Por Luis Bozzo

“Cuando el roto sepa de letras nadie lo igualará”

-Antonio Acevedo.

"No deja nada en el plato de la vida. Se lo come todo en un día. Come en exceso; bebe en exceso, ama en exceso, muere en exceso. Y de aquí su radical confianza en sí mismo"

-Juan Godoy.

"Nos sentimos como nietos e hijos del roto, porque es la construcción de un chileno que participa, que es humilde, que es cariñoso y republicano. Somos parte de la nueva chilenidad, más auténtica, y decimos que es el triunfo del corazón sobre la ideología, de la verdad sobre la caricatura que hay de lo popular"

-Gabriel Salazar.

“Roto” y “Huacho” son palabras usadas desde los orígenes mismos del pueblo chileno. Es factible decir que estos vocablos son intrínsecos al pueblo, cuyo nacimiento podemos rastrearlo en la historia de manera minuciosa desde el mestizaje y la transculturización, entre la conquista y la colonia. Hasta ahora solo se han difundido miradas caricaturescas, recortadas, idealistas, incompletas o prejuiciosas del Roto y el Huacho o Roto-Huacho, siendo que su esencia abarca un mayor significado que pretendemos exponer en esta columna.

Teorías sobre el origen de estas palabras hay muchas. Según Oreste Plath, el concepto de roto se aplicaba a los españoles de ropas rotas que viajaban a Perú después de duras campañas en Chile. Lo cierto, es que entre la conquista y la colonia, se propagó el fenómeno del mestizaje, cuya condición se transformó en regla general para los chilenos, pero esto presentaba enormes problemas existenciales. El mestizo no era reconocido legalmente, no tenía existencia legal como persona, pues las normativas solo regían para españoles, indígenas y esclavos negros, no para mestizos, además de mencionar, que el mestizo como sujeto, representaba un problema de reconocimiento y aceptación cultural tanto para indígenas como para españoles.

El mestizo originario entonces, se encontró en una situación de desprecio constante, como siendo arrojado ante un mundo que le desconoce y lo repudia sin razón. Este mestizo debió buscar refugio, tanto al interior las culturas indígenas como entre los españoles, donde fuese recibido al voleo, cuya aceptación dependía de la compasión, el cariño maternal o la utilidad para el trabajo. Mestizos conocidos hubo muchos, como Alejo; quien combatió por Arauco, o la Quintrala, una castiza que si tuvo reconocimiento familiar, y formó parte de la clase más privilegiada de su tiempo. Así también hubo castizos que borraron sus rastros de mezcla y conformaron la burguesía chilena, tratando siempre de blanquearse, o “mejorar la raza”, como se decía dentro de los cánones de la fronda aristocrática.

Este mestizaje se encontraba atado por lo general a la condición de “Huacho”, es decir; aquella persona abandonada y no reconocida por uno de sus progenitores, o por ambos. Se le tenía como “hijo ilegítimo” o como huérfano; una especie de maldición pecaminosa que le impedía gozar de múltiples derechos. Era un nacido para la desgracia y el martirio, para el vía crucis. Incluso el Prócer Bernardo O’Higgins era llamado “huacho” en sentido de denostación por sus enemigos de la aristocracia. El origen de la palabra huacho, provendría de las lenguas indígenas, ya que tanto en el mapudungun (huachu) como en el quechua (huaccha) y otras, podemos encontrar esta designación para los hijos ilegítimos o huérfanos. Es una expresión del bastardismo.

En tal caso, este roto y huacho, se halló en mundo hostil que le rechaza sin razón, pues al intentar buscar las causas que justifican su desprecio, solo descubre una especie de maldición existencial, sin haber hecho nada para merecerla. Lleva consigo las marcas del mestizaje y de hijo abandonado, cargando múltiples prejuicios culturales en su espalda, incluyendo la pobreza. Pero el roto-huacho no puede echarse a morir y le otorga sentido a su propia existencia. No deja que la realidad lo determine, sino que él define desde su Ser, el significado del mundo, de los objetos. Emprende un camino inesperado contra la aparente desgracia del destino o castigo divino que le aflige desde el nacimiento. Ha de ser un creador de sí mismo.

Esto pareciera una odisea de la existencia, pues es natural y parte del gregarismo del ser humano, que el desarrollo evolutivo se base en observar prospectos y padrones dentro de su comunidad, de sus antecesores directos, para aprender y enfrentar la realidad. Entonces este sujeto popular, deberá ser consciente de su marginación, practicar una costumbre de la supervivencia y construir su propio mundo, su propia patria del origen y del futuro.

