En esta séptima entrega de la sección revisaremos el caso del mayor Estado sudamericano y además quinto país más extenso del mundo: la República Federativa del Brasil [1]. Esta enorme nación posee una historia única dentro de las independencias latinoamericanas, que en buena medida antecede y explica muchos de los fenómenos que analizaremos aquí. Brasil fue el último país latinoamericano en abolir la esclavitud (recién en 1888 y bajo potentes presiones de los imperios francés e inglés, interesados en promover la modernización y el capitalismo). Los terratenientes y otras capas sociales, sobre todo en el interior, se opusieron siempre a la abolición de la esclavitud, medida que era impulsada por la elite europea de las ciudades atlánticas. Es por ello que el racismo y el desprecio por el negro (así como por el indio) permean a buena parte de la sociedad brasileña. Otro fenómeno histórico notable es el entuerto provocado por la familia real portuguesa a inicios del siglo XIX. En 1808 las fuerzas militares de la Francia napoleónica invaden la Península Ibérica y provocan la huida de la familia real portuguesa hacia Brasil, quienes se instalan en Río de Janeiro y la convierten en la capital de facto del Imperio Portugués. En 1815 el príncipe regente, y pronto rey, João VI convierte al Brasil en un “reino soberano en unión con Portugal”, dotando al país de mayores derechos económicos y políticos. Pero el mismo João VI vuelve a Europa en 1821 al cambiar el escenario en el Viejo Continente, y trata de echar marcha atrás en estas medidas tomadas “por error” ante un momento de necesidad, restituyendo al Brasil a la categoría de colonia y quitándole los derechos obtenidos a partir de 1808. El príncipe heredero, Pedro, se encontraba en Brasil en ese momento, y ante la negativa popular a retornar al viejo estado de las cosas (en una América hispana convulsionada por guerras de emancipación) decide ponerse a la cabeza del movimiento independentista y sacar partido de la situación. El 7 de septiembre de 1822 Pedro proclama la independencia de su patria como “Imperio del Brasil” y se corona como primer emperador con el título de Pedro I, enfrentando así al ala europea de su propia familia. Esto constituyó una salida reaccionaria y acomodaticia ante sucesos que desbordaban la capacidad de maniobra de las clases dirigentes de la época y las llenaban de terror.
Además de todo lo anterior, el Brasil ocupa una posición de privilegio en lo relativo a recursos naturales, pues posee la mayor selva húmeda del planeta (la Amazonía, rica en recursos silvícolas, agrícolas, ganaderos, pesqueros e incluso minerales) y también uno de los mayores reservorios de agua dulce subterránea del mundo: el Acuífero Guaraní, cuya importancia estratégica aumenta a medida que avanza la sequía o la falta de agua potable en vastas extensiones del globo. Además de esto el Brasil posee petróleo, oro, minerales raros, amplias superficies de suelo fértil, y una vasta fachada atlántica, con puertos de excelente calado e infinitas posibilidades de explotación y comercio marítimo. Si a esto le sumamos una población de 213 millones de habitantes, unas fuerzas armadas numerosas y fuertes (las más fuertes de Latinoamérica, al menos en las ramas terrestre y marítima) y una capacidad industrial nada despreciable (desarrollada y fortalecida por gobiernos soberanistas a lo largo de diversas décadas), tenemos frente a nosotros a una nación grande y orgullosa, que califica para la categoría de “potencia emergente” o más bien “potencia potencial” (valga la redundancia). Dicho en otras palabras, hablamos de una nación excolonial y sometida históricamente al saqueo y el dominio de imperios extranjeros que, a pesar de todo, conserva casi intactas sus posibilidades de desarrollo y supera holgadamente al resto de naciones latinoamericanas en numerosas estadísticas. Otras, empero, no son tan favorables, y Brasil ostenta el triste título de ser el “país más desigual de América Latina” y uno de los más violentos. Los lujos y el derroche con que vive la oligarquía blanca de las ciudades costeras contrastan duramente con la realidad de la mayor parte de la población, y en este entorno de injusticia proliferan la criminalidad, el hambre, la ignorancia y todo tipo de abusos, tanto por parte de las mismas autoridades como por parte de particulares (bandas armadas, iglesias de dudosa filiación, policías corruptos, empresas, etc.).
