Por Carlos Salazar

No deja de llamar la atención qué durante el contexto del reciente triunfo de Pedro Castillo en las elecciones presidenciales de Perú, se hayan alzado las banderas con el aspa de borgoña (enseña de los viejos tercios del imperio español), entre algunos de los partidarios de la candidata contrincante pro-neoliberal, Keiko Fujimori. Esto, naturalmente, es una evidencia del rechazo que muestra la oligarquía frente al proyecto popular y patriótico de Pedro Castillo, a quien por su condición de indígena, también se le percibe por parte del sector reaccionario como un indigenista. Frente al supuesto indigenismo de Castillo, ellos oponen el “hispanismo”.

Indudablemente, la hispanidad contribuye al acervo cultural de elementos cotidianos como lo son el lenguaje, usos y costumbres, instituciones, etc. Esos elementos son parte de la rica mezcolanza cultural-histórica entre el viejo mundo europeo con los más variados pueblos indígenas, las poblaciones de esclavos provenientes del África, etc. No es lo anteriormente indicado lo que nos merece reparos. Hay que pecar de supina ignorancia para desmerecer las grandes obras de la literatura del idioma español que se han generado a ambos lados del océano atlántico, solo por mencionar un ejemplo.

Lo que se critica en esta columna sobre el “hispanismo”, es el idealismo romántico, anacrónico, anatópico y excéntrico de imaginar la unión de distintos países sobre la base de una supuesta identidad hispánica universal, que se sustenta en componentes como el idioma, la religión, la historia común de dominio español, y en algunos casos, el idealismo de la raza, ya sea en base a un reduccionismo “mestizo” o incluso, una falsa idealización de la identidad “criolla europea”.

Se trata de un mero idealismo romántico, que propone la unión de los “países hispánicos” en base a nexos vagos y rebuscados como lo son; el idioma, la “raza”, o la religión, pretendiendo que eso produjese un efecto de aunar de manera mágica las poblaciones, siendo que por el contrario, las unidades gregarias resultan de factores más complejos. Si estos vínculos fueran determinantes, tendríamos casos análogos de uniones que se habrían formado, como lo son Estados Unidos con Canadá, o Suiza con Austria y Alemania, donde respectivamente tendría que haberse constituido un único país, pero no es así. Lo determinante en estos casos, han sido factores políticos concretos, que nacen de una realidad material y devenir particular de la vivencia histórica de cada uno de esos países.

El “hispanismo” es anacrónico, pues reniega de los cambios históricos que han padecido los países latinoamericanos, las causas materiales internas que generaron el movimiento continental por la independencia de América, y el posterior desarrollo de los sucesos sociales de cada país. Una parte considerable de los partidarios del hispanismo, adjudica la responsabilidad total de la caída del imperio español a conspiraciones masónicas y otras teorías similares, es decir agentes externos, negando la natural decadencia interna del imperio español, imposible de resistir los embates de su época.

Hispanistas peruanos arrodillándose ante el Rey actual de España



A inicios del siglo XIX, hubo sinnúmero de movilizaciones y agrupaciones que cuestionaban el yugo peninsular, y que manifestaban sus intenciones independentistas de forma pública, pues el supuesto secretismo masónico, no era más que la herencia gremial de los albañiles franceses revolucionarios (dentro de los múltiples gremios y universidades existentes), los cuales poseían dentro de su ordenamiento, códigos y rangos típicos de su rubro, manteniendo cierto nivel de secretismo, dada la persecución absolutista o religiosa del momento. No es ningún misterio el hecho de que varios de los próceres de la independencia americana, eran miembros de organizaciones masónicas y para-masónicas, e incluso se valieron de las estructuras de tales organizaciones para coordinar actividades revolucionarias (imitando la experiencia francesa). Sin embargo, lejos de ser aquella, la principal causa del colapso de dicho imperio, las causas más relevantes y profundas del imperio, se debieron a su situación de atraso industrial, -frente al imperio inglés que había comenzado con un proceso de modernización tecnológica bastante potente-, sumado al burocratismo, la inestabilidad interna tras las guerras de sucesión, la falta de habilidad política y militar de los borbones frente a Napoleón Bonaparte, y también el creciente interés de las burguesías americanas en deshacerse de impuestos reales y poder comerciar sin restricción entre colonias.

Acá es donde el “hispanismo” opera bajo una parámetro indudablemente reaccionario, exhibiendo una concepción de mundo en la que no es posible vislumbrar contradicciones, pues para ellos las cosas son de morfología inmutable, y por lo tanto, la única causa probable del colapso del imperio español; “tuvo que ser una externalidad” (llámese conspiración masónica, judaica, británica, etc.). Esa misma lógica, se traspasa de forma anacrónica hasta nuestros días, ya que para los reaccionarios, siguen existiendo oscuros poderes omnipresentes y omnipotentes que conspiran en las sombras para desestabilizar países y atentar contra “la hispanidad”, toda vez que la decadencia también germina en el interior de las estructuras. Seamos honestos, el añejo imperio español mercantil no representaba ni el más mínimo peligro para el industrial imperialismo atlantista creciente. Peor aún, el retraso medieval económico de América del sur se debió a la gestión monárquica de España, transformando el continente en una presa fácil de los imperialismos en auge del momento.