Este roto-huacho con los años, pasa a conformar el grueso de la población chilena colonial. Ya se reconoce una identidad popular colectiva, donde este sujeto se funde en igualdad de condiciones con sus pares, trabajando en múltiples labores y oficios; como la artesanía, el trabajo campesino, la herrería y otros. Este roto-huacho consigue también, vencer los prejuicios y se ajusta a gran parte de los códigos culturales de su tiempo; consigue casarse, conformar familia y concebir hijos, junto con manifestar un respeto por la condición de trabajador. Sus hijos pueden ser castizos, rotosos, pero no huachos. No obstante, el fenómeno del huacherío y el abandono infantil, es una condición que perdura hasta el día de hoy en nuestro país, tal como el mestizaje.

El roto-huacho, arrastra una cierta tradición basada en la costumbre generacional. Enfrentaba la vida con vigor, viajaba de un lado para otro, desde los campos a poblados y hacia otras regiones, buscando torcerle la mano a la fatalidad, para conquistar su mejor pasar. Pese a su tragedia del origen, este sujeto popular tenía fama de gozar de la vida, y vivir de excesos. Era insolente, atrevido y con justa razón, puesto que el mundo siempre estuvo en su contra. Todo esto determinó un carácter cultural transgeneracional bastante definido.

Por cierto, esto nada tiene que ver con las visiones románticas del chovinismo nacional, las cuales siempre buscaron fantasear con características espirituales, raciales o psicológicas inherentes del roto. Nosotros hablamos de realidad cultural. Un caso clásico de la exaltación chovinista del mestizo, fue la visión de Nicolás Palacios, con su libro “Raza Chilena”. Éste médico pretendía decir que el mestizaje exclusivo del araucano y el español visigodo, expresaba conductas y virtuosas latentes en la sangre. Es una teoría fantástica, propia de la época, que agudiza las mitologías creadas durante las guerras externas que tuvo Chile en el siglo XIX, para promocionar un sentido nacional propio del roto, reuniendo muchos factores, como por ejemplo el legado de la sangre indómita mapuche. Sin duda, los rotos fueron formidables soldados, guerreros, durísimos y resistentes, tal como la vida misma los había forjado. Ellos ganaron esas guerras, ellos pelearon en el desierto y en la mar, no la burguesía mercantil. Por ello, la oligarquía dominante no dudó en utilizarlos como carne de cañón, para finalmente apropiarse de todas las ganancias de esas guerras, dejando al pueblo en la miseria.

Cuando la guerra terminaba, la oligarquía dejaba de promocionar los himnos gloriosos del roto, para volver a tratarlo como sucio rotoso, mechas tiesas, patipelados, borrachos, etc. Este es el otro lado negativo de la construcción prejuiciosa y falsa que la burguesía mercantil ha levantado contra el roto. Pero solo el pueblo conoce su verdadera esencia.

El roto-huacho no tiene connotaciones de purismo y conservación racial. Su trasfondo de interacción en el mundo tiene más aristas. Este mestizaje y condición de abandonado, no se dio solamente con el pueblo mapuche, o el hispano visigodo, sino con todas las etnias indígenas del territorio e incluso mulatos y zambos en menor medida, incluyendo también las oleadas de inmigrantes de diversos orígenes que vinieron llegando y que se sumergían en este agujero penitente, fusionándose todos en la fragua del pueblo de Chile y su devenir.

Conocida es la imagen artificial de “chilenidad” que la oligarquía ha creado, como si existiese un “Ser nacional” que unifica a ricos y pobres, erigiendo figuras de huaso centralista de patrón o el clásico militar prusiano. Aquella es una falsa construcción fantástica que en última instancia, sustenta la sociedad jerarquizada, donde el roto-huacho no ha de ejercer soberanía política directa, dependiendo de “representantes” de la casta política profesional. Hemos mencionado, que todas estas son caricaturas son solo una porción distorsionada del roto-huacho, un holograma confeccionado con el fin de esconder la verdad.

El roto era alabado en tiempos de guerra y despreciado en tiempos de paz.

