Por Luis Bozzo

El calificativo peyorativo de “amarillo” suele utilizarse en política, contra quienes sostienen principios vagos y se manifiestan dispuestos a cambiar de color táctico e inclusive de posición ideológica, de acuerdo a determinadas circunstancias, actuando de distintas maneras y negociando hasta con quienes son abiertos partidarios de la explotación, la usura y la conservación de un sistema deplorable. Más allá del relativismo moral, esto describe la esencia de la política burguesa; el negocio, la repartija de ganancias y la primacía del interés individual por sobre cualquier otra cosa. En este escenario, proliferan los “políticos de profesión”, los mercaderes de la política cuyos partidos toman la forma de una empresa comercial destinada a realizar publicidad, e invertir cuantiosas sumas para disputar cargos públicos.

Estas tretas comerciales suelen camuflarse y defenderse bajo los mantras sacrosantos de “tolerancia” y el subjetivismo falaz de “toda opinión es válida”. Quienes han refrendado en la historia política chilena estas mesas de negocio y conversación, han sido grandes enemigos del pueblo, cuyo fin es salvaguardar el orden oligárquico. Un partido conocido y paradigmático por ser amarillo, es la Democracia Cristiana; una organización que dice tolerar todas las opiniones y entablar una posición centrista-moderada dentro del terreno político, pero que sin embargo, siempre termina cuadrándose con la oligarquía, como sucedió durante el Golpe de Estado de 1973. En realidad, la “moderación” no existe en política, es vil ficción discursiva, pues los sostenedores de esas patrañas son camaleones que acaban por plegarse al orden de cosas existentes, protegiendo su supervivencia personal, tratando de adherir por último, al bando ganador de la historia.

En el espectro político chileno actual de las presidenciales, el llamado Frente Amplio, -coalición que se dice de izquierda pero no practica ninguna praxis revolucionaria- ha expuesto un discurso híper-integrador, proponiendo cupos en la mesa de la Convención hasta para neoliberales radicales y reaccionarios de la coalición Chile Vamos, con la finalidad de negociar con ellos. Esto bajo la falacia: “todos somos parte del país”, “la Constitución es de todes”. El candidato liberal del Frente Amplio Gabriel Boric, se ha convertido en el modelo supremo del amarillismo político, pues junto con sostener posturas que consolidan el modelo político oligárquico-mercantil, condenando la nacionalización y socialización en pro del pueblo, ha participado en la tramitación de leyes que enjuiciaron las manifestaciones populares ocurridas en octubre de 2019, en consecuencia, ha trabajado con orgullo para la contrarrevolución, pese a que se presenta como parte de la oposición al neoliberalismo y la derecha.



Frente Amplista declarando que la Convención es de "Todes", tanto de amigos como de enemigos (incluyendo a quienes trabajaron contra todo cambio constitucional)

Quienes han visto en Boric un símbolo de cambio, no han comprendido el panorama de la realidad política. Ya no se trata de “vencer a la derecha”, pues la derecha, (entendiéndose como tal aquella fuerza política que anhela conservar el ordenamiento neoliberal) tiene representación amistosa en las mesas de conversación del Frente Amplio y la socialdemocracia, actuando todos como una fuerza unificada dentro de la casta política burguesa, conformando la oligarquía histórica. Tampoco se trata de escoger el “mal menor”, debido a que la alianza venidera, el neo-concertacionismoaliancismo del estilo Lavín, integra un bloque completo con intenciones abiertas de proteger el mismo orden de cosas. No hay mal menor, sino un gran mal que debe enfrentarse construyendo un tejido político por fuera de la institucionalidad y los partidos liberales, dentro de los núcleos sociales y grupos de presión. El aforismo de solo el pueblo salva al pueblo toma más relevancia que nunca. La falsa “izquierda” burguesa chilena se encuentra practicando el tramposo santo y seña retórico del gatopardo: “cambiemos todo para que nada cambie”.

