Por Camarada F.

En esta cuarta entrega de la sección nos enfocaremos en la realidad de nuestros hermanos trasandinos, un tema de tremenda importancia para nosotros como chilenos. Argentina es el séptimo país con la superficie territorial más extensa del mundo, y gracias a las favorables condiciones de su suelo y de su clima se ha convertido en una de las principales potencias alimentarias, particularmente en el ámbito cerealero, por lo que ha sido llamada como “granero del mundo”. En la búsqueda constante por su desarrollo soberano e inclusivo la Argentina se ha topado con dos grandes enemigos: por un lado, el imperialismo anglosajón, y por otro, la oligarquía exportadora, fundamentalmente sojera, aliada del capital imperialista. Inglaterra trató de controlar a la Argentina desde el momento mismo de su independencia de España, por su excelente potencial como productora de alimentos (que tanta falta hacen en Europa).

Si bien los ingleses fueron derrotados en varias ocasiones al tratar de invadir el territorio argentino, sí lograron ocupar de forma ilegal algunos archipiélagos en la costa atlántica (Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur), que hasta el día de hoy Argentina reclama como suyos [1]. Si nos fijamos en un mapa de Argentina podremos notar su particular posición en el Cono Sur, que pudiéramos definir “como a trasmano” del resto del mundo. No es el caso de Chile, por ejemplo, ampliamente abierto al Pacífico y con su futuro mirando de frente en dirección de Asia, motivo por el que ocupamos un sitial privilegiado como puerto de embarque para las mercancías latinoamericanas. Argentina en cambio no tiene a nadie al frente, sino que proyecta su soberanía sobre todo el Atlántico Sur, una zona “vacía” del globo terráqueo. Esta condición de abandono del Atlántico Sur fue el principal motivo para que los piratas ingleses se apresuraran a ocupar los archipiélagos de la zona, cortando de este modo la proyección atlántica de la Argentina y amenazando con sus bases militares a toda Sudamérica. Si los británicos no estuviesen metidos allí con su cuña colonial nada le impediría a la Argentina controlar sin competencia todo el Atlántico Sur y el comercio marítimo que pasa por allí.

La posición geográfica “a trasmano del mundo” y la potencia alimentaria que ostenta, en un mundo cada vez más necesitado de comida, han permitido que la Argentina venga jugando hace décadas un rol excepcional en la geopolítica mundial. A inicios del siglo XX, el clamor de cambio recorre todas las capas de la sociedad argentina y provoca la caída de varios gobiernos oligárquicos, incapaces de controlar la situación. Se va haciendo popular la figura del joven coronal Juan Perón, que oficia como Ministro del Trabajo de alguno de esos gobiernos, y que es visto como cercano a los trabajadores y al pueblo. En una amplia alianza con la burguesía patriótica, el sindicalismo y los pobladores sin partido, el coronel Perón gana las elecciones de 1946, llegando a la presidencia junto a su joven esposa Eva Duarte de Perón, actriz de profesión. La pareja presidencial se ganará rápidamente el cariño del pueblo, no sólo por el verbo carismático de ambos, sino por la obra revolucionaria de su gobierno. Se legisla para subir los salarios, asegurar pensiones sociales, vacaciones pagas, se estatizan algunas empresas o se entregan al control de los trabajadores, el comercio exterior pasa al control del Estado, se comienza a planificar la economía a través de planes quinquenales, se invierte en poderosos planes de vivienda para el pueblo, se legaliza el voto femenino, y un largo etcétera.

La revolución peronista, enarbolando la bandera del “justicialismo” [2], se atrae rápidamente el odio del imperialismo yanqui e inglés, que tratan de intervenir en la vida política del país. Es conocido el rol jugado por el embajador gringo Spruille Braden, quien asumió el “liderazgo” del antiperonismo local y unificó a los partidos “comunista”, “socialista”, “demócrata progresista”, “radical” y otros tantos, para enfrentar el proyecto patriótico y popular del justicialismo. El carácter dependiente y subdesarrollado de Latinoamérica impide realizar una transición al socialismo exitosa sin antes resolver “la cuestión nacional”, es decir alcanzar la plena soberanía en todos los campos y enfrentar al imperialismo norteamericano. Los militares patriotas estaban conscientes de esta realidad, y por eso podemos ver que tanto en Argentina como en Perú o Panamá se configuran gobiernos revolucionarios marcadamente antiimperialistas que, al mismo tiempo, tratan de ir resolviendo las cuestiones sociales. La CIA también estaba consciente de este hecho, y por eso decidió financiar agitadores de “extrema izquierda” para boicotear los procesos de patriotismo popular. El trotskismo ha sido el juguete favorito de los imperialistas en este sentido, replicando el rol de falsa “oposición por izquierda” que ya venía jugando contra el socialismo en Europa y Asia.

La consigna “Braden o Perón”, interpretada por el pueblo argentino como sinónimo de “Lacayismo o Patria”, le permite ganar ampliamente las elecciones de 1945 al general Perón. No sería la última vez que la oligarquía se viste de “izquierda” para enfrentar un proceso revolucionario real, tanto en Argentina como en el mundo, y no sería la última vez que sale derrotada por la claridad de nuestros pueblos.

