Por Luis Bozzo
El patriota y socialista peruano José Mariátegui (considerado el principal pensador marxista del continente, y un convencido nacionalista), señaló que mientras en los países del primer mundo, el nacionalismo simboliza una herramienta reaccionaria de los estados burgueses, -un aparato ideológico conservador-, para suprimir los levantamientos obreros; en América del Sur: continente semicolonial barnizado con neoliberalismo y espejismos falsos de prosperidad, el nacionalismo en cambio, es un arma proletaria para la victoria, un martillo de clase, para demoler a los explotadores apátridas, sus lacayos y prolongaciones.
El nacionalismo popular (gestado en el vientre del pueblo) es la herramienta del movimiento proletario para la conquista del Estado (de praxis), construyendo el cerco defensivo antiimperialista, refundando la nación según las planificaciones de la ciencia social, la soberanía del pueblo. No mediante la exaltación chovinista reaccionaria, con sus fetiches de aristocracias espirituales-sanguíneos, sus romanticismos de monarquía oscurantista y sus delirios idealistas supersticiosos (todo lo que le agrada bastante a la oligarquía oscurantista).
Cuando un reaccionario nacionalista, exhiba que anhela construir una nación en colaboración o unionismo con las clases explotadoras, en pos del “sentimiento nacional”, sabremos que nos habla un siervo de la oligarquía. El nacionalismo proletario y revolucionario busca la abolición de la explotación (sin que unos succionen la sangre de otros), y la consolidación de una vida auténtica, artífice de la historia del porvenir. Para ello, la oligarquía y sus pilares deben ser derrumbados. Para que el pueblo pueda vivir; los explotadores deben ser erradicados.
Respecto del nacionalismo; este dentro de las organizaciones proletarias, se ha interpretado como una ideología burguesa y reaccionaria, fortalecida durante la caída de los feudalismos, como una alternativa de las clases privilegiadas para mantener sus posiciones de dominio y no perder su patrimonio (también como la semilla esencial de los reaccionarismos nacionalistas corporativistas). Por ello, es que se culpa al nacionalismo moderno, de ser una cadena unificadora de la población, insertando en ella, sentimientos imaginarios de pertenencia (vínculos de sangre, valores, orden político), conduciendo incluso a los pobres, a pelear como carne de cañón en guerras imperialistas, en nombre de una “patria”, que en realidad es la patria de los oligarcas.
Pero también debemos conocer la ley filosófico materialista (anti-dogmática) de la variación de condiciones, las contradicciones, la lucha de opuestos, la aleatoriedad, y las diferentes síntesis de la historia de los pueblos. Por ejemplo; las revoluciones burguesas europeas, tenían un fuerte contenido social, promoviendo la reforma agraria y una paulatina industrialización moderna. En América del Sur, las revoluciones burguesas no concretaron reforma agraria alguna (el latifundio sigue existiendo aún en zonas de América, y en Chile solo se redujo significativamente, durante la década del 70 en pleno siglo XX), así como tampoco se incentivó un proceso de industrialización. Chile hasta la actualidad, es un país exportador, sin poderío industrial, dependiente de la inversión internacional, cuyas principales riquezas naturales se encuentran concesionadas y privatizadas por capitales extranjeros. La revolución de la independencia, fue un simple cambio de administración, un enroque entre españoles y las oligarquías localistas. Incluso los próceres, los verdaderos revolucionarios, fueron desterrados y exiliados de los gobiernos oligárquicos con absoluto poder económico y político.
Por lo consiguiente, la denominada modernidad europea, es en América una pseudo-modernidad semicolonial; sin industria, con oligarquías dominantes, necesidad de buscar identidad en Europa o en Norteamérica, altos índices de pobreza, con republiquetas exportadoras de materias primas. Por ello, el revolucionario es un anti-conservador, pues el conservador pretende conservar lo que nosotros ansiamos destruir, para la nueva civilización.
Los movimientos populares deben recuperar a muerte los conceptos de patria y nación de las garras de las oligarquías y sus esbirros contrarrevolucionarios. Aquellos principios deben reconvertirse, ser acero y pólvora del proletario. Patria; como la construcción comunitaria-soberana del pueblo y no como aquel pedazo de tierra gobernado por un sistema que justifica la existencia de explotadores y explotados. La nación debe ser el proyecto futurista, la vía de los pueblos para revertir la opresión y construir la verdadera libertad.
