Juego de Máscaras

Feb 10, 2022
Por Piero Vásquez

En más de una ocasión, hemos visto en redes sociales a individuos autodenominados “nacionalistas” o “Tercera Posición” y derechistas varios, que hablan de una tal “Revuelta contra el mundo moderno” y de que debemos destruir todo lo que huela a “modernidad”; esto es bandera de un reaccionarismo carente de alternativa en reemplazo de lo que dice denunciar. Este tipo de discursos reaccionarios vienen calcados de la vieja Europa, de un contexto muy diferente, y cuyos grandes problemas, o al menos los más visibles, en su mayoría podríamos atribuirlos a aquella entidad supranacional que es la Unión Europea. Junto a ello, no olvidemos la presencia dominante de la organización militar de corte imperialista llamada OTAN, también muy determinante en el viejo continente. Diferentes ideas para diferentes situaciones.

En cambio, ¿Contra qué modernidad nos rebelaríamos en Chile? ¿Contra la poca industrialización que existe? ¿Contra el subdesarrollo propio del pasado que tanto glorifican? ¿Contra los avances en derechos civiles? Es difícil de entender qué es lo que este tipo de grupos e individuos exigen en cuanto a la “Revuelta contra el mundo moderno” cuando no hay nada por proponer, dejando en claro su infantilismo político.

Este es un ejemplo de varios; calcar ideas europeas sin ningún ápice de contextualización, realismo político y mucho menos imaginación para usarlos de inspiración en nuestro contexto indoamericano. Ya lo hemos visto con ideologías como el nacionalsocialismo y el fascismo, no aplicables en este contexto geográfico e histórico. Asimismo, el propio liberalismo, siendo este último un calco de recetas provenientes de “países ricos”, que justifica la acumulación de riquezas a costa de los países pobres, es ajeno en el caso de nuestro Chile y toda nuestra Indoamérica.

A falta de una “filosofía latinoamericana”, nos decía el filósofo argentino José Pablo Feinmann, se genera un vacío teórico a nivel macro en la región que nos desarraiga de un pensamiento y una práctica más propia, y nos tienta a adoptar corrientes abstractas sin capacidad de adaptarse y modificar nuestra realidad. Estas ideologías de importación que vienen de cierto modo “predeterminadas”, jamás serán aplicables de forma exitosa en nuestras latitudes porque fueron creadas en contextos y para fines distintos. Las meras ideologías no transforman el mundo, sino que son las consecuencias de situaciones reales bien definidas. Feinmann dice lo siguiente:

“Nosotros diríamos que una de las categorías fundamentales del pensamiento latinoamericano es asumir que el principal conflicto que tenemos, padecemos y tenemos que superar es el de los países ricos y el de los países pobres. No queremos ser más países pobres. No queremos ser más vasallos de los países ricos, para lo cual no queremos seguir más las recetas de los países ricos, porque, ¿saben una cosa? Hemos entendido que las recetas de los países ricos están hechas para que nosotros continuemos siendo pobres y ellos continúen siendo ricos. Entonces, cuando viene el FMI y nos dice ‘ustedes tienen que hacer esto’, tiene que surgir una natural desconfianza entre nosotros y decirles ‘vean, lo lamentamos muchísimo, señores, pero ustedes representan los intereses de los países ricos; o sea, no pueden representar nuestros intereses porque nosotros somos parte de los países pobres; nosotros estamos en conflicto, o sea que tenemos que tener una profunda desconfianza hacia los planes que ustedes nos traen, porque sospechamos que los planes que ustedes nos traen son planes que les convienen a ustedes y lo que les conviene a ustedes es que la situación se mantenga como está: ustedes ricos, nosotros pobre;, y nosotros la vamos a alterar y esto es una parte fundamental del pensamiento latinoamericano”.

Es decir, la “filosofía latinoamericana” de la que habla Feinmann debe basarse en la resistencia histórica que debemos trazar desde la posición de colonia en contraposición con aquellas grandes potencias mundiales que, -tal como lo han hecho en África-, siempre han puesto sus ojos en nuestra región para controlarnos desde el poder económico, generando divisiones revanchistas y mezquinas entre nuestros países a fin de que la extracción y expoliación de recursos naturales sea mucho más llevadera. Separados nos hemos vuelto países muy pobres y geopolíticamente débiles frente al Imperialismo. El que existan rencillas entre nosotros, forma parte de los intereses y la conveniencia de los países ricos.

Debemos entender que el origen de este problema hunde sus raíces en asuntos que nunca fueron resueltos exitosamente durante los siglos pasados en nuestras repúblicas (a juicio de quien escribe, esto es válido para todas las repúblicas indoamericanas). Estas rivalidades y rencillas junto con la consolidación de las oligarquías locales como clase dominante en las nacientes repúblicas americanas generaron el efecto contrario a la naturaleza misma de los motivos de la independencia, pues incluso los grandes próceres fueron derrotados por las burguesías mercantiles locales. Con la emancipación de las repúblicas del continente, sus élites, siguieron adorando a Europa. Máscaras y más máscaras sobre un continente que todavía sigue sin mirarse al espejo para observar su verdadero rostro.

En el caso chileno, ese fenómeno dio origen a ciertas excentricidades como la llamativa germanofilia que vino acompañada con inmigrantes alemanes, tras la ocupación y colonización de la Araucanía. Estos inmigrantes eran vistos como seres superiores tanto por la decadente élite vasco-castellana de la época, como por las clases populares a las que se les adoctrinó para pensar que “la raza es la mala”, refiriéndose a la supuesta “raza” mestiza chilena. Famosa es la frase que dice que la oligarquía exalta al roto en tiempos de guerra, pero lo odia en tiempos de paz. Por lo demás, la germanofilia fue la que permitió el nacimiento y proliferación de grupos nazistas y neonazis en nuestro país contrarios a cualquier verdadera reivindicación patriótica-popular. Esto coincidió con la aparición de personajes siniestros en nuestra historia como el militar prusiano Emil Körner, quien participó activamente en una guerra civil en Chile contra el presidente Balmaceda. El complejo de inferioridad llevó a varios a desconocer no solo nuestro origen, sino negarlo y abrazar ideologías netamente extranjeras, deplorables, que son imposibles de aplicar en estas tierras dado al contexto tan diferente al lugar donde fueron concebidas.

El continente americano, nuestra Indoamérica, es una civilización auténtica dentro de este mundo, por lo que es necesario como premisa, generar una forma de pensar la filosofía propia; ese es el desafío. Si bien ya tenemos algunos ejemplos mencionados por Feinmann, como el gran Mariátegui, e incluso viejos próceres de las repúblicas indoamericanas como O’Higgins, Martí, y Bolívar entre otros, es necesario decirle adiós al juego de máscaras, para vernos tal cual somos y en virtud de esa verdad, edificar un camino para andar con rostro descubierto y cabeza en alto, libre de toda dogmática absurda y extraña; libre de toda opresión político-financiera, para forjar un destino único en el mundo como una región reunificada bajo parámetros propios, y enfrentarnos cara a cara a las grandes potencias hegemónicas que siempre han puestos sus ojos en esta región no pobre, sino empobrecida.