La independencia política del Brasil así como el proceso de convertir al Imperio en República, se hicieron, como es de imaginar, bajo el absoluto control de la oligarquía vinculada al viejo aparato colonial y a la propiedad latifundista, desarrollada a su vez gracias al trabajo esclavo. Los nuevos trabajadores y campesinos de la ciudad y del campo se encontraban en una situación de total abandono, de nulo protagonismo político (cada latifundista u oligarca, a lo sumo, llevaba a votar obligados a sus subalternos por la opción que él tuviese) y de escaso acceso a los bienes materiales y culturales. La modesta feijoada hecha en base a subproductos del cerdo, arroz y porotos negros resume y simboliza el estilo de vida de las nuevas clases explotadas bajo la particular forma de capitalismo y la particular forma de “republicanismo” que se estableció en el Brasil a inicios del siglo XX, y que ha sido llamada como “República del café con leche”, por el estilo de gobernanza racista, antipopular y elitista de sus dirigentes. Como es lógico, esta situación no sería soportada eternamente por el pueblo brasileño, que durante las décadas finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX pone en práctica diversas sublevaciones antioligárquicas, en las que destacan los nombres de Isidoro Dias Lopes [2], Luis Carlos Prestes [3] y, especialmente, de Getúlio Vargas . Este abogado y militar brasileño de ideas nacionalistas logra acumular poder político y relaciones útiles que le permiten derrocar, con apoyo de las masas, al tradicional gobierno oligárquico en 1930, y proclamar a su vez el “Gobierno Provisional” que, a partir de 1937, se llamará “Estado Nuevo”, al ya tener mayor claridad sobre el destino de su proyecto político (Vargas sería Presidente del Brasil entre 1930 y 1945, y otra vez entre 1951 y 1954). Bajo sus gobiernos se crea la legislación social y laboral, se industrializa el país (crea Petrobras y Electrobras, por mencionar algunas), se fortalecen la enseñanza y educación públicas, se nacionalizan recursos naturales, y se democratiza la vida social (por ejemplo, con la aparición del voto femenino). Vargas busca el desarrollo soberano para el Brasil en paz social y alianza de clases, por lo que se apoya al mismo tiempo en la burguesía productiva y en las clases trabajadoras; por otra parte, buscando navegar las convulsiones del mundo, se acerca a Alemania y a las potencias del Eje, como imperios alternativos a la dominación de los anglosajones, con quienes Brasil tenía y tiene serias diferencias estratégicas [4]. Vargas entiende que la industrialización y el fortalecimiento de las capacidades económicas y militares del Brasil son una prioridad, por lo que se enfrenta a los comunistas que, liderados por Prestes, presionan por dar el salto hacia el socialismo y expropiar plenamente a la burguesía. Por otro lado, se enfrenta también a la vieja oligarquía latifundista y comercial aliada al capital anglosajón, que consigue plantar la semilla de la sedición en sectores de las fuerzas armadas. Poco después de la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Getúlio Vargas es derrocado por generales traidores y se asila en su hacienda de Río Grande do Sul.
