Por Luis Celedón (MRNS)

En sus inicios, el asunto de nuestras “preocupaciones ciudadanas” era un simple Apruebo o Rechazo, al modo como alguna vez funcionó el Sí y el No de finales de los ochenta, con casi idéntica carga histórica en clave de la destrucción definitiva del otro. Pero al igual que entonces, los rumbos se extraviaron y no fueron tan claros cuando surgió la idea de una “tercera vía”, la que el gobierno entrante primeramente negó con vehemencia bajo el rótulo de “falsa expectativa”; y, sin embargo, como el rodar de las piedras por la corriente del río, se fue haciendo su lugar hasta su definitiva refrendación con las recientes declaraciones de “Su Excelencia”.

Pese al esfuerzo de algunos en destacar la “notable estrategia” del gobierno central, es innegable que el impacto del mensaje fue otro, reafirmado por las plañideras del oficialismo y hasta por ex convencionales afines. Si el mismo día que se entregó el borrador, ya se comentaba “la necesidad de reformas”, mal podría considerarse como una tarea exitosa y, estratégicamente, quedaba en portada la idea de algo deficitario o simplemente “mal hecho”.

Con el paso de los días, entre el oficialismo y sus predecesores familiares e ideológicos de la Concertación y la Nueva Mayoría, comenzó a correrse la voz sobre “las dudas” que producen ciertos aspectos de la propuesta, o las declaraciones de ex gobernantes sobre la necesidad de continuar el proceso, de ir mejorándolo. Inaudito puede parecer el interés sobrecogedor de quienes fueron protagonistas en la crisis política y su agravamiento durante décadas. Y esto es precisamente lo que parece obviarse o no querer verse: la crisis política latente.

Algunos, desde un enfoque “técnico”, digamos académico, se fundan en un análisis sociológico superficial: lo álgido de la crisis de octubre de 2019 ha concluido; el proceso constituyente “trajo esperanza al pueblo”, los días viernes son más tranquilos, etc. Mientras, en su conspiranoia, la derecha apunta a una operación revolucionaria que continúa en proceso. Bromas aparte y pese a la metodología o ideas que les llevan a tales conclusiones, no distan mucho de la realidad: esto no ha acabado, y tampoco se acabará el 04 de septiembre.

Hemos dicho en otros medios que el referéndum no implica el fin de la historia [1], ni la muerte del Estado y su configuración actual, como tampoco el advenimiento del paraíso en la tierra. Ante todo, la Constitución política es un instrumento y, como tal, sirve a unos y otros con ciertos fines. A diferencia de la Constitución vigente, que no explicita la ideología y el carácter conservador que contiene (pero rebosa de ella), la propuesta recoge una diversa gama de aspectos ideológicos, desde las políticas identitarias, la reivindicación del lugar de la mujer en la política, los animales y su vínculo con los seres humanos, hasta el medioambiente y su tratamiento jurídico-político.

Tal amplitud hace imposible que un solo partido pueda “materializar” los principios y lineamientos ideales que contiene la propuesta. Esto podría considerarse como algo en contra de la misma pero, muy por el contrario, demuestra que la partitocracia, como se ha configurado en nuestro país a estos días, comienza a resquebrajarse por todos lados. Los principios que la uniforman obligarán a que la política sea más activa o dinámica, a que “los territorios” se organicen y participen; que la organización local y regional no sea una gran Esfinge impasible y torpe.

Quienes han advertido esto en sigilo analizan sus posibilidades y “los grandes desafíos” que implicará la puesta en marcha del nuevo orden constitucional. Ni hablar de la cantidad de nuevas leyes que deberán dictarse o la reconfiguración completa del ordenamiento jurídico. Ya habrá miles de abogados trabajando en ello. Lo interesante es el papel que cada uno de nuestros connacionales deberá desempeñar en esta tarea. Y aquí surge la cuestión: o dejamos que sean ellos, los partidos y sus subordinados, quienes lideren el proceso y lo coopten como han acostumbrado a hacer; o es el pueblo el que sea protagonista.

Esto va más allá de la mera consigna, del “crear poder popular” que se ha repetido constantemente en nuestra historia reciente. O somos nosotros, o son ellos; o nos organizamos o seremos organizados por otros, etc. Cualquiera sea el resultado del referéndum de septiembre, se abre un frente inabarcable para los partidos. Estarán obligados a hacer nuevas alianzas, a ceder, negociar y reforzar “los pactos” y sus coaliciones. Pero aún en ese supuesto, la amplitud de ideas que contiene la propuesta inevitablemente provocará el quiebre o graves disputas internas entre el oficialismo y la izquierda liberal o sistémica. Ni hablemos de la derecha y la reacción más rancia, que carecen de toda clase de proyecto político y ni siquiera han sido capaces de hacer propuestas en la Convención ni han presentado alguno de esos supuestos proyectos de reforma que serían la alternativa al proceso constituyente.

Si sumamos al proceso constituyente lo que ocurre en el ámbito económico y geopolítico, cómo las instituciones del orden internacional también se resquebrajan, aumenta la desconfianza y la incertidumbre, tenemos un escenario abierto para llenar con ideas, con proposiciones pero, por sobre todo, con un trabajo político que se haga cargo de estas dificultades.

Notas

[1] Véase conversatorio del pasado 07 de julio: https://www.youtube.com/watch?v=P78pUgaUKoY