamiento de los líderes norteamericanos. Por eso fue que desde el comienzo la palabra panamericanismo tuvo connotaciones ideológicas de dominación de Estados Unidos sobre toda la región hemisférica y fue acogida con frialdad y desconfianza por los países latinoamericanos.
Numerosos pensadores de esta parte de América —Rodó, Martí, Darío, Montalvo, Ugarte, Peralta, Ingenieros, entre muchos otros— vieron con suspicacia al panamericanismo que con tanto ahínco impulsaban los líderes de Washington, del que creyeron que era una forma de enmascarar los afanes de dominación política y económica de Estados Unidos sobre los países del sur del Río Grande.
Sobre este último punto rescatamos las palabras de Victor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariategui. Ambos pensadores andinos con claridad meridiana denunciaron la tentativa imperialista del “Panamericanismo”, que en sus tiempos estaban en auge.
Desde el inicio de su dilatada carrera política, Haya de la Torre comprendía el peligro de la “demagogia panamericanista” ya que suponía obviar la subyugación económica y política de Indoamérica y, por ende, implicaría una sesión tacita de la soberanía nacional y continental:
Si partimos del principio panamericanista para afirmar que la soberanía de cada uno de los países indoamericanos debe estar limitada por los intereses de la comunidad de ellos, caeríamos en la absurda tesis de Mr. Hughes [2], apoyada con denuedo por el representante del Perú ante la VI Conferencia Panamericana de La Habana, ponente de la teoría intervencionista. Desde un punto de vista “panamericano” la limitación de la soberanía de uno de nuestros países, en nombre de los intereses de los demás, resulta una tesis tan absurda como la del sufragio universal, tal como se practica en la mayor parte de nuestros pueblos, que resulta siempre en beneficio único para la clase y grupos oligárquicos dominantes. (pág. 168)
Una denuncia similar se encuentra en el artículo de Mariátegui titulado “El Iberoamericanismo y el Panamericanismo”. En dicho artículo, el autor peruano señala:
La más lerda perspicacia descubre fácilmente en el pan-americanismo una túnica del imperialismo norteamericano. El pan-americanismo no se manifiesta como un ideal del Continente; se manifiesta, más bien, inequívocamente, como un ideal natural del Imperio yanqui. (Antes de una gran Democracia, como les gusta calificarlos a sus apologistas de estas latitudes, los Estados Unidos constituyen un gran Imperio). […] El pan-americanismo borda su propaganda sobre una sólida malla de intereses. El capital yanqui invade la América indo-íbera. Las vías de tráfico comercial pan-americano son las vías de esta expansión. La moneda, la técnica, las máquinas y las mercaderías norteamericanas predominan más cada día en la economía de las naciones del Centro y Sur. (págs. 25-26)
Si bien, el articulo inicia con una denuncia contra la intromisión comercial de los Estados Unidos en los países latinoamericanos [3], Mariategui no rechaza la idea de una cooperación con el pueblo norteamericano de tradición revolucionaria:
Los hombres nuevos de la América indo-ibérica pueden y deben entenderse con los hombres nuevos de la América de Waldo Frank [4]. El trabajo de la nueva generación íbero-americana puede y debe articularse y solidarizarse con el trabajo de la nueva generación yanqui. Ambas generaciones coinciden. Los diferencia el idioma y la raza; pero los comunica y los mancomuna la misma emoción histórica. La América de Waldo Frank es también, como nuestra América, adversaria del Imperio de Pierpont Morgan [5] y del Petróleo. (pág. 28)
Las citas recién referidas nos conducen a dos reflexiones. La cita de Haya de la Torre nos recuerda la necesidad imperiosa de la Unión Indoamericana frente las continuas agresiones del intervencionismo norteamericano y sus diversos socios. Por otro lado, la cita de Mariátegui postula la necesidad de colaborar en algún momento con el pueblo estadounidense para trabajar en un futuro donde ambas “Américas”, sajona e indo-ibérica, puedan convivir en igualdad y armonía [6].
El panorama es complejo para Las “Dos Américas”, la América Sajona y la Indoamérica. La primera actualmente corresponde a una potencia hegemónica en decadencia que a pesar de su condición actual se resiste a dejar ver a la Indoamérica como su “patio trasero”. Por otro lado, nuestros países siguen siendo “Los Estados Des-unidos” de Indoamérica. La lucha de un continente dividido entre un “Imperio” y los pueblos “imperializados” parece no tener fin. Esta situación no cambiará, si ninguna de las dos partes se deshace de la absurda idea del “Panamericanismo” o lo que es lo mismo, una Unión Americana capitaneada y hecha a la medida de los Estados Unidos.
Referencias:
Borja Cevallos, R. (18 de julio de 2018). Panamericanismo. La Enciclopedia de la Política. Obtenido de: https://www.enciclopediadelapolitica.org/panamericanismo/
Haya de la Torre, V. R. (2010). El Antimperialismo y el APRA. Lima: Fondo editorial del Congreso del Perú. Obtenido de https://www4.congreso.gob.pe/comisiones/2009/cem_VRHT/documentos/EL_ANTIPERIALISMO_Y_EL_APRA.pdf
Mariátegui, J. C. (2016). Nuestra América. Isla de Maipo: Ediciones Askasis.
Tokatlian, J. G. (2022). 1994-2022: la Cumbre de las Américas y el «síndrome de la superpotencia frustrada». Nueva Sociedad. Obtenido de: https://nuso.org/articulo/cumbredelasamericas-estadosunidos/
Notas
[1] Aquí se refiere a las “Conferencias Panamericanas”. Reuniones diplomáticas entre los estados americanos celebradas entre 1889 y 1954. A partir de dichas conferencias se establecen instituciones como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) o la Organización de Estados Americanos (OEA).
[2] Charles Evans Hughes (1862-1948), fue un político norteamericano que se desempeñó como Secretario de Estado de los presidentes Warren Harding y Calvin Coolidge.
[3] Y de paso critica también la promoción del “iberoamericanismo” propiciado desde España por el Rey Alfonso XIII, el político liberal José Francos Rodriguez y el político tradicionalista Victor Praderas.
[4] Waldo Frank (1889-1967) fue un escritor y activista estadounidense reconocido por sus posiciones anti-imperialistas y sus estudios sobre Latinoamérica.
[5] John Pierpont Morgan (1837-1913) fue un empresario financiero estadounidense, reconocido por fundar el banco que llevó su nombre (J. P. Morgan & Co).
[6] Un antecedente importante de esta cooperación fue la “Política de la Buena Vecindad” llevada a cabo por Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1948. Pero si sumamos al Caribe Anglófono a la ecuación, contamos con muchos más ejemplos de solidaridad entre ambas Américas en su lucha contra el intervencionismo estadounidense.