Las fuerzas oligárquicas proyanquis una vez más en el poder no consiguen desmontar la obra desarrollista y justiciera del “Estado Nuevo” ni tampoco apaciguar al pueblo, por lo que Getúlio Vargas se presenta y gana en las elecciones presidenciales de 1950. Sin embargo, un nuevo escenario copa la escena internacional, distinto al de su primer gobierno: la Guerra Fría. El imperialismo estadounidense se vuelve cada vez más violento contra los gobiernos soberanos so pretexto de la “lucha contra el comunismo” y ya no hay “terceras potencias” que puedan servir de paraguas. Estados Unidos comienza la guerra económica contra el Brasil de Vargas, centrada en hacer caer el precio de los productos de exportación del país, principalmente del café, sumado a un enrarecimiento del clima político y la financiación de fuerzas antivarguistas y antipatrióticas, que cometen todo tipo de sabotajes contra las industrias nacionales y las reparticiones públicas, y que recurren a la difamación pública contra el Presidente con la complicidad de la prensa oligárquica. En medio de una grave crisis política y económica, el presidente Vargas prepara su suicidio para el día 24 de agosto de 1954. En su mensaje final a la Nación, escribe: “Vengo luchando mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo la represión constante, incesante, soportando todo en silencio, olvidando y renunciando a todo dentro de mí mismo, para defender al pueblo que ahora se queda desamparado. Nada más les puedo dar a no ser mi sangre […]. Escojo este medio para estar siempre con ustedes. Cuando los humillaren, sentirán mi alma sufriendo a su lado. Cuando el hambre fuera a golpear sus puertas, sentirán en sus pechos la energía de lucha para ustedes y sus hijos. Cuando los desprecien, sentirán en mi pensamiento la fuerza para la reacción. Mi sacrificio los mantendrá unidos y mi nombre será su bandera de lucha […]. Al odio respondo con perdón. Y a los que piensan que me derrotan respondo con mi victoria. Era un esclavo del pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero este pueblo, que fue esclavo, no será más esclavo de nadie”. Terminaba así la vida del más exitoso líder popular que haya tenido el Brasil.
Siguieron pasando los años y el exministro del Trabajo de Getúlio Vargas, João Goulart (alias “Jango”), se levanta como nueva figura del patriotismo popular, y consigue incidir en los gobiernos burgueses que siguen al sacrificio de Vargas para mantener el modelo de industrialización soberana e inclusiva. Hábil político, negocia con las fuerzas oligárquicas para asumir la Presidencia de la República en 1961 a cambio de quitarle prerrogativas al Presidente y aumentárselas al Congreso, el cual así lo tendría vigilado. Pero en 1963 impulsa un plebiscito para retornar al presidencialismo y así poder impulsar sus ambiciosas reformas, plebiscito que gana y que da pie a una profunda reforma agraria, un aumento al impuesto a la renta, y mayores impuestos para las empresas extranjeras. A su vez, en el plano internacional busca acercamientos hacia el Campo Socialista, los cuales incluyen la visita de Yuri Gagarin y otros cosmonautas soviéticos al Brasil. Los partidos comunista y socialista comprenden la situación y ofrecen soporte político al gobierno de Goulart. Todo esto supera la capacidad de tolerancia del imperialismo y sus aliados locales, que conspiran y derrocan a “Jango” en el Golpe de Estado de 1964, el cual da paso a una de las dictaduras militares más duraderas y feroces del continente americano, que bajo el mando de diversos generales se alarga hasta 1985 (21 años). En ella la obra desarrollista de pasados gobiernos será desmontada, la oposición acallada y el pueblo sometido bajo las nuevas “terapias de shock neoliberal” ordenadas desde Washington. Goulart, por su parte, se exilia en Uruguay primero y, a partir de 1973, en la Argentina de Perón, donde es tratado con honores, pero en medio del Golpe de Estado contra el peronismo de 1976 sufre también las consecuencias y muere envenenado por la CIA en su casa de Mercedes, el 6 de diciembre de ese mismo año (en el marco del “Plan Cóndor”). Como no hay régimen que dure para siempre sostenido únicamente por la fuerza, también las dictaduras militares brasileñas vieron crecer la resistencia popular en su contra, donde comienza a destacarse un joven obrero metalúrgico: Luis Inácio “Lula” Da Silva, del nordeste, la región menos desarrollada del país. Debido a las carencias de su familia se convierte en trabajador desde muy niño, debiendo dejar la escuela a pesar de su notable desempeño, y pierde el meñique izquierdo al hallarse operando una prensa hidráulica en 1964. Hombre carismático y bonachón, consigue el respeto de sus pares y poco a poco va subiendo de responsabilidad en el movimiento sindical, lo cual lo lleva a enfrentar en primera línea las medidas neoliberales y antisindicales que tomaban las dictaduras militares. Al comprender que el sindicalismo no bastaba, Lula y otros dirigentes conforman en 1980 el “Partido de los Trabajadores” (PT), nuevo instrumento político que resulta crucial para la caída de la tiranía en 1985 y el advenimiento de la democracia liberal [5]. Lula asume la dirección del PT y, tras varios intentos fallidos y como parte de la ola de cambios que vive América Latina a partir de 1999, gana las elecciones y asume la Presidencia de la República Federativa del Brasil el 1 de enero de 2003, siendo el primer presidente de su historia sin título universitario.
