Por Camarada F.

Tras la caída de la Unión Soviética y sus aliados europeos en el período 1989-1991, el imperialismo norteamericano, optimista y hambriento, desató con renovados bríos su poder económico, cultural y militar para conjurar la amenaza de cualquier revolución socialista en el mundo, reforzar las cadenas que atan a los países subdesarrollados a relaciones comerciales inequitativas y a una división mundial del trabajo injusta, impedir el desarrollo de otras potencias que pudiesen competirle, y acelerar el proceso de valorización del capital a través de la explotación del trabajo humano y de la naturaleza. Comenzó así el período que algunos llaman de “unipolarismo”, en el que una sola potencia capitalista muy desarrollada y armada hasta los dientes, dotada de avanzados instrumentos de propaganda y manipulación, y vencedora de varias guerras de saqueo y de rapiña (los Estados Unidos) se impuso sin que nadie alcanzara a decir “wait”[1].

Los resultados están a la vista de todos, entre los cuales podemos mencionar: guerras por doquier para el control de recursos escasos (sobre todo energéticos), fragmentación y balcanización de antiguos Estados tras cruentas guerras “civiles” fomentadas desde el extranjero, destrucción ecológica acelerada, reducción de la calidad de vida y de la intervención popular en política (incluso en los países de capitalismo desarrollado), aparición de nuevos y peligrosos extremismos religiosos, raciales y sexuales, instalación de una cultura de masas orientada a la enajenación total del individuo y su anulación como sujeto político, etc.

Este es el escenario, y no otro, el que vivimos los rebeldes y revolucionarios de este siglo XXI, un siglo que asomó a la historia con aroma a hegemonismo norteamericano, y a destrucción progresiva de todas las victorias y logros obtenidos por las clases populares durante el siglo XX, a la sombra (reconózcase o no) del poderío militar del Campo Socialista ahora desaparecido. Y sin embargo, a pesar del fatídico escenario, atrevidas flores comenzaron a crecer entre el pavimento. En primer lugar, altivos socialismos originados en el siglo XX que nunca quisieron entregarse, a pesar de las dificultades y presiones, marcaron la primera nota disonante. En segundo lugar, el caos absoluto y la miseria provocados por las “terapias de shock” privatizantes tanto en los países exsocialistas como en la Europa occidental de los “estados de bienestar” vino generando creciente descontento y movilización social, incluso en los países beneficiados por la división mundial del trabajo. Esto tuvo su correlato en los países excoloniales, donde algunas burguesías soberanistas y desarrollistas habían venido tratando de construir proyectos de inclusión nacional y alianza antiimperialista, y que ahora (sin el “paraguas” soviético al que muchas veces agraviaron) se veían obligados a entregar todas las ganancias populares, por la fuerza irresistible en lo militar y en lo económico del imperialismo norteamericano. Tal es el caso del Irak de Saddam y de la Libia de Gadafi, por mencionar algunos que hasta el día de hoy generan “ecos” en nuestra realidad geopolítica. Hablaremos sobre algunos de estos sucesos en las entregas posteriores. En tercer lugar, ante las nuevas contradicciones aparecidas, también han nacido nuevas revoluciones, algunas con la perspectiva del socialismo (sobre todo en los países excoloniales inspirados por Cuba, Corea y China), y otras marcadas por un fuerte soberanismo antiimperialista, bajo dirección burguesa. Como esta burguesía nacional no puede ni podría enfrentar por su cuenta a los oligopolios multinacionales, acude a las clases trabajadoras en busca de un nuevo pacto social, que llamaremos “patriotismo popular”: este régimen ya gobierna con cierto éxito en varios países de nuestra actualidad.

En este primera entrega hemos querido introducir los temas que analizaremos en las semanas siguientes, y dejar sentadas las bases desde las cuales interpretamos la geopolítica actual. Dos grandes polos o campos dominan la escena mundial: por un lado, Estados Unidos y sus aliados, los oligopolios multinacionales del capitalismo, que están dispuestos a escupir en todos los tratados e instrumentos internacionales, a insultar todas las normas de la moral, a derramar la sangre que haya que derramar, y a destruir los pueblos que haya que destruir, con tal de imponer su voluntad; por otro lado, todos aquellos países y pueblos que, por un motivo o por otro, se oponen a eso, y a quienes podremos llamar Campo Popular y Antiimperialista (CPA). “La cuestión de los pesos y centavos”, es decir, el simple, sencillo y trascendental dilema de si la riqueza mundial terminará en manos de unos pocos poderes globales o en manos de toda la humanidad, está próximo a decidirse.

