Hace unas semanas fui invitado por la agrupación Vanguardia Nacional de Colombia para hablar sobre el Socialismo chino, junto a mi homólogo peruano Israel René Lira. El resultado fue un podcast de dos horas en el que intercambiamos opiniones y datos, además de aprovechar un grato instante para compartir entre hijos de la Gran Patria Indoamericana.
Entre las preguntas que el anfitrión nos hizo, me pareció que la más relevante fue: “¿Es viable adaptar este modelo (socialismo con características chinas) a nuestro contexto latinoamericano tanto en la económico como en lo político y social?”.
A modo de respuesta, previa reformulación de la pregunta, expresé que si se tratara de un mero calco o imitación de lo que existe en China para su aplicación en América Latina, entonces mi respuesta sería negativa. Sin embargo, desarrollando la respuesta en detalle, resulta indudable que existen principios, avances, experiencias, y lecciones que se pueden aprender e incluso emular dentro de ciertos límites, en un hipotético sistema político-económico popular o nacional-popular dentro de América Latina.
Entre tales aspectos emulables, podemos mencionar el fomento de la ciencia nacional, la protección de la soberanía territorial, política, y económica, el desarrollo e incentivo de las tradiciones del pueblo chino y sus formas culturales, el desarrollo industrial y tecnológico, etc. No obstante, también es necesario mencionar, que la experiencia de China no está de ningún modo exenta de problemas particulares, con los cuales la propia nación asiática debe lidiar y superar en concordancia con sus planes y diseños de desarrollo.
Por otro lado, tampoco puede desconocerse la tremenda dificultad de gobernar un país con la mayor cantidad de habitantes en el mundo, ni tampoco desmerecer todos los logros conseguidos bajo la dirección del Partido Comunista Chino.
Volviendo al tema central de la columna, lo que Chile y América Latina necesitan no es la aplicación calcada del socialismo con características chinas, sino más bien el desarrollo de un sistema económico con características latinoamericanas; es decir, una economía con características chilenas, una economía con características peruanas, con características argentinas, bolivianas, colombianas, puertorriqueñas, etc. Tal sistema, llamémoslo socialismo o por cualquier otro nombre, al decir de Mariátegui, debe ser nuestra creación heroica, toda vez que un correcto entendimiento científico del socialismo, conlleva a interpretar con precisión las realidades.
Los pueblos de América Latina, tenemos vivencias históricas que son únicas, distintas de otras latitudes. Tenemos la dolencia común de pasar de ser colonias españolas a ser Estados satélites semicoloniales de las potencias atlantistas (Estados Unidos y el Reino Unido, principalmente). Un socialismo de estilo latinoamericano o un ordenamiento patriótico revolucionario, debe proyectar sus objetivos hacia la industrialización de nuestros países, dejar atrás el mero extractivismo y avanzar hacia la manufactura.
Como diría el candidato a la presidencia de Chile, Eduardo Artés Brichetti, en su discurso del día 23 de Agosto: “(…) si hay que vender el cobre a otros países, les venderemos el cobre convertido en producto, no como materia prima”.
La industria es la columna vertebral de una economía soberana, ya que no solo representa una fuente de empleos dignos para nuestro pueblo, sino que también es garantía de independencia y de mecanismos de defensa para la soberanía nacional.
¿Cuál sería el rol del Estado en una primera etapa de este socialismo? ¿Qué sectores hay que nacionalizar/estatizar con más urgencia? ¿Qué sectores permanecerán en manos particulares? ¿Qué rol tendrán las cooperativas y la autogestión obrera, la planificación central, el mercado, etcétera? Todas estas preguntas deberán ser contestadas en base a las condiciones materiales objetivas, a la realidad presente de nuestros países, pues si no se interpreta la realidad, es muy fácil desviarse hacia una vil imitación mecánica de modelos foráneos.
Retornando a la pregunta del podcast, acá es necesario mencionar el planteamiento de mundo multipolar que nos expone Aleksandr Dugin, sobre el hecho de que cada cultura, cada civilización, tiene sus formas particulares, sus características y desarrollo histórico propio. En base a eso, nosotros no tenemos necesidad de imitar a los países asiáticos o europeos, ya que ellos tienen sus propios modos de ser y nosotros también tenemos el nuestro. Esto no excluye que podamos emular ciertas experiencias exitosas de otras latitudes o aplicar ciertos principios que se adapten bien a nuestra realidad, aunque siempre será necesario conservar nuestras particularidades.
Los chinos han tenido muy claro esto último, ya que justamente ellos nombraron su modelo como socialismo con características chinas, marcando que no serían una imitación de la Unión Soviética, y así mismo nosotros tampoco debemos pretender ser imitación de ninguna otra potencia.