Las excepcionales condiciones geoeconómicas de Argentina y su desarrollo frustrado por el imperialismo son la base que explica el nacimiento de un soberanismo “de tercera posición” tan particular [3], que incluso hoy ya se viene manifestando en contra del ascenso de China como potencia. China queda lejos y los dirigentes argentinos piensan que siempre podrán jugar a negociar con todos y no entregar soberanía a ninguno. Esto no siempre ha salido bien, por ejemplo no le salió bien al mismo peronismo en 1976.

En 1973 Perón vuelve al poder pero su lamentable deceso en 1974 deja la presidencia en manos de su esposa y vicepresidenta, quien trata de salvar los logros sociales de la revolución y navegar con éxito en aguas cada vez más agitadas. Pero el esfuerzo es infructuoso: en 1976, alegando una situación de caos social y descontrol en el país, los generales proyanquis del Ejército dan un nuevo Golpe de Estado y derrocan a la viuda de Perón, quien huye a España. Así puede verificarse el rol que cada marioneta jugó en el teatro imperialista: los “guerrilleros”, por un lado, generando caos y dando legitimidad a una asonada golpista; los generales, por otro lado, haciendo de salvadores de la situación. Siguieron 15 años de dictaduras militares en que el movimiento revolucionario fue masacrado a sangre y fuego, las corporaciones anglosajonas recuperaron su control sobre el país, y Argentina vio alejarse sus sueños de soberanía y justicia social.

Estos sueños han tomado nuevos bríos bajo los gobiernos de los Kirchner, pero hoy se encuentran en un estado de incertidumbre importante. Para ganarle las elecciones de 2019 al candidato de la oligarquía sojera (Macri) se armó una alianza amplia titulada “Frente de Todos”, donde convergieron dos fuerzas abiertamente contradictorias: por un lado, Cristina Kirchner, hoy Vicepresidenta, que moviliza a la mayor parte del electorado y que representa al peronismo soberanista, y por otro lado, Sergio Massa, hoy presidente de la Cámara de Diputados, que es un lobbista del Partido Demócrata norteamericano y un representante de las corporaciones imperialistas. Esta inusual coalición fue necesaria para ganarle a Macri, pero hoy abre un nuevo período de inestabilidad política en Argentina. Si es Massa quien se impone, el presidente Alberto Fernández traicionará a su programa y a sus votantes, destruyendo de paso la legitimidad popular del peronismo.

Si es Cristina quien se impone, la coalición se quebrará y Massa irá como candidato presidencial para la próxima elección, con un discurso más maleable e inteligente que el de Macri, un discurso proimperialista vestido de peronismo. Los malabares y bandazos que hemos podido observar en el gobierno de Alberto Fernández se explican por esta necesidad de unir dos almas contradictorias, una disputa que se irá evidenciando y calentando con el paso de los meses, sobre todo ante las elecciones legislativas “de medio término” del próximo año. Un escenario regional más favorable a las fuerzas populares ayudará a Alberto y Cristina a separarse de sus incómodos aliados sin mayores costos, y por eso se descorcharon tantas botellas ante la reciente victoria del MAS en Bolivia. En cambio, un escenario de aislamiento como el que hoy viven las fuerzas revolucionarias del continente contribuirá al progresivo desmontaje del peronismo en la Argentina, incapaz de sobrevivir por sí solo. ¿Qué posición jugará el “granero del mundo” trasandino ante las nuevas luchas que se abren en este siglo XXI? La respuesta está próxima a conocerse.

Notas

[1] Por su parte, los Estados Unidos mantienen una “competencia histórica” con Argentina porque son, igualmente, un país exportador de cereales. Ambas potencias siempre han tratado de impedir la industrialización y el desarrollo de Argentina.

[2] Perón llamó “justicialismo” a su particular forma de patriotismo popular, y lo definió como un “socialismo nacional” de “tercera posición”, es decir, no aliado ni a Estados Unidos ni a la URSS, cuyos principios fundamentales fueron: soberanía política, independencia económica y justicia social. Es decir, un patriotismo popular bajo dirección de la burguesía patriótica, para el desarrollo de las fuerzas productivas del país. El justicialismo es un movimiento de masas tremendamente exitoso en Argentina y que ha vuelto al gobierno en varias ocasiones durante el siglo XXI, siempre de la mano de los anhelos del pueblo.

[3] La alianza del peronismo con España no se explica, como piensan algunos, por una cercanía ideológica con Franco, o por una lectura “hispanista” de la conquista de América, ni nada de eso. Esa es la retórica que los dirigentes políticos utilizan para legitimar sus acercamientos, una retórica que sólo puede confundir a quien no sabe nada de política. La realidad es que tanto España como Argentina tienen diferendos territoriales con Inglaterra (el Peñón de Gibraltar en el caso de la primera, y las islas del Atlántico Sur en el caso de la segunda) así como una larga historia de rivalidades con esta potencia (en su bloqueo marítimo contra España y la Francia napoleónica los ingleses también afectaron a la Argentina). Además la economía de ambos países es complementaria, arrastran una cultura común, y por todos estos motivos los líderes peronistas trataron de acercarse a España en busca de soporte, como una “potencia alternativa” a Estados Unidos o la lejana Rusia, que le suministrara tecnología y ayudara a Argentina en su desarrollo.