Si el imperialismo y las corporaciones consiguen su propósito, nuestra especie vivirá el peor cataclismo de su historia, y esto lo sabemos a partir de los documentos filtrados de la “Estrategia Rumsfeld-Cebrowsky”, nueva doctrina militar norteamericana operando a partir del gobierno de G. M. Bush, y a la que incluso se opuso en su momento el presidente francés Jacques Chirac. Esta doctrina geoestratégica sostiene que durante este siglo XXI unas pocas potencias centrales y desarrolladas tendrán acceso a los bienes de consumo y a la modernización, mientras que todo el resto del mundo, incluyendo nuestro país, pasarán a ser simples factorías de recursos, ojalá con sus Estados-Nación fragmentados o derechamente destruidos, con sus culturas y tejido social enterrados en el olvido, y con sus castas dirigentes totalmente cooptadas, siendo cómplices de esta nueva situación, que viene a ser una radicalización distópica del colonialismo y neocolonialismo que ya hemos conocido.

Para favorecer la instalación de este plan, Estados Unidos usa el “caos constructivo” y las llamadas “guerras de quinta generación”, en las cuales sus fuerzas militares no se involucran “directamente”, sino que se busca enfrentar a los pueblos entre sí, deslegitimando a sus gobiernos electos por la vía de la propaganda intoxicativa, inventando “falsos dilemas” en temas de importancia lateral [2] (sexuales, religiosos, culturales, etc.) para tapar la cuestión fundamental (la de “los pesos y centavos”) y dividir y enemistar al pueblo, esparcir “ideologías ad hoc” destinadas a grupos sociales específicos categorizados tras avanzados “estudios de mercado” (jóvenes “progresistas” de buenas intenciones pero poco informados, cristianos, musulmanes, mujeres, trabajadores, gente que ama a los animales, etc.) para confundirlos y especialmente combatir al marxismo (al que el imperialismo aún teme), así como muchas otras tácticas, todas destinadas a un único fin: fomentar la guerra de todos contra todos, por cualquier cosa menos por la sencilla verdad de la riqueza, para beneficio de las corporaciones, únicas beneficiadas de este “caos constructivo”, y directas financistas de todos los bandos en “conflicto” en estas disputas inventadas por ellas mismas. Por eso la consigna indeclinable de todos los revolucionarios, patriotas y humanistas del mundo debe ser sólo una: Soberanía o Sumisión. Soberanía o Nada.

[1] La Teoría de la Destrucción Mutua Asegurada (TDMA) significó que el poderoso arsenal nuclear con que contaba tanto la URSS como Estados Unidos impidió una guerra “a fondo” entre los dos sistemas sociales antagónicos, pero, al mismo tiempo, derivó el foco de la guerra hacia otros frentes. El imperialismo norteamericano, astuto, creó una organización de inteligencia y contrainteligencia destinada específicamente a combatir el socialismo y el soberanismo por todo el orbe, la CIA, cuyo entero presupuesto se gasta en organizar golpes de Estado, magnicidios, “revoluciones de colores”, atentados “de falsa bandera”, autoatentados, operaciones de sentido en medios “de comunicación” y redes sociales, “intoxicación informativa”, y la búsqueda de elementos intelectuales o ideológicos que permitan combatir al marxismo, incluso en el plano académico. Descartada la guerra nuclear por la TDMA, la mayor operación de la CIA en su historia ha sido aquella destinada a infiltrar al Estado soviético para destruirlo por dentro, operación que resultó exitosa, como sabemos, así como sus ecos en los socialismos europeos.

[2] Debemos ser muy precisos en explicar el concepto “temas de importancia lateral”, que no es una frase “al voleo”, y lo haremos a través de un ejemplo concreto sobre el cual volveremos en futuras entregas: el caso de la guerra en Siria. Como todos sabemos hay guerra en Siria, mucha gente muere y se gasta una millonada en equipo, salarios, armas, misiles, municiones, propaganda en medios, etc. Un etnólogo vendrá y dirá: el eje crucial en la guerra en Siria es la cuestión étnica, y las minorías nacionales son quienes más sufren bajas; y a lo mejor esto último sea efectivamente cierto. Una feminista vendrá y dirá: el eje crucial en la guerra en Siria es la cuestión de sexo, porque las mujeres son las más desplazadas junto a sus familias, y las mayores víctimas de la violencia sexual; y seguramente esto últimamente sea cierto. Un teólogo vendrá y dirá: el eje crucial en la guerra en Siria es la cuestión religiosa, porque las minorías religiosas son quienes sirven de fermento a las guerrillas; y probablemente esto que dice sea cierto. Pero la guerra en Siria no se hace para matar mujeres, ni suníes, ni cristianos, ni minorías étnicas. No se gastarían millones de dólares en algo tan absurdo. Todo eso sucede efectivamente, pero como consecuencia de algo preexistente. Si se hace ese tremendo gasto bélico, es porque la perspectiva de ganancia es mayor. Es decir, el imperialismo hace la guerra porque es una inversión. La cuestión de los pesos y centavos es la que mueve al mundo, es por ella que caen y se levantan gobiernos, es por ella que se comienzan o terminan las guerras. Quien no entienda esta verdad, no entenderá nada de lo que sucede, porque sólo verá consecuencias pero no verá la causa. Los temas que son “de importancia lateral” son aquellos que están “al lado” de esta cuestión fundamental, que resultan problemáticos como consecuencia, justamente, de esta cuestión fundamental, y nadie dice que no sean importantes.