Por todo lo anterior, podemos decir que la independencia patriota es un proceso inacabado, que las fuerzas revolucionarias y populares deben finalizar como principal misión histórica. Conocemos las contradicciones sociales de las naciones del continente; y con ojo de águila podemos comprender –mencionando a Chile en este caso – existen dos países diferentes dentro de una misma tierra; Por una parte, el Chile de los explotadores con capacidad de intervenir en procesos políticos, financiando coaliciones, o inclusive recurriendo a privilegios en materia judicial por vía de influencias y capacidad económica (pago de multas, “clases de ética”, perdonazos, salidas alternativas), existiendo toda una red de nepotismo, corrupción, plutocracias, que componen un mecanismo vital de la oligarquía histórica. En el otro lado, tenemos a la inmensa mayoría de chilenos; quienes solo poseen su fuerza de trabajo, o son propietarios de una vivienda, de un terreno o un negocio pequeño-mediano; todos luchando en un sistema de supervivencia.
El nacionalismo de los proletarios, no se opone al internacionalismo, por el contrario, es la complementación ideológica de este último. Al reconocerse el imperialismo capitalista de la globalización como una realidad mundialista y expansiva, que amenaza la libertad de todas las naciones de la tierra, explotando seres humanos indiferentemente, insertándolos en su rueda mecánica de producción; el primer paso de los patriotas, es la conquista del poder político del Estado oligarca títere de la globalización, refundando otro Estado-popular y soberano; pudiendo afianzar alianzas con los pueblos libres y en condición de rebeldía, aumentando el “cerco” dentro del campo geopolítico.
Dadas estas condiciones, con la viva amenaza del imperialismo, sería irrisorio pretender disolver el Estado o borrar fronteras, por el contrario, es deber del pueblo fortalecer el Estado, imponiendo sus propias leyes, construyendo su particular sistema, fortaleciendo todas las medidas para una defensa nacional efectiva, potenciando la tecnología, la ciencia, la fuerza armamentista, y conduciendo una proceso económico de revolución industrial tardía, con proyección continental (Una América del Sur soberana, interconectada con su variedad de pueblos, e industrial podría ser invencible).
La primera vía de acción de los movimientos proletarios y patriotas, es unificar en lo culmine posible la clase popular, movilizándola para la conquista del poder, organizada en un destacamento político avanzado de lucha, pues recordemos que, los explotadores que solventan el sistema, son una minúscula minoría, en comparación con los explotados, que unificados, representan un peligro mortal para la oligarquía.
En un mundo controlado por el imperialismo bélico, expansionista e intervencionista, de hegemonía capitalista-liberal (globalización), sería ilógico y un error estratégico garrafal, que las organizaciones proletarias, los movimientos patriotas y populares, adoptasen un carácter anti-nacional –más todavía en los continentes de las periferias del mundo- esto pues; las fuerzas populares jamás podrán ejercer poder estructural alguno, si no toman el control del Estado-Nacional, derrotando a la oligarquía enquistada, al gobierno títere del atlantismo occidental, conquistando de esa forma; la soberanía, la independencia final.
El patriota y socialista peruano José Mariátegui (considerado el principal pensador marxista del continente, y un convencido nacionalista), señaló que mientras en los países del primer mundo, el nacionalismo simboliza una herramienta reaccionaria de los estados burgueses, -un aparato ideológico conservador-, para suprimir los levantamientos obreros; en América del Sur: continente semicolonial barnizado con neoliberalismo y espejismos falsos de prosperidad, el nacionalismo en cambio, es un arma proletaria para la victoria, un martillo de clase, para demoler a los explotadores apátridas, sus lacayos y prolongaciones.
El nacionalismo popular (gestado en el vientre del pueblo) es la herramienta del movimiento proletario para la conquista del Estado (de praxis), construyendo el cerco defensivo antiimperialista, refundando la nación según las planificaciones de la ciencia social, la soberanía del pueblo. No mediante la exaltación chovinista reaccionaria, con sus fetiches de aristocracias espirituales-sanguíneos, sus romanticismos de monarquía oscurantista y sus delirios idealistas supersticiosos (todo lo que le agrada bastante a la oligarquía oscurantista).
Cuando un reaccionario nacionalista, exhiba que anhela construir una nación en colaboración o unionismo con las clases explotadoras, en pos del “sentimiento nacional”, sabremos que nos habla un siervo de la oligarquía. El nacionalismo proletario y revolucionario busca la abolición de la explotación (sin que unos succionen la sangre de otros), y la consolidación de una vida auténtica, artífice de la historia del porvenir. Para ello, la oligarquía y sus pilares deben ser derrumbados. Para que el pueblo pueda vivir; los explotadores deben ser erradicados.
Respecto del nacionalismo; este dentro de las organizaciones proletarias, se ha interpretado como una ideología burguesa y reaccionaria, fortalecida durante la caída de los feudalismos, como una alternativa de las clases privilegiadas para mantener sus posiciones de dominio y no perder su patrimonio (también como la semilla esencial de los reaccionarismos nacionalistas corporativistas). Por ello, es que se culpa al nacionalismo moderno, de ser una cadena unificadora de la población, insertando en ella, sentimientos imaginarios de pertenencia (vínculos de sangre, valores, orden político), conduciendo incluso a los pobres, a pelear como carne de cañón en guerras imperialistas, en nombre de una “patria”, que en realidad es la patria de los oligarcas.
