Desde que Bram Stoker consagró el mito de Drácula, tal como lo conocemos, en su famoso libro que lleva el nombre de su protagonista, han surgido decenas de versiones y variantes de esta historia, así como de películas que se inspiran en dicha obra. Una de las películas recientes que toman la historia de Drácula el vampiro, dándole un giro distinto, es “Drácula: La Historia Jamás Contada” del año 2014, dirigida por Gary Shore, y protagonizada por Luke Evans.
El filme se muestra como un drama de acción con elementos de horror, sin embargo, lo llamativo de este rodaje, y que lo distingue de otras versiones, es que explora un poco del trasfondo histórico auténtico del verdadero Dracúl: el príncipe Vlad Tepes, conocido como “el empalador” de Valaquia, por la forma de ejecutar prisioneros de guerra otomanos, ensartándolos en estacas puntiagudas y exhibiendo sus cuerpos sometidos a una muerte lenta y putrefacta.
En la premisa de la película, se nos presenta el drama de un joven príncipe heroico, respetado y justo; Vlad de Valaquia, comandante de la Orden del Dragón (la orden del Dracúl) y gobernante de su pueblo, que se ve en la encrucijada de velar por el bienestar de su patria, su familia y sus súbditos, mientras es forzado a mantener una relación de vasallaje bajo el Sultán Otomano. Él propio Vlad debió ser entregado desde niño a la tutela del imperio otomano, donde aprendió sobre la política, la guerra y la crueldad.
El punto de inflexión llega cuando el sultán actual, exige al príncipe Vlad, junto con los tributos, una dotación de mil hombres para la guerra, incluyendo además la entrega del propio hijo de Tepes, siendo solo un niño, para que fuese educado en la corte otomana tal como él lo había sido, viejo método de potencias imperialistas para asegurar cierta lealtad de sus vasallos; la entrega de un hijo de sangre en una especie de calidad de rehén.
Aquí es donde el aspecto histórico se mezcla con la ficción y la creatividad de los guionistas: el protagonista escala una montaña maldita, para tener un encuentro con un anciano vampiro que devora a todo desdichado que entrara en su cueva sombría. En lugar de olfatear el miedo que siente en cada una de sus víctimas, la criatura se asombra al “oler” esperanza en Vlad.
El príncipe conoce el poder superior del vampiro para derribar batallones completos de hombres con un solo golpe, su fuerza, velocidad y resistencia. Desea adquirir esos poderes para luchar contra el enemigo imperialista turco, sin embargo, el vampiro le pregunta porqué busca convertirse en un monstruo. Frente a esa pregunta, Vlad contesta que los enemigos no temen a las espadas, sino a los monstruos. En el pasado había empalado a aldeas completas para salvar al pueblo, por lo que termina diciendo al vampiro: “(…) a veces el mundo no necesita héroes sino monstruos”.
Acá podemos desentrañar aspectos filosóficos notables. Maquiavelo decía que el gobernante debía ser como un centauro; mitad hombre y mitad animal, sabiendo en qué momento preciso desatar sus naturalezas. Ernesto Guevara, quien combatió por la liberación latinoamericana y conocía el salvajismo de las oligarquías y los poderes imperialistas, dijo en Mensaje a la Tricontinental: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Guevara sabía que los usureros y explotadores infrahumanos, jamás renunciarán a sus privilegios por medio de ningún acuerdo, y que por el contrario, defenderán con todo actuar sanguinario su posición. Ante esa realidad proponía una forma frontal y ética de lucha sin cuartel.
Nietzsche, filósofo que se ocupó de comprender la moral, tiene una frase conocida que dice: “Ándate con cuidado cuando expulses tus demonios, no vayas a desechar lo mejor de ti”. Más allá, de lo que la moral cultural puede considerar “bueno” o “malo”, en los aspectos oscuros, los tabúes y lo prohibido, puede estar la máxima fuerza del ser humano. El demonio Drácula, el monstruo, sería la manifestación oscura del Príncipe bondadoso y justo, que desata su lado tenebroso y terrible ante el mundo para aniquilar a sus implacables enemigos.
Lo interesante de esta trama es su simbolismo. En primer lugar, Vlad Tepes representa al líder que busca defender a toda costa su patria, su pueblo y su amada familia. Está dispuesto a pagar cualquier precio para lograrlo, incluso renunciar a su propia alma y humanidad. El empalador es la antítesis de los políticos actuales que solo buscan zafar rápidamente de las crisis y jubilar de sus cargos llevándose varios millones a casa. Mientras que el príncipe de Valaquia abraza al monstruo en el que debe transformarse para conservar su reino, los líderes contemporáneos se preocupan de cuidar la imagen, de aparecer inmaculados y respetable ante los votantes, aunque en la realidad estén absolutamente podridos en corrupción.
La lucha que el protagonista encabeza contra un imperio extranjero que impone tributos y demanda vidas, tiene su eco en la historia de nuestra América Latina. En lugar de los turcos, acá son los anglosajones y atlantistas que operan e intervienen en nuestro suelo soberano, asumiendo el rol de policía global y “guardianes de la democracia”. Miles de vidas han sido sacrificadas en los altares del nuevo culto a Mammón, de la mano de sus sacerdotes, los Chicago Boys, y de la oligarquía empresarial-militar que impuso el neoliberalismo más atroz en nuestras latitudes. No es menos interesante tampoco decir, que el personaje histórico en el que se basa la película, el verdadero Vlad Tepes, el príncipe de Valaquia y Transilvania, hoy sea considerado uno de los mayores héroes de la actual Rumania. Durante la época del Nacional-Comunismo, la figura de Vlad el empalador era considerada como la de un precursor que se levantó en la defensa de la Patria. En 1976, el gobierno de Nicolae Ceauşescu lo declaró Héroe de la nación al cumplirse el V Centenario de su muerte y el Partido Comunista Rumano, lo reafirmó como un héroe y un hombre de Estado, cuya crueldad estaba justificada por fines políticos y superiores al individuo. Esa percepción indudablemente ha perdurado en mayor o menor grado hasta nuestros días.
Muchos personajes de la historia han sido demonizados o juzgados como monstruos ¿Cuánto de lo que se nos relata sobre ellos es cierto, y cuanto es propaganda o mitología que obedece a determinadas agendas? Y, por último, ¿Cuánto está dispuesto uno a sacrificar por una causa justa? ¿Qué precio tenemos que pagar? Teniendo esta reseña en mente, solo resta la invitación a disfrutar de ésta recomendación, aprovechando este mes de Octubre. Que la pesadilla del terror popular atormente los sueños de los explotadores.