Publicado originalmente en el 5°Número de la Revista Herejía

Por C.Salazar

El nuevo patriotismo está surgiendo. Esta vez es diferente, no es una ideología impuesta desde los poderosos. Es el patriotismo de las masas populares que se libera como el titán que encerrado en una montaña, rompe con los muros de su prisión.

El ambiente está lleno de símbolos poderosos; el Perro Matapacos, el PAREMAN, incluso figuras asiáticas como Píkachu se han convertido en tótems sincréticos y vehículos de un sentir popular que construye su propia mitología de los escombros que el capitalismo liberal ha dejado tras su paso por nuestro continente.

Indoamérica o Abya Yala, se ha convertido en un continente en rebeldía contra sus oligarquía cipayas del imperio. Los oligarcas se defienden con la misma brutalidad a la que siempre han estado acostumbrados. Esto sin embargo no ha detenido a los valientes que salieron a las calles a enfrentar la excreción autoritaria del Chile S.A. Prefieren perder los ojos o morir antes que seguir viviendo en la inmundicia heredada de la dictadura. Hay acá una resignificación de las enseñanzas extremistas de la secta del Jesús el Nazareno, “más vale entrar tuerto al paraíso que con tus dos ojos ser arrojado a los infiernos”, en este caso muchos han tomado este axioma como “más vale perder un ojo luchando que seguir bajo el yugo de los jerarcas neoliberales.”

Gustavo Gatica, el joven de la mirada rota, arrebatada su visión por los infames perros del sistema, es el nuevo Tiresias. Esta vez no cegado por Zeus, sino por los monstruos que gobiernan y someten impunemente a la nación. Ya les llegará la hora en que les sacaremos los ojos a ellos como retribución a lo que han hecho.

Un nuevo patriotismo está naciendo. Las banderas de la revuelta han sido las de la Patria chilena, la del pueblo mapuche, y la bandera del estallido social (versión negra con blanco de nuestra enseña nacional; valiente guiño al espíritu anarquizante necesario en cierta medida en este contexto). El nuevo saludo patriota consiste en taparse un ojo en memoria de los valientes mutilados por los opresores. Acá no hay una negación de la identidad nacional, esto lo ha querido demostrar incansablemente la reacción y los militaristas ebrios de sus fetiches falsamente nacionalistas, quienes se empeñan en culpar a enemigos internos y externos. Por el contrario, los únicos verdaderos antichilenos chilenos son los que hoy portan el uniforme de los ejércitos mercenarios de ocupación, las mal-llamadas FFAA de Chile, al servicio de los intereses yanquis en contra de nuestro destino soberano como nación.

El nuevo patriotismo no reconoce el espíritu burgués y buenaondista del folclorismo plástico de la falsa chilenidad. Bailar cueca no te hace más chileno. Y defender directa o indirectamente a parásitos como los Luksic, los Piñera, los Claro, Paulmann, etc., te excluye la comunidad nacional. Los oligarcas son un tumor y un lastre para la nación, y requieren ser extirpados de esta antes de que la acaben por destruir.

Una mirada basta para fijarse en quienes han sido los tontos útiles que acá vistieron de chaleco amarillo para defenderle la casita al patrón o el supermercado a los gringos de Wallmart. Alienados, violentistas, psicópatas, fundamentalistas religiosos y frikis militaristas que sueñan con armar milicias al estilo del difunto movimiento Patria y Libertad, para acabar con el gran cuco que les produce pesadillas: el comunismo intergaláctico (Cecilia Morel tiene el mérito de haberse tomado en serio el ya olvidado marxismo posadista).

Estos perdedores, que inútilmente buscan resistir a la maquinaria de la historia, son los que más se quejan de que Chile es “un país de mierda” y que “la raza es la mala”, admiran con fervor a los gringos y sueñan con irse a vivir al país del norte. Tremendo “patriotismo” exhiben (nótese que lo digo sarcásticamente). Muchos de estos son asiduos a aplaudirle a la milicada durante la parada del 19 de Septiembre, o se hacen parte en los simulacros de nacionalidad bailando cueca y comiendo empanadas. Muchos de estos que por azares de la historia humana cuentan con apellidos extranjeros, les gusta decir que son “italianos”, o “alemanes”, y se les hincha el pecho cuando se repiten los mantras de que los “chilenos son los ingleses de Sudamérica”, o que “Chile es la Prusia austral”, y así sucesivamente, paradoja tras paradoja.

El nuevo patriotismo ya está barriendo con esa escoria, y depurará todos esos fetiches. Esto es probablemente una de las cosas más positivas del estallido social. Las masas populares han mostrado que ser patriota no es colgar una bandera o cantar un himno, sino luchar y soñar por el futuro del verdadero Chile, una patria moderna, justa, avanzada tecnológicamente, ambientalmente responsable, poderosa y, sobre todo, soberana y dueña de su propio destino. Un país donde a Gustavo Gatica se le puedan restituir ojos biónicos como un deber de salud a cuenta del Estado, y donde Chadwick y Piñera hagan trabajos forzados construyendo el nuevo tren bala que nos conectará con el resto del continente.