Decíamos que este bajo pueblo plebeyo, era progenitor de grandes soldados que se lanzaban con fiereza a la lucha, ya que descargaban todo su descontento contra el mundo amparados en las mitologías de la propaganda de orgullo nacional. Lo que no sabían los rotos, es que la burguesía mercantil oligárquica no es parte de la nación, sino una excrecencia parasitaria de la misma, cuya existencia produce un impedimento del desarrollo de la vida soberana popular. Hay dos Chiles; el de los rotos-huachos; los que trabajan y luchan, y como antítesis; el de la burguesía mercantil, aquella que protege el Estado Liberal, admira a Occidente, amante del pedigree y apellidos europoides, siempre amarrando alianzas con el imperialismo internacional, usando las fuerzas de orden en innumerables ocasiones contra el pueblo alzado.

El sujeto del bajo pueblo había forjado tal carácter, que no solo fue un gran soldado, sino un titánico trabajador. Soportó eternas jornadas en los campos y las minas; conducta que también fue aprovechada por los explotadores. La oligarquía siempre difundió que sus riquezas se debían a su inteligencia, su profunda devoción católica y su esfuerzo. Propagaba por medio de programas escolares y algunos discursos de la iglesia católica, la idea de que, para “surgir” había que trabajar de manera ardua y sin descanso. Sólo había que trabajar y trabajar, no protestar ni “andar en malos pasos de revueltas” para ser una persona de bien, un buen padre familia, un empleado tranquilo, o una esposa ejemplar.

En nuestros tiempos esta mentira se cae a pedazos y de hecho, fue la misma treta que los mercaderes neoliberales y banqueros utilizaron para vender la mentira de la educación superior, como factor de transformación y movilidad social, encadenando con la deuda a millones de familias chilenas. Sabemos que la “meritocracia” es una farsa. También vendieron la pomada del “emprendedor”, la parodia de ser el propio jefe, cuando aquello no existe en la realidad de la llamada libre competencia, donde el grande monopolista y dueño del capital conserva su imperio sin rivales, y con la sangre y sudor de otros.

En 2014, el Ex Ministro Jaime Eyzaguirre que curso su educación en el distinguido y costoso Colegio Verbo Divino, se fue de tarro y declaró: “Les puedo decir que muchos alumnos de mi clase eran completamente idiotas; hoy son gerentes de empresas. Lógico, si tenían redes. En esta sociedad no hay meritocracia de ninguna especie”.

El economista Seth Zimmerman ya había demostrado en 2013, que el 50% de los cargos más altos de las empresas chilenas los ocupan exclusivamente ex alumnos de nueve colegios de élite.

Todo lo escrito hasta aquí, no sirve como una vil panorámica histórica, sino como un recorrido general para poder entender los acontecimientos actuales. A la fecha el pueblo sigue sin practicar la soberanía que le corresponde por derecho republicano. En el poder continúan los mismos de siempre, esto conlleva a una fricción conflictiva. Nuestro pueblo no fue manso, sino que se levantó desde el siglo XIX, en innumerables ocasiones, resultando siempre acribillado. Ello forma parte de nuestra tradición revolucionaria popular que debemos fortalecer. Desechemos el peticionismo colonial, las vías pacíficas, los reformismos baratos y las mesas de diálogos con los embaucadores de la oligarquía. No se puede conversar con una bestia que busca depredarte.

El áspero camino histórico ha fortalecido nuestros brazos, agudizado los cerebros, endurecido el carácter. Somos hijos de obreros, campesinos, pescadores, pobladores y montañeses, de los soldados del desierto y del mar, de la mujer jefa de hogar. Ser cobarde para nosotros no está permitido y debemos condenar con fervor a los temerosos, a los individualistas, a quienes desde la traición proclamen pactar con los enemigos del pueblo. En nuestro porvenir llevamos en el corazón memorial a todos aquellos, incluyendo a los rotos-huachos originarios que debieron abrirse paso en un mundo hostil. No basta con confiar en falsos representantes, es necesaria la organización popular en un único destacamento, soberano, desarrollista y radicalmente anti-liberal y anti-oligárquico, no dejando espacio para el quehacer de la burguesía mercantil y sus esbirros.

La oligarquía es un caniche que tiene terror por la rebelión de los kiltros del pueblo, tiene terror del saqueo, de presenciar las hogueras encendidas con sus bolsas de billetes, de presenciar cómo los perros furiosos asaltan el poder final. Despleguemos nuestras ancestrales técnicas de combate y perfeccionemos la lucha, consiguiendo movilizar al pueblo, sosteniendo la bandera flamígera de la causa histórica de los trabajadores. Aún quedan muchas batallas, pero ya podemos mirarnos al espejo y afirmar: “Este soy, esto somos y esta es nuestra batalla”

. Esta es la auténtica batalla patriótica de Chile.