En la historia de Chile, el llamado Ejército Libertador de la independencia, de proyección continental y destinado a la erradicación por la fuerza de la resistencia realista, tenía un fuerte asidero ideológico basado en fundar una sociedad nueva dentro de América, con todas las libertades y la grandeza que mereciere la Patria Grande y todos sus pueblos –en diversidad, colaboración y derecho a la autodeterminación-. No obstante, las llamadas oligarquías localistas de los países (de naturaleza mercantil-extractivista y no industrial) se habían fortalecido de gran manera ya para el siglo XIX, pues además de acaudalar bienes y obtener rentas privilegiadas, sus miembros conformaban el alto clero, la oficialidad militar de renombre, y los altos cargos políticos (compitiendo con los peninsulares). Estas oligarquías no poseían por lo general, más ideal que salvaguardar su patrimonio familiar. Aquí se detecta una primera contradicción, entre quienes anhelaban procesos libertadores, integrales, y el interés de clase de las surgentes oligarquías.


Luego de la independencia, en el periodo de ensayos constitucionales, -entre 1818 y 1829- ; Con O’Higgins, posteriormente con Ramón Freire, los federalistas, los regionalistas y los asambleístas que apoyaban la Constitución de 1828, había una gran unidad entre los militares y la sociedad civil (no eran estamentos separados, ni contradictorios, pues buscaban el bienestar general de la Nueva Patria).


Con el Golpe de Estado Estanquero-oligarca (1829-1830), que financió un ejército irregular, comprando una facción del Ejército comandada principalmente, por José Joaquín Prieto y Manuel Bulnes, (elegidos por los mismos estanqueros más adelante como “Presidentes” de Chile), produjeron una sangrienta guerra civil, siendo en última instancia, derrotado Ramón Freire, y otros generales y personajes, otrora considerados héroes de la independencia, pero ahora; denominados traidores por los golpistas, sufriendo el destierro o la matanza (Recordemos el asesinato a “hachazos del Teniente Coronel Guillermo Tupper, ordenado por Prieto).


Con la Constitución de 1833, se impuso el conocido “peso de la noche”, el Estado estanquero-monopolista, también llamado “conservador”, y las fuerzas de orden, pasan a tener una identidad como brazo armado del poder político instaurado, contra los “enemigos internos”, comenzando a identificar los grupos civiles de la sociedad, o sectores populares políticos, como un peligro para el Estado oligárquico. Sin duda, eso no quitó que durante la Guerra Contra la Confederación Perú-Boliviana en 1836, y posteriormente en la Guerra del Pacífico (del Salitre) de 1879, se articulará en el imaginario colectivo popular chileno, un fuerte sentido de pertenencia a la nación, bajo mitologías del roto guerrero, la sangre araucana, que consagraban al Ejército “jamás vencedor, jamás vencido”, como un pilar identitario fuerte de la identidad chilena.


No obstante, con el botín obtenido de la guerra (del que clase popular chilena, que combatió directamente en la guerra, no se benefició en nada, siendo traicionada por la clase oligarca chilena); esta clase mercantil-política chilena, se fortaleció, obstaculizando todo proyecto nacional que pudiese conducir al desarrollo, manteniendo feroces desigualdades sociales, entre proletarios y los explotadores del país. Ejemplo de esta convulsión, se evidenció en la Guerra Civil de 1891, que terminó con la Muerte del Presidente Balmaceda –que pretendía nacionalizar el salitre – criticando los intereses creados del Congreso.


En esa Guerra civil, el ejército golpista pretendía incorporar las doctrinas del prusianismo, defendidas por Emilio Korner (de tipo aristocrático, muy formal, delimitando firmemente las diferencias entre “perraje” y oficialidad), derrotando a su vez, y en su totalidad, al tradicional ejército chileno de sello francés-civilista.