El PT ofrece a su nación 12 años ininterrumpidos de gobiernos soberanistas, los cuales se recuerdan por importantes logros tanto en el plano interno y externo, entre los cuales podemos destacar: haber sacado a 100 millones de personas de la pobreza y del hambre extrema con base en programas sociales como “Bolsa Familia” y estímulos al empleo y la producción; haber fortalecido el aparato industrial, el mercado de consumo interno y las empresas estatales; haber creado un nuevo polo de poder mundial en los BRICS (Brasil + Rusia + India + China + Sudáfrica) que ofrece alternativas al “chantaje de la deuda” del FMI y del Banco Mundial; haber impulsado la cooperación y el desarrollo en América Latina con iniciativas como MERCOSUR, UNASUR y CELAC, las cuales atraen el entendible odio del imperialismo norteamericano (interesado en una América fragmentada y desunida); etcétera. Entre los aspectos negativos, y para no alargar aun más esta entrega, podemos también mencionar: nulo o casi nulo avance a nivel de la organización política y la conciencia cultural y espiritual del pueblo, vacío que ha sido aprovechado por otras influencias menos edificantes; confianza excesiva en sectores burgueses que terminan traicionando al PT en el Golpe de Estado dado a Dilma Rousseff (quien sucedió a Lula cuando este enfermó de cáncer); bandazos políticos en lo relativo a la unión latinoamericana (no tanto en el aspecto económico pero sí en lo político y militar) que le impiden una mayor cercanía con el ALBA (organismo político que ha demostrado soportar mejor que nadie las embestidas del imperialismo) y que favorecieron las intrigas sembradas por Estados Unidos entre nuestros pueblos hermanos.
Las falencias de los gobiernos “petistas” sumadas a una inusual campaña mediática, judicial y política orquestada, como se imaginarán, desde el Norte, dan al traste con el gobierno de Rousseff en 2015 a través de un “golpe suave” o impeachment parlamentario. Los partidos burgueses aliados al PT e incluso el vicepresidente electo, Michel Temer, se hacen parte de la conspiración, la cual aduce supuestos “maquillajes” de las cuentas fiscales en el gobierno del PT (del cual también formaban parte) y que habrían ocultado déficits importantes en las arcas del Estado producto del pago de los programas sociales como “Bolsa Familia”. Obviamente los medios hicieron parecer que Rousseff y el PT “se habían robado todo”, y las nuevas “capas medias”, nacidas justamente gracias al desarrollismo petista (pero nunca organizadas ni politizadas), creen el relato. Pero los planes del imperialismo no terminaban allí y, usando una vez más al “Partido Judicial” y a los medios de la oligarquía, destapan el famoso caso “Lava Jato” a meses de las elecciones presidenciales de 2018, las cuales auguraban un triunfo para el expresidente Lula, ya recuperado del cáncer. Sin pruebas fehacientes y con los “buenos oficios” del juez Sergio Moro, la oligarquía antinacional consigue apresar a Lula y quitarle sus derechos políticos a tan sólo tres meses de la elección presidencial, las cuales son ganadas, sorpresivamente, por el excapitán de Ejército Jair Bolsonaro.
