Respecto de la clase social, hemos dicho anteriormente, que dentro de la sociedad humana, se definen básicamente como los grandes grupos organizados respecto de su relación con los modos de producción, originándose jerarquías de dominio y sometimiento (Amo/Esclavo, Siervo/Señor, Proletario/Capitalista, cuya última clasificación propia de la realidad actual, se extrapola notoriamente en América, a la distinción entre Bajo Pueblo y Oligarquía). Sabemos que al interior de la sociedad moderna capitalista, existen grupos sociales (minoritarios en número, pero poderosos en cuanto a la acumulación de riqueza que crean para sí mismos) que son dueños privados de los medios de producir, y otros que no poseen medios de producir, y solo cuentan con su propia fuerza física de trabajo, o también son propietarios minoritarios de algún inmueble o negocio local, sin generar jamás los excedentes de un capitalista expansivo.
La premisa anteriormente expuesta es una realidad evidente en América del sur, en Chile. En el plebiscito constituyente, la opción rechazo (que apoya abiertamente el mantenimiento del sistema explotador) ganó en las tres comunas de la región metropolitana donde se encuentra la población más acaudalada del país, ¿Por qué sucede esto? porque ellos si son concientes de su clase y posición, a diferencia del bajo pueblo que existe "en sí", pero todavía no "para sí", ¿Por qué decimos esto?
Veamos un fenómeno del estallido social, que resulta una especie de reproducción de las viejas revueltas ludistas (donde los obreros reaccionaban destruyendo las máquinas de las industrias, pero sin saber la razón, solo por enojo ante la explotación), pues aquí, la gente destruía las tiendas retail y lanzaba los televisores nuevos al fuego; clara muestra de descontento y necesidad de destrucción, pero no vemos en esos hechos una conciencia de clase, de pueblo (para sí mismos).
En América del sur nunca hubo revolución industrial (por tanto no existen burguesías industriales capitalistas, sino oligarquías político-económico extractivistas que mantienen su poder histórico mediante la acumulación, el nepotismo y la alianza con inversiones capitalistas extranjeras), y en ese contexto, existe a su vez, un bajo pueblo (como diría Gabriel Salazar) que no tiene medios de producción capitalistas, pero tampoco poder político auténtico (se le impone una democracia desde arriba, o debe obedecer una dictadura).
Dadas esas condiciones, la patria auténtica de los trabajadores solo puede ver la luz, cuando la explotación es erradicada; de ahí que el nacionalismo popular (que busca tomar el control económico y también el poder político del Estado-nación), sea una proclama y una estrategia totalmente válida para los pueblos de América del sur. Decimos esto conociendo que la patria, es una construcción material colectiva, y no un negocio de pocos (la patria de la oligarquía). Es decir, mientras los explotadores oligarcas ven el Estado-nación como su fragua comercial, el pueblo ve ahí el instrumento para construir su liberación.
Por ello, es que el bajo pueblo, es el baluarte original de la patria (colectiva), puesto que la patria, no es la tierra donde se derraman lágrimas románticas y de sentimentalismo, sino una construcción política-estratégica de combate, por la emancipación y la conquista de la vida plena. Los nacionalismos reaccionarios, han inventado falsas nociones interclasistas idealistas; como las unidades de sangre, unidades valórico-religiosas o supuestas identidades nacionales comunes entre explotados y explotadores; cuando en los hechos tangibles; el pueblo y la oligarquía son opuestos radicales, donde de la libertad de uno depende la eliminación del otro.