Comprobamos que estos acontecimientos históricos, continúan agrietando una separación histórica entre civiles y militares, que sigue haciendo fricción durante el siglo XX.


Con el triunfo oligarca-congresista, y la llegada del centenario (marcado por brutales desigualdades y una gran miseria social para el bajo pueblo), surgieron los primeros movimientos obreros organizados, las primeras agrupaciones socialistas. Junto con ello, también las Fuerzas Armadas actúan como el brazo armado del poder político, ejecutando una serie de masacres contra la propia población chilena. Pero, ésto no impidió que existieran en el ejército, sectores críticos y ampliamente politizados dentro de la Institución (en el ala conservadora-nacional, estaba Carlos Ibáñez, y en sectores de izquierda; personajes como Marmaduke Grove), así también hubo una oficialidad joven muy descontenta por la situación social del país, que protagonizó el llamado “ruido de sables”, exigiendo un proceso constituyente, lo que lamentablemente terminó, en un timo, cuya Constitución de 1925 no tuvo participación popular en su elaboración, siendo redactada por la derecha liberal-conservadora alessandrista.


Dijimos que en el siglo XX, los militares manifestaban abiertamente sus preferencias políticas, sus críticas – aquello no era mal visto -, sin embargo, luego del Golpe de Estado de 1973, aquello se rompió hasta nuestros días. Muchos oficiales constitucionalistas fueron abiertamente torturados y ejecutados, junto a todo sector político considerado enemigo del nuevo orden dictatorial-militar oligárquico-neoliberal, quedando la cultura militar, convertida en un estamento de represión, totalmente ajeno a la cuestión política y la clase civil. Además, el prusianismo comenzó a ser reemplazado por doctrina militar Yanky-Israelí (Hoy en día los cadetes de la oficialidad viajan a Westpoint como símbolo de finalización de sus estudios).


Vemos que históricamente, las contradicciones sociales internas se agudizaron procesalmente, separando a la sociedad civil de las fuerzas armadas, creando incluso un desprecio justificado de la clase popular por los uniformados. Nosotros sostenemos un planteamiento totalmente diferente, en los parámetros de la sociedad popular, comunitaria y patriótica que buscamos; pues sostenemos que no debe haber diferencias entre chilenos militares y chilenos civiles. Todo chileno (a) debe tener instrucción militar, y todo militar debe participar de la asamblea popular. Para eso es necesario, extirpar del ejército el sistema de escalafones clasistas entre oficiales y suboficiales, junto con derrotar a la oligarquía histórica enquistada en el ápice del poder político.


En los uniformados de clase popular, debe primar la consciencia popular patriótica (de clase), por sobre la del esbirro dogmatizado para defender a un Estado corrupto, del enemigo interno (que en realidad es el pueblo chileno). Bolívar dijo que maldito fuere el soldado que disparase contra su propio pueblo. Incluso si fuese necesario, rebelarse contra la alta oficialidad corrompida y despótica, que en ningún caso trabaja para la patria sino para sus arcas personales. El uniformado patriota, debe comprender que para que la Constitución sea legítima, debe originarse desde el seno del pueblo (no de camarillas y organismos de facto), por ende, para proteger la patria, hay que apuntar las armas contra la oligarquía histórica. Construir una sociedad donde todos sus habitantes sepan pensar, tomar la pala, y también el fusil, sin denigraciones o distinciones prejuiciosas de ningún tipo.


¿Es contradictorio un sistema socialista, democrático-popular, que promueva la inversión en defensa militar para la nación? No es contradictorio, y de hecho es un deber necesario, racional, dentro de un mundo de hegemonía capitalista belicista, cuyos imperios-liberales están dispuestos a la intervención, al boicot y a la invasión agresiva contra países libres. Es profundamente necesario construir cercos antiimperialistas, colaborando con naciones que escapen a las lógicas hegemónicas de la globalización, defendiendo la eventual construcción nacional-popular, surgida del pueblo soberano.