El 21 de mayo se conmemora el combate naval de Iquique en el contexto de Guerra del Pacífico. Ese día Arturo Prat y su tripulación naval se sacrificaron en combate, bajo el legendario lema: “vivir con honor o morir con gloria”. En aquella batalla Carlos Condell al mando de la Covadonga, logró con una maniobra, entrampar a la desdichada fragata blindada Independencia de Perú, dejándola embarrancada en medio de una persecución, no obstante en el recuerdo colectivo pervive la escena de Prat saltando al Huáscar con sus tripulantes rumbo a la muerte. Nuestra cultura popular es heredera de tradiciones heroicas que santifican la muerte trágica de sacrificio como un acto superior.
Sobre este hecho existen numerosas mitologías que intentan socavar la legenda con datos rebuscados y sin base histórica. Otros exaltan el suceso con el radical chovinismo sentimental de las glorias navales. Entonces nosotros debemos comprender los acontecimientos en concordancia con el correcto estudio de la historia, que es una metodología para buscar la verdad y no una interpretación subjetiva y fantasiosa de los hechos. Recordemos esos absurdos cuentos de “Historia secreta de Chile" donde se muestra a un supuesto Prat practicante de espiritismo, o un Prat ebrio que salta al Huáscar.
En primer lugar, debemos saber que el grueso del ejército chileno de la guerra del pacífico estuvo compuesto no por militares profesionales, sino por voluntarios del bajo pueblo que concurrieron a inscribirse en los cuarteles, pues en aquel momento existía en la clase popular -para bien o para mal- un fuerte sentimiento de pertenencia nacional, y el hecho de ser hombre, ameritaba alistarse al ejército, más aún cuando se supo de lo acontecido en el 21 de mayo, donde muchos sintieron que estaba en juego el honor de la nación y no querían ser menos que Prat y sus hombres. Además muchos jóvenes veían una posibilidad de aventura para escapar de su rutinaria existencia, sin conocer los horrores que podían vivenciar.
¿Se aprovechó la élite política de este chovinismo cultural para exaltar al roto guerrero y usarlo de carne de cañón?
Sin duda que sí. Las grandes hazañas de esa guerra fueron cometidas por gente del mundo popular; ancestros de los trabajadores de hoy. La oligarquía del momento traicionó al pueblo de Chile, se apropió del botín de la guerra, negoció con el capitalismo internacional y no impulsó ningún proyecto de desarrollo nacional. Bajo esa realidad, entendemos que el “unionismo nacional” reaccionario no existe más que una fantasía utilitaria, y solo el pueblo trabajador soberano puede construir el concepto de patria. Esta contradicción irreconciliable se comprende desde la lucha de clases: La oligarquía y sus secuaces no son parte de la nación, sino una excrecencia parasitaria que debe combatirse.
En su discurso de triunfo presidencial, Gabriel Boric dijo: “(…) la democracia la hacemos entre todos y todas, quiero agradecer a Yasna Provoste, quiero agradecer a Sebastián Sichel, quiero agradecer a Marco Enríquez-Ominami, a Franco Parisi, a Eduardo Artés, y también a José Antonio Kast, si, también a José Antonio Kast. El futuro de Chile nos necesita a todos (...)”
Ese falso unionismo nacional que emparenta a reaccionarios (que niegan la lucha de clases oponiéndose a los intereses de los trabajadores) y a liberales progresistas (interesados en iniciar negociaciones oligárquicas para conservar el sistema) nos recuerda la traición de la oligarquía política contra el pueblo de Chile, que sigue sin ejercer soberanía auténtica.
La oligarquía política es enemiga histórica de la patria popular. Cuando la oligarquía reaccionaria o liberal-progresista levanta las banderas de la “unidad nacional”, “de construir un país entre todos”, incluyendo hasta a los ultraderechistas más recalcitrantes, lo hace para negar la soberanía auténtica del pueblo e iniciar procesos de contrarrevolución. Es otra traición de la casta política contra el pueblo y la historia nos enseña ejemplos que no debemos olvidar. El pueblo debe ejercer el poder político.
Para fundamentar este falso unionismo, sectores burgueses reaccionarios y liberales proclamarán un sinfín de timos de fantasía para ocultar sus negociaciones que mantienen el sistema: “fraternidad y diálogos de respeto”, “el país lo hacemos todos sin excepción”, “nos une la sangre”, “nos une la religión”, es decir, consignas de unidad que pueden sonar complacientes, pero esconden el núcleo del conflicto histórico del país: la ausencia de la soberanía popular. El reaccionario no entiende de metodología histórica, es sentimentalismo chovinista puro y rinde culto a la estupidez, es un autómata ideal para la oligarquía.
Nosotros no debemos temer en declarar que los grandes traidores oligarcas y sus secuaces no son parte del Chile que queremos construir, un Chile donde la usura se extinga, reimpulsando un proyecto comunitario de desarrollo con capacidad de generar una vida auténtica para todos los compatriotas y el trabajo se dignifique, en contraposición de los poderosos sectores privilegiados que se apoderan de la patria explotando el sudor de los trabajadores. Es ahí cuando desde la unidad del pueblo consciente, puede crecer la verdadera soberanía nacional. Por eso el recuerdo valeroso de los trabajadores y las traiciones que la oligarquía debe pagar, nos impulsa para llevar a cabo la batalla inacabada por la liberación nacional.