Pero también debemos conocer la ley filosófico materialista (anti-dogmática) de la variación de condiciones, las contradicciones, la lucha de opuestos, la aleatoriedad, y las diferentes síntesis de la historia de los pueblos. Por ejemplo; las revoluciones burguesas europeas, tenían un fuerte contenido social, promoviendo la reforma agraria y una paulatina industrialización moderna. En América del Sur, las revoluciones burguesas no concretaron reforma agraria alguna (el latifundio sigue existiendo aún en zonas de América, y en Chile solo se redujo significativamente, durante la década del 70 en pleno siglo XX), así como tampoco se incentivó un proceso de industrialización. Chile hasta la actualidad, es un país exportador, sin poderío industrial, dependiente de la inversión internacional, cuyas principales riquezas naturales se encuentran concesionadas y privatizadas por capitales extranjeros. La revolución de la independencia, fue un simple cambio de administración, un enroque entre españoles y las oligarquías localistas. Incluso los próceres, los verdaderos revolucionarios, fueron desterrados y exiliados de los gobiernos oligárquicos con absoluto poder económico y político.
Por lo consiguiente, la denominada modernidad europea, es en América una pseudo-modernidad semicolonial; sin industria, con oligarquías dominantes, necesidad de buscar identidad en Europa o en Norteamérica, altos índices de pobreza, con republiquetas exportadoras de materias primas. Por ello, el revolucionario es un anti-conservador, pues el conservador pretende conservar lo que nosotros ansiamos destruir, para la nueva civilización.
Los movimientos populares deben recuperar a muerte los conceptos de patria y nación de las garras de las oligarquías y sus esbirros contrarrevolucionarios. Aquellos principios deben reconvertirse, ser acero y pólvora del proletario. Patria; como la construcción comunitaria-soberana del pueblo y no como aquel pedazo de tierra gobernado por un sistema que justifica la existencia de explotadores y explotados. La nación debe ser el proyecto futurista, la vía de los pueblos para revertir la opresión y construir la verdadera libertad.
Por todo lo anterior, podemos decir que la independencia patriota es un proceso inacabado, que las fuerzas revolucionarias y populares deben finalizar como principal misión histórica. Conocemos las contradicciones sociales de las naciones del continente; y con ojo de águila podemos comprender –mencionando a Chile en este caso – existen dos países diferentes dentro de una misma tierra; Por una parte, el Chile de los explotadores con capacidad de intervenir en procesos políticos, financiando coaliciones, o inclusive recurriendo a privilegios en materia judicial por vía de influencias y capacidad económica (pago de multas, “clases de ética”, perdonazos, salidas alternativas), existiendo toda una red de nepotismo, corrupción, plutocracias, que componen un mecanismo vital de la oligarquía histórica. En el otro lado, tenemos a la inmensa mayoría de chilenos; quienes solo poseen su fuerza de trabajo, o son propietarios de una vivienda, de un terreno o un negocio pequeño-mediano; todos luchando en un sistema de supervivencia.
El nacionalismo de los proletarios, no se opone al internacionalismo, por el contrario, es la complementación ideológica de este último. Al reconocerse el imperialismo capitalista de la globalización como una realidad mundialista y expansiva, que amenaza la libertad de todas las naciones de la tierra, explotando seres humanos indiferentemente, insertándolos en su rueda mecánica de producción; el primer paso de los patriotas, es la conquista del poder político del Estado oligarca títere de la globalización, refundando otro Estado-popular y soberano; pudiendo afianzar alianzas con los pueblos libres y en condición de rebeldía, aumentando el “cerco” dentro del campo geopolítico.
Dadas estas condiciones, con la viva amenaza del imperialismo, sería irrisorio pretender disolver el Estado o borrar fronteras, por el contrario, es deber del pueblo fortalecer el Estado, imponiendo sus propias leyes, construyendo su particular sistema, fortaleciendo todas las medidas para una defensa nacional efectiva, potenciando la tecnología, la ciencia, la fuerza armamentista, y conduciendo una proceso económico de revolución industrial tardía, con proyección continental (Una América del Sur soberana, interconectada con su variedad de pueblos, e industrial podría ser invencible).
La primera vía de acción de los movimientos proletarios y patriotas, es unificar en lo culmine posible la clase popular, movilizándola para la conquista del poder, organizada en un destacamento político avanzado de lucha, pues recordemos que, los explotadores que solventan el sistema, son una minúscula minoría, en comparación con los explotados, que unificados, representan un peligro mortal para la oligarquía.