En este evento se combinan varios factores: el candidato favorito, Lula, estaba anulado, y su reemplazante no convencía tanto; los pobres llevaban años pasando penurias, porque la crisis económica golpeó duramente la parte final de los gobiernos “petistas” (razón por la que Dilma nunca tendrá el capital político que sí tiene Lula) y los 3 años de “interinato” de Temer vienen a agravar la situación con terapias de shock, todo lo cual repercute a su vez en un aumento de la criminalidad, por lo que todos los votantes buscaban certezas, orden y seguridad; la falta de un movimiento popular organizado realmente sobre bases unitarias y sólidas, y que no puede ser suplido por la existencia de múltiples partidos “izquierdistas” peleados entre sí, y mucho menos si el nivel cultural y político de las masas no ha sido trabajado a conciencia; la aparición de nuevas y extrañas iglesias “evangélicas” importadas desde Estados Unidos, que militan cualquier causa antinacional y antipopular que tengan a la vista; la guerra mediática y económica contra los países soberanitas latinoamericanos agravada tras la muerte del Comandante Chávez en 2013 perjudica el buen nombre y el prestigio de ese tipo de proyectos, lo que abre espacio para otras alternativas; las crecientes e insoportables contradicciones nacidas entre el Imperio yanqui y el Brasil, contradicciones no de tipo ideológico sino material, y que pueden ser resumidas en que Brasil cuenta con todos los recursos naturales de los que USA carece, así como la posición “de cabecera” en su pretendido “patio trasero”, por lo que desesperó para echarle el guante encima. Estados Unidos estuvo dispuesto a apoyar a un tipo como Bolsonaro del que en realidad desconfiaba y desconfía (por no venir de las élites tradicionales y por tener fama de incontinente verbal) con tal de impedir un retorno del PT al poder.
Sin embargo, la realidad es una losa de cemento que le cae encima a quienes pretenden evadirla, y una vez que Bolsonaro ha tomado la presidencia se ha dado cuenta de las profundas contradicciones que separan a su nación de la potencia del Norte y del real “estado de las conversaciones” entre los poderes globales. Mientras Trump fue presidente de Estados Unidos la estrategia de “guerra interminable” y “choque de civilizaciones” fue puesta en pausa y reemplaza por el llamado “diálogo de civilizaciones”, propuesta política de un sector de la burguesía mundial que significa, básicamente, un nuevo reparto del mundo entre una decena de potencias sobre la base de la negociación y no de la guerra. En este escenario, al Brasil le tocaría en suerte toda Sudamérica, donde Trump prometía que Estados Unidos ya no se entrometería, a cambio de controlar plenamente el Caribe y Centroamérica. Bolsonaro aceptó esta propuesta y por eso arremetió con fuerza, cumpliendo con su parte del trato, contra la isla de Cuba, al mismo tiempo que tomaba con fuerza las riendas del MERCOSUR. En lo interno ha aceptado las recomendaciones de política de sus generales, conocidos por su pragmatismo, mientras mantiene una retórica encendida para agradar a su voto duro evangélico, al cual le debe su elección. Pero, como sabemos, ya todos han reconocido la victoria de Biden en las elecciones gringas, y con ello vuelven a la palestra las inevitables contradicciones materiales entre ambas potencias. Resulta extraño y casi inexplicable para el “progresismo de cafetín” que tengamos que ver a Bolsonaro defendiendo la soberanía del Brasil y especialmente de la Amazonía de las viles intenciones de Biden y de las corporaciones que lo sostienen, quienes pretenden que esta magnífica Selva sea “administrada”, no por un Estado soberano como Brasil, sino por algún “organismo internacional” controlado, claro está, por ellos mismos. No descartamos que los incendios que han ocurrido en la Amazonía sean provocados a propósito por estos poderes globales, interesados en hacer creer que se vive un escenario de descontrol y aparecer así como salvadores de la situación.
