Por Carlos Salazar

El concepto específico de república fue acuñado por la civilización romana: “res pública” o “la cosa pública”. Hacía referencia a todo aquello concerniente al pueblo o populus de Roma. Los romanos habían adoptado esta forma de gobierno a manera de rechazo contra la monarquía, tras la expulsión del último rey de Roma, Tarquino el Soberbio.

La república romana estuvo gobernada por un órgano colegiado llamado Senado, que reunía a la clase patricia. Dirigiendo el senado se encontraban los Cónsules, que eran elegidos anualmente por los ciudadanos o plebe de Roma. A su vez, la plebe contaba con los Tribunos de Plebe; funcionarios que defendían los intereses de esta clase y tenían autoridad para vetar algunas decisiones de otros magistrados si lo consideraban pertinente.

Con el tiempo la esencia republicana fue siendo abandonada por formas de gobierno más monárquicas. Para la “edad media” e inicios de la “edad moderna”, el sistema político más común en Europa era el monárquico.

Con la llegada de los siglos XVIII y XIX, los revolucionarios burgueses en Norteamérica y en Francia, retomaron el sistema republicano como forma de gobierno destinada a reemplazar las ya añejadas monarquías que para entonces, habían adquirido el carácter de “absolutas”. Los republicanos modernos estuvieron principalmente influidos por filósofos de la ilustración tales como Montesquieu, Rousseau, Voltaire y muchos otros, quienes a su vez, tomaron conceptos de la “antigüedad clásica”, entre ellos, la “Res pública” de origen romano y la “demokratia” de origen clásico griego.

Para entonces, las republicas representativas de corte burgués fueron las estructuras más avanzadas de gobierno y su desarrollo histórico se condijo con el desarrollo del capitalismo. A mediados del siglo XIX y comienzos del XX, estas repúblicas pasaron a tener un carácter más reaccionario o de statu quo en favor de la clase burguesa, siendo que esta misma clase dejó de ser una clase revolucionaria o de vanguardia, para pasar a ser protectora e impulsora del orden capitalista establecido.

Tras la revolución rusa de 1917 y demás revoluciones de tipo socialista en el mundo, surgieron nuevos tipos e interpretaciones de república; la república socialista y la república popular. Estas formas de república cambiaron el paradigma de la protección de los intereses de la burguesía, a la protección de los intereses de la clase obrera (república socialista) y de la participación representativa a formas de participación más directas del pueblo (república popular).

Después de la caída de la Unión Soviética, la república de carácter burguesa y representativa es vista por el “establishment” liberal-global como la única forma concebible de república, acusando a las alternativas de ser “despóticas” o “totalitarias”.

En el contexto local chileno, términos como “fiesta republicana”, “espíritu republicano”, o incluso “actitud republicana” se han hecho sinónimos con los acuerdos, conciliaciones y arreglos entre los políticos de posiciones políticas aparentemente contrarias y que sin embargo aseguran el statu quo favorable a los intereses de la oligarquía y alta burguesía local. No es casualidad que una serie de partidos de ideología liberal-conservadora en distintas partes del mundo usen el nombre de “partido republicano”.

Hay otras latitudes tales como España e Irlanda donde el término republicano mantiene connotaciones revolucionarias frente al añejo sistema monárquico que todavía perdura en dichos países (en el caso de Irlanda, la parte norte sigue bajo ocupación de la monarquía británica). Sin embargo, no conviene entrar en detalle respecto a estos casos particulares por ahora.

Como se ha señalado en el artículo de “Revisionismo de la Tradición”, la remisión que los revolucionarios franceses del siglo XVIII y los bolcheviques del siglo XX al concepto de república, cuyo origen remonta a la antigüedad clásica, se trata de buscar una forma más genuina de abordar la Res Pública, la cosa pública o la cosa del pueblo, frente a los sistemas despóticos que había respectivamente en el contexto de unos y de otros (el absolutismo en un caso y la autocracia zarista en el otro).

El desarrollo que hicimos del concepto de “Democracia Popular”, explica nuestra concepción de República verdadera, como aquella que en origen representa los intereses del pueblo chileno, aquella donde este efectivamente pueda ejercer soberanía sin las trampas del centrismo parlamentario y de la falsa representatividad que rige hoy en nuestro país.