Hay que reconocer que ninguna de las candidaturas presidenciales que se “batirán” en primarias ha decepcionado: han cumplido cabalmente su papel partidista en lo que resta de democracia liberal-capitalista. Sería ingenuo esperar algo más de ellas.
Desde su comienzo, hace unas semanas atrás, hasta las horas previas al proceso electoral de este domingo 18 de julio, todos los candidatos -unos con mayor éxito que otros, sin duda- han seguido el camino acostumbrado, la pantomima a la que algunos llaman “tradición republicana”, “fiesta de la democracia”, “los altos destinos de la patria” y cuanta verborrea fútil y desestimable. No son más que rituales cuya simbología se resquebraja ante una crisis total desatada.
Se han vuelto irrelevantes y la lectura de los partidos en vías de extinción, como también la de aquellos que tomarán su lugar, es la misma: programas con “ofertones” y enfoques identitarios, todos desarraigados de la propia realidad concreta, tanto local como regional. Y esta crisis, arrastrada por largos años, ha venido a desatarse antes de la pandemia, por lo que malamente podría culparse a un virus de la situación política contemporánea.
Igualmente podemos afirmar que una elección presidencial, en un contexto de cambio constitucional, carece de relevancia. Cualquiera sea el escenario futuro, el plebiscito de salida forzará a todas las fuerzas políticas a abocarse a la pugna. La votación obligatoria introduce un factor (amplia participación), inédito en Chile, y fuerzas transformadoras y conservadoras se enfrentarán, ideológica y materialmente sin importar quién gobierne, para afianzar su posición o intereses.
En efecto, en los distintos debates montados para esta farsa democrática, la cuestión constitucional fue apenas tratada. ¿Se colocan acaso en la situación de un eventual rechazo al nuevo texto constitucional? ¿Prevén que, aun aprobándose, se requieren al menos unos 10 años para efectuar las adecuaciones a todo el ordenamiento jurídico y así tornar ejecutable la Carta Fundamental naciente? El “tramitar” es una vieja práctica oligárquica chilena.
Ojo, que esas son sólo un par de preguntas: podríamos formular tantas cuantas requieren la debida atención en una política real, que se centre en los problemas que aquejan a nuestro pueblo, además de aquellos que se aproximan.
Y no, los “programas” son insuficientes. Mientras se centren en la gobernanza de lo que “ya hay” y carezcan de proyecto transformador (con mayúsculas), tal papeleo es simple panfleto. Por lo mismo, quienes creen -acto de fe- que Boric o Jadue son “alternativas” para derrotar a la derecha, déjenos recordarle que aquel sector político está ya derrotado. No sólo en los magros resultados de las recientes elecciones: está desprovisto de ideas, de gente capaz siquiera de defender sus falsas premisas y, aún más grave, ha quedado de manifiesto que son una minoría. Bulliciosa, pero minoría al fin y al cabo.
Eso, claro, si nos centramos en modos “tradicionales” o superficiales de entender la reacción. Si escarbamos un poquito y quitamos la brillantina y el parafraseo arcoíris, encontraremos nuevos defensores del régimen democapitalista. Con una retórica diferente, amigable, pacifista y negociadora, estos nuevos rostros son sólo eso: pura ilusión. Quizás el ejemplo más emblemático sea Javiera Parada trabajando para Ignacio Briones
En el fondo, los programas panfletarios que hemos mencionado son esencialmente liberales, marcan un continuum con lo que ya está establecido y, sin tocar rubros esenciales del quehacer económico nacional, constituyen una oxigenación, unas “actualizaciones de seguridad” para el sistema operativo deficiente. Pero ya es tarde, el sistema tiene fallas esenciales y son muchos los virus que se les han colado en el mismo.
No tenemos dudas ni necesitamos lecturas de tarot para afirmar con certeza que este domingo la abstención nuevamente será la gran vencedora. Y volveremos a escuchar los lloriqueos de quienes acusan al pueblo de flojo, traidor o de no haber entendido nada.
Muy por el contrario, el pueblo sabe muy bien que esta farsa dominical es un “trámite” de los partidos políticos y de ningún modo representa al soberano mismo. Son ellos quienes no han entendido nada: la democracia liberal, el voto en urna del modo que se ha entendido hoy, y es defendido aún por muy pocos, es un mecanismo deslegitimado. Las evidencias en contra son demasiadas para esta causa, perdida hace ya rato.
Por lo mismo, hemos vuelto a escuchar frases apelando a “reencantar a la gente”, “abrir espacios democráticos”, voto obligatorio, etc. Todas soluciones desesperadas, sin mayor desarrollo, que buscan vías alternativas para resolver la cuestión de legitimidad. Están desesperados y tienen razón en ello: la deslegitimidad es el germen de la rebeldía.
Por último, si nos aventuramos en proyecciones, sin importar quién sea el próximo presidente, no cabe duda que pavimentará el camino a la derecha reaccionaria, ya en versión ligera o dura, tal y como Bachelet lo hizo con Piñera en el bucle de los 4 últimos periodos presidenciales.
Seamos testigos de los estertores de un sistema político que no da para más y observemos el cómo avanza el proceso constitucional, últimas palabras que definirán el futuro de Chile por las próximas décadas. Todo lo demás es irrelevante.