Otro anacronismo llamativo, es el de ciertas “izquierdas” que se han entusiasmado con la idea de que la mejor forma de combatir a los imperialismos yanquis o británicos, es contraponiendo una suerte de “neo-hispanidad” que le haga contrapeso. Llamativo, pero estéril y de un romanticismo sin pies ni cabeza.

Este hispanismo, además es anatópico, es decir, incongruente con la presente geografía política y cultural americana. En otras palabras, pretende pasar por alto el hecho de que el continente americano está compuesto por distintos países, varios de los cuales no tienen el español por lengua, tales como Brasil, Suriname, Guyana, Belice, y varias de las Antillas. Junto con ello, también es preciso señalar que existen numerosos países, en los que culturalmente predomina el elemento indígena o el elemento afrodescendiente con más peso y contundencia que lo “hispano”, o el caso particular del Paraguay, donde la lengua guaraní tiene un prestigio igualitario a la lengua castellana, y cuya población es mayoritariamente bilingüe. Estas realidades, son mucho más complejas que la posición simplista de encerrar todo en la “Hispanidad”, como una generalidad contrapuesta a la realidad continental. El contrasentido hispanista de exponer la exclusión de la hispanidad a ciertos países del continente americano, es coronado con el descabellamiento de vincularnos de manera especial con otros que ni siquiera están en nuestras latitudes, como lo son Filipinas y Guinea Ecuatorial, correspondientes al Asia y a África respectivamente. Podríamos ahondar más en estos puntos, pero estaríamos entrando en un análisis geopolítico que requiere hacerse por separado.

Y finalmente, este hispanismo es excéntrico y extravagante, puesto que tiene más de confesión especulativa y de fantasía que de realidad geopolítica, ciencia social y fundamento filosófico. Políticamente tiene escaso planteamiento sobre la contingencia, aparte de asumir posturas conservadoras típicas en temas socioculturales y éticos, tales como la discusión por la despenalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, etc.

Suelen obsesionarse con desmentir la supuesta “Leyenda Negra” del imperio español por medio de la romantización y sacralización del periodo histórico, el cual -en la opinión de estos “biempensantes”- debe permanecer indemne de toda crítica o cuestionamiento. Ciertamente, la condena moral de hechos del pasado es un ejercicio estéril, pero el encubrimiento o edulcoramiento de horrores pasados es llanamente una deshonestidad intelectual. Los pocos hispanistas de “izquierdas”, por otro lado, han caído en el pintoresco ejercicio de comparar la “leyenda negra anti-hispanista” con las difamaciones revisionistas y anticomunistas que se han enarbolado contra Stalin tras su muerte. Nuevamente, además de excéntrica se trata de una analogía bastante forzada por no decir que llanamente es “comparar manzanas con calcetines”. Ya sabemos que las comparativas pueden dar paso a la falacia, como el chiste de exponer: “el imperio español es menos malvado, porque mató miles, pero el imperio británico mató millones”.

El hispanismo como tal, es antitético al proyecto de continentalismo americanista, a la praxis del patriotismo popular. El patriotismo chileno original (y en general los patriotismos revolucionarios de América) estaba hermanado con el patriotismo jacobino republicano (verdaderos gestores del soberanismo político que dice; “la soberanía recae en el pueblo y no en un tirano personal”. El liberalismo anglosajón tiene una naturaleza muy diferente. Ningún “realista” (los hispanistas durante las guerras de independencia) calificaría como patriota, -en especial los clérigos del viejo régimen y los "aristócratas" que amaban sus añejas y empolvadas pelucas para distinguirse del vulgo-. Por eso, el "hispanismo", además de ser otra aberración ideológica contemporánea, no tiene cabida en Chile, ni en Latinoamérica. Anacrónico (no corresponde a nuestra etapa histórica), anatópico (defiende un lugar inexistente, un imperio que se desintegró, que no se encuentra en ninguna parte) y excéntrico (políticamente irrelevante).

América, la América Auténtica, es mucho más grande que el hispanismo. Debe ser una civilización por derecho propio, proyectándose hacia el futuro. Reducirla a un aspecto tan acotado y mísero como “la hispanidad”, es un despropósito. Hay una interesante contradicción que es menester presentar entre ellos y nosotros, puesto que los hispanistas por regla general redundan en el pasado, añorando un imperio que se desmoronó. Miran a la España que gestó dicho imperio, y las tradiciones heredadas por conquista: la religión católica especialmente. Nosotros, por el contrario; -los “kiltristas”, reconocemos en la América del Sur, en este Nuevo Mundo, un crisol de distintos pueblos de todos los continentes que llegaron a esta tierra-, y sabemos que no hay punto de referencia en añorar un pasado extinto, sino en presenciar la potencialidad hacia el mañana, declarando: “nuestro pasado está en el futuro”. Nuestra dolencia histórica común es de lucha y resistencia contra imperios exógenos: ayer fueron los españoles, hoy son los estadounidenses y británicos. Por tal razón, mientras la maquinaria de las fuerzas históricas se movilice apuntando al Nuevo Mundo, a la América Auténtica, la ideología de salón denominada “hispanismo” ocupará un lugar poco honroso como una anecdótica extravagancia reaccionaria. Hay que completar la revolución inclusa.