A corto plazo no auguramos que las fuerzas marxistas, revolucionarias, patrióticas y populares vuelvan al poder en Brasil, debido a sus propios errores y debido a que el rol de representación política que ostentaban hoy se encuentra copado por el mismo Bolsonaro. Más bien lo que veremos es un recrudecimiento de las contradicciones objetivas entre el Brasil y los Estados Unidos, lo que puede llevar a sectores de la burguesía a pactar nuevamente con las clases trabajadoras, como otras veces en el pasado, para salir adelante. El Partido Democrático Trabajista (PDT) y su líder Ciro Gomes, aparecen como los mejor aspectados para encabezar este nuevo ciclo político (después de todo, el PDT es el partido de Vargas), ante la debilidad relativa del PT y la edad avanzada de Lula, todo lo cual puede configurar un escenario similar al de Argentina en 2019 (“Frente de Todos”, con un presidente “moderado” y un vicepresidente “popular”). Esto abriría nuevos desafíos y nuevas dificultades para el pueblo brasileño y sus sueños de justicia soberana, pero estamos seguros de que las puertas de la esperanza jamás se cerrarán definitivamente. Cueste lo que cueste, los hijos del Brasil no serán nunca más esclavos de nadie.
Notas
[1] Ojo Geopolítico ya no podrá salir todas las semanas sino con periodicidad relativa, debido a la sobrecarga de trabajo de quienes lo preparan.
[2] General antimonárquico, antioligárquico y anticentralista, artífice de la proclamación de la República y representante de los intereses de Sao Paulo, que se alza como rival de Río de Janeiro, la capital imperial tradicional. En la escuela de sus rebeliones se formó el capitán Prestes.
[3] Ingeniero ferroviario y capitán de Ejército, junto a los restos de varias revoluciones derrotadas crea la “Columna Prestes” (dotada de 1500 efectivos) la cual recorre 13 estados del Brasil y 25.000 kms. de trayecto en dos años, difundiendo ideas revolucionarias, reclutando militantes, y evitando o derrotando a las tropas oligárquicas en una gesta heroica que le valdría el apodo de “Caballero de la Esperanza”. Sin ser derrotado, pero sin lograr tampoco la sublevación esperada en las ciudades, se exilia en Bolivia y luego en Argentina, desde donde pasaría a la URSS. Llegaría a ser Secretario General del Partido Comunista Brasileño (PCB).
[4] Cualquier país que desee emanciparse de las viejas cadenas que lo atan al coloniaje y al neocoloniaje imperial requiere alianzas estratégicas o “paraguas protectores” que le permitan el estado de paz necesario para desarrollarse. Gobiernos como el de Vargas y Perón se acercan a los capitalismos del centro de Europa, no porque tengan similares ideas políticas, sino porque ven en ellos una alternativa factible al “enemigo secular” anglosajón. El modelo de Vargas de inclusión social, desarrollo y soberanía dista bastante del nazismo o del fascismo tradicionalmente entendidos, y califica plenamente en lo que hoy se ha dado en llamar como “patriotismo progresista” o “patriotismo popular”.
[5] Siguiendo la línea histórica de Vargas y Goulart, el PT es un partido marxista que, en su práctica política, busca entendimientos con la burguesía nacional, allí donde sea posible. Al mismo tiempo no es leninista, entonces permite la existencia de tendencias, incluso socialdemócratas y trotskistas, en su seno. Más que un partido de cuadros apunta a ser un partido de masas (posee más de 2 millones de militantes, siendo uno de los partidos más grandes del continent