El esclavo que ha adquirido conciencia de su miseria existencial por no ser dueño del porvenir de su vida, no puede reflexionar: “mi amo tiene derecho a decidir sobre mí, me sentaré en una mesa tolerante mesa de diálogo a pactar acuerdos por mi libertad pese a mi condición de sometido”. El castigo ante tal insolencia serían los azotes y hasta la muerte, pues el amo solo vela por la conservación de su status social. El amo estratégico podría ofrecer algún premio tentativo para aparentar bondad y diluir el descontento, como puede ser ofrecer dos pedazos de pan en vez de uno, pero no consideraría nunca la libertad de los esclavos, si ello significa su ruina y pérdida de poder. Con las bestias vampíricas y sedientas de sangre no se puede dialogar. Entonces, el esclavo solo puede difundir la palabra de la emancipación entre sus pares para organizar la rebelión y arrebatar el poder, tomar el cielo por asalto. Las cadenas sirven para aprisionar o para golpear, no admiten terceros usos.

El esclavo no puede tolerar la opinión del negrero que le considera una bestia de carga, una cosa semoviente. Los griegos distinguían bien entre el significado de opinión y diálogo. La opinión, la doxa, es aquella que proviene de la mera garganta, el prejuicio personal y no tiene sustento reflexivo, en cambio el diálogo es un intercambio profundo y lógico de planteamientos. Por tanto, la premisa relativista-subjetiva que determina que toda opinión es válida por el simple hecho de expresarla, no es tal. Esto responde también a la súper-estructura cultural del hipócrita cortesano burgués occidental que elude la realidad, con el fin de evitar el conflicto. De ahí la hipócrita inclinación de “respetar” y tolerar hasta la opinión del enemigo cuya existencia produce un detrimento y una alteración del bienestar.

El ejercicio de la política pierde la naturaleza de encarnar el arte de gobernar, como lo trataron los antiguos griegos, sacrificando el principio de bien común, en pro del privilegio de unos pocos. La política y por tanto la soberanía, es secuestrada, originando una oligarquía. Conocida es la frase de Von Clausewitz: “La política es la guerra por otros medios”, pues aun cuando se ejerza por otros medios, sigue siendo una guerra, esto es; una guerra por el dominio del poder político (soberanía). Por lo consiguiente, los pueblos explotados y sin soberanía no deben comprender la política como una mesa de negocios, sino como una lucha por la emancipación y por la conquista de la autodeterminación, con objeto de construir las deliberaciones políticas, culturales, económicas y sociales que más favorezcan a la comunidad y sean capaces de dar solución a los problemas del momento. Esto se llama soberanía popular y es la fuente de una verdadera democracia.

Por lo mismo, hay que rechazar la falacia que dicta: “todos (o todes como señalan algunos) somos parte de la sociedad”. ¿Incluso los explotadores, usureros de las riquezas naturales y grandes criminales de cuello y corbata son parte de la sociedad? ¿Los grandes defensores de la estructura neoliberal y el reino de los mercaderes monopolistas son parte de la sociedad? La única relación que tienen esas criaturas con la sociedad, es la de depredación y labor de sanguijuela. Son los verdaderos antisociales y vendepatria sin derecho a tomar parte del devenir de la comunidad.

La patria solo puede ser forjada por quienes la piensan, la trabajan y luchan por ella, no por quienes la parasitan y perviven a costa de su detrimento. Es decir; la patria la hacen los trabajadores-soldados y no una casta de mercaderes de dientes afilados que añora la acumulación eterna, alimentándose del sudor y la sangre popular. La hipocresía, la mentira mencionada en párrafos anteriores, no puede sobrevivir. El poder popular es un relámpago, una fuerza de la naturaleza que azota la tierra y destruye el mundo corrompido, forjando otro mediante la revolución. El pueblo tiene la última palabra, por